domingo, 7 de octubre de 2018

ZAMORA de la Z a la A -1- ZAMORA Y LOS ZAMORANOS


 

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No necesito decir que, aunque zamorano de la diáspora, soy un zamorano incondicional porque siempre llevo a mi ciudad natal en mi vida, en mi recuerdo y en mis escritos. Y doy gracias a Dios por haberme dado unos padres que supieron infundir en mi alma de niño el amor a las cosas de Zamora y en especial a su Semana Santa en todas sus manifestaciones, religiosas y humanas. ¡Con qué entrañable actualidad recuerdo las palabras que mis padres me decían al paso de las procesiones! Uno y otra me decían: “Mira cómo baila el Cinco de Copas.” “Este señor que abre el desfile tocando sus campanas es el Barandales.” “Esos congregantes que caminan descalzos detrás del Cristo de la Injurias son los penitentes.” “Aquella Virgen de luto que viene tan triste y tan sola es la Virgen de la Soledad.” “La música especial que suena allá lejos es la Marcha Fúnebre de Thalberg.” Etcétera. Y yo miraba atento y escuchaba todo aquello que ocurría a mi alrededor con los ojos y los oídos del cuerpo y del alma hasta empaparme del fervor y de la admiración que mostraban ellos, mis padres, por la Semana Santa.

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Y por eso y aunque tuvimos que alejarnos de la Perla del Duero para proseguir nuestro camino terrenal en Barcelona (mis padres ya duermen el sueño eterno en el cementerio de Montjuic), todo aquello dejó en mí un poso profundo que sigue intacto mientras el tiempo corre imparable. Con breves y esporádicos regresos a Zamora (algunos estivales y la mayor parte semanasanteros), mi vida ha seguido madurando lejos de ella en la distancia física pero siempre inmersa en mi alma y en mis libros, en los que siguen vivos los recuerdos de mi infancia, adolescencia y primera juventud referidos al barrio y al Duero, a los Salesianos y al Instituto, a los amigos y a las vivencias, como las de las Sacramentales, en que se engalanaban los balcones de las casas, y se alfombraban las calles con tomillo y pétalos de rosa para que pasara por ellas la procesión, y bailaban las gigantillas, y sonaban mezclados en una música indescriptible la voz nasal de la dulzaina y los seco redobles de los tamboriles, y todos los miembros de la familia estábamos felices, y el cielo lucía azul, de eterna primavera.

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Nada ha cambiado en mi alma respecto a la Zamora que siempre quise y querré, y creo que tampoco ha cambiado el alma de la ciudad, pese al correr de los tiempos que le dio otro nombre, Ocellum Durii, Semure, Azemur, Çamora… La Zamora que vio caer el puente de San Atilano que los romanos tendieron entre San Frontis y Olivares y del que sólo quedan gloriosos molares gigantescos que muerden la eterna corriente del Duero. La Zamora que ha movido de sitio, pero no de su Plaza, la estatua de Viriato, el Pastor que fue el Terror de los Romanos. La Zamora que fue testigo después de guerras que sembraron el dolor en nuestra ciudad, de murallas que un día ufanas estrenaron sus almenas y hoy muestran mellada su dentadura, incluso parciales desapariciones, de iglesias y palacios que fueron antaño ejemplares rincones de actividad religiosa y civil, y hogaño, entre la historia y la leyenda, guardan recogido silencio en el recodo de una plaza o en la esquina ventolera de una calle.
 

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Sí, puede que la piel y el esqueleto de Zamora hayan variado en el correr de los tiempos. Pero permanece su espíritu, su alma tranquila, soñadora, esforzada, mística, independiente. Y a ello hemos contribuido todos los zamoranos: desde el pastor que lucha y muere ante el invasor que intenta adueñarse de la tierra que es su vida, hasta el escultor imaginero que con gubia milagrosa extrae de la madera y la escayola rostros y gestos de Vírgenes y Cristos para que llenen de fervor las rúas zamoranas durante las Semanas Santas, pasando por el cantero o el albañil que restaura la cara de los monumentos o levanta nuevos edificios para dar cobijo a las nuevas generaciones. Y los zamoranos que siguen viviendo en Zamora y cuidan de ella como si fuera un miembro más de sus propias familias. Y también nosotros, zamoranos de la diáspora, que mantenemos viva la memoria de la tierra que nos vio nacer. Todos, gente dedicada a educar a los hijos en el amor a cuanto sepa y hable de Zamora.

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