sábado, 12 de junio de 2021

ESCRIBIR PARA VIVIR

 


Mientras escribo parece que sólo existe el pensamiento y el sentimiento que plasmo en el papel, que lo que ocurre alrededor y fuera de mí se convierte en tiempo detenido en el cristal de un espejo. 

Los versos que aparecen a continuación fueron escritos en diveras fases de esta pandemia que aún sigue influyendo en nuestra vida diaria.

Los escribí para vivir, para sobrevivir.

 

 


LABIOS SIN VOZ

 Sufrir en soledad.

Cauce sin agua,

labios sin voz.

Erial de silencio,

mar de tristeza.

Antes

buscábamos la soledad para vivir después.

Ahora

la soledad nos busca para hacernos morir antes.

 

 


 MIEDO

En tren,

con mascarilla,

cada uno piensa en su camino.

El día pasa

                   largo

                               con el miedo

de perder la esperanza.

En tren,

con mascarilla,

sólo vemos los ojos

de quien nos quiere.

 

CONTRA LAS HORMIGAS DEL TIEMPO

Oyes conversaciones de la calle.

Ves sombras de gentes que se mueven

en la pared de tu cuarto.

Te entretienen,

te hacen pasar el tiempo

sin tener ninguna relación personal contigo.

Sólo son voces anónimas

que suenan en tus oídos desatentos,

sombras que tiemblan sin vida

en la luz de la pared de tu cuarto.

Acaso sean deseos de otra verdad.

Sólo vuestras conversaciones

y vuestras sombras cuando salís a comprar

forman parte de vuestra vida,

sazonan la pulpa de vuestra fruta común

contra las hormigas del tiempo.

 


ANTE EL ESPEJO

Poco antes de salir nos ponemos

las mascarillas ante el espejo del recibidor.

No tenemos miedo a envejecer juntos

en medio de esta extraña enfermedad que espera fuera.

Nuestro temor está en quedarnos sin la compañía del otro.

Como el cauce sin agua

o los labios sin voz.

Nos miramos al espejo una vez más.

Y, aunque no nos vemos nuestras sonrisas

y apenas pasamos de ser dos enmascarados que se quieren,

salimos a la calle,

a las afueras del pueblo

y paseamos cogidos de la mano,

felices de seguir estando vivos,

con el cielo azul reflejado en nuestros ojos.

 

COLUMNAS DE AMOR

Ningún demonio puede convencernos

de que nuestra vida en común

es sólo un horizonte delante de los ojos

o un camino bajo los pies.

Nada debe importarnos

que no sea despertar al día siguiente

y tirar hacia delante juntos

aunque sintamos

que nuestros cuerpos ya no son los que fueron.

La casa que formamos

con muros agrietados y algunos desperfectos

aguantará segura

con las columnas de amor que juntos levantamos.

 


EL SILENCIO

Ni la palabra

ni la metáfora alada

de decir bien las cosas.

Sólo el silencio

tiene el beneplácito de la perennidad.

El silencio que puede aproximarnos

a las cosas del mar,

                              de la tierra,

                                                del cielo.

Así es como sube

desde el callado sótano del alma

el poema intacto

del mar,

                la tierra,

                              el cielo.

El silencio

que no daña con la daga de la voz

este beso impoluto que respira el mar,

que fecunda la tierra,

que reparte el cielo.

 


TODO ESCAPA RÁPIDO

Mirando a través de la ventana

todo escapa rápido.

En los cristales la mano lluviosa del tiempo

todo lo transforma.

Hasta las cosas que tejieron nuestra vida

ahí fuera se convierten

en hojas muerta que se lleva el viento,

hojas que un día fueron heraldos de la primavera.

Amada,

apartemos la vista de ese cuadro

que sólo nos enseña a morir.

 


EN EL HAMILTON

En el Hamilton nada hacía pensar

por los boleros que bailábamos en la pista de la sala

que el nombre del Hotel velaba ritmos extranjeros,

intrigas cortesanas,

traiciones amorosas,

mientras rugían los cañones en el mar

a un paso de nosotros

a un paso de aquellas noches lluviosas que vivimos

soñando y repitiendo

amores del pasado en ese mismo mar.

Mientras en el Hamilton,

a altas horas de la noche

cuando ya la cantante hacía horas

que había cerrado el libro de todas las canciones

y las sombras poblaban de misterio los rincones del bar

y enmudecían los corredores alfombrados, 

en los recodos de los pisos del Hote,

en los arcos cerrados de las terrazas,

en los espejos arrumbados de los trasteros,

en la memoria, al fin, del solar donde un día se levantó el edificio,

una dama de luz

con los ojos vacíos y las manos transparentes

lloraba por la muerte de su amado el Almirante.

Al amor de su influjo nos amábamos

en la cálida paz de nuestra habitación

con el espejo abierto a todas las miradas

por si un día nos tocara vivir la misma historia.

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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