miércoles, 17 de octubre de 2018

GALA Y DALÍ




Una experiencia inolvidable de arte puro entre tradicional y surrealista hizo nuestras delicias el sábado 13 de octubre por la tarde en el MNAC. Se trataba nada más y nada menos que de la exposición Gala-Dalí Una habitación propia en Púbol, que tantos deseos teníamos de ver. La cola que hicimos para entrar en el meandro de salas donde tenía lugar valió la pena.
 
 
Allí, Gala la musa del pintor de Figueras (antes lo había sido del poeta francés Paul Éluard, su primer marido), es la verdadera protagonista. Musa y reina del mundo creado por Dalí para venerarla en retratos, en pinturas, en vestidos, en zapatos, en pequeños utensilios caseros...
 
 
Dalí, sin Gala, no sería Dalí. A través del mágico recorrido por las salas vimos una hagiografía de la mejor Gala escrita y pintada por el pintor más extravagantemente relevante que haya tenido nuestra historia de la pintura contemporánea.
 
 
Entre óleos y dibujos, unas sesenta obras en total, pertenecientes la mayoría a la Fundación Gala Dalí, unas cuarenta (el resto procede de colecciones privadas y prestigiosos museos entre los cuales mencionamos el Haggerty Museum of Art, de Milwakee, el Centro de Arte Georges Pompidou, de París, el de Arte Moderna e Contemporanea di Trento e Rovereto o el Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid.
 
 
Entre las obras pictóricas expuestas destaco las siguientes: Gala de espaldas eternizada por seis córneas virtuales provisionalmente reflejadas, Gala Placidia. Galatea de las esferas, Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar, La Madonna de Portlligat, La memoria de la mujer-niña. Monumento imperial a la mujer o, por no hacer larga esta enumeración, el molinito de café que tiene pintada una copia soberbia del Ángelus de Millet.
Mientras recorríamos las salas llenas, además de retratos y pinturas, de vitrinas con libros, cartas y manuscritos que hacían relación a la etapa que vivieron juntos en Púbol el pintor catalán y  su musa rusa que, a decir verdad, actuó con él como una inteligente araña que chupó el jugo artístico del pintor hasta su muerte, recordábamos el día de excursión a Púbol para ver el castillo de Gala y su artístico interior, sin advertir que las visitas no se iniciaban hasta el domingo siguiente. Menos mal que no fue todo un chasco ese otro domingo, pues suplimos la visita con otra al pintor Casademont, antiguo compañero mío en la docencia en un Colegio privado del Vallés, que vivía en La Bruguera, una bella finca de La Pera-Púbol y que nos deleitó con su generosa charla en su estudio rodeados de la imponente presencia de algunas de sus líricas pinturas de barcas varadas  y cielos mediterráneos.
 
 
 

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