En otra parte de este ensayo
hablaremos del coro que entona el Miserere Popular Alistano durante la procesión
de las Capas Pardas del Miércoles Santo. Pero ahora dedicamos unos párrafos a recordar
la original manera como Bercianos de Aliste, un pueblo comprometido física y
espiritualmente con la
Semana Santa , celebra su Viernes Santo, que es además el
momento en que se canta ese Miserere.
Escondido en una pequeña
hondonada, el pueblo es un conjunto de casas reunidas sin orden, rústicas, con
paredes de piedra o de ladrillo y tejados de pizarra, y dominando las casas se
levanta la iglesia de San Mamés.
Ahora que hablo de la
comarca de Aliste, de sus pueblos con casas arracimadas en torno a su iglesia,
de paredes de piedra y tejados de pizarra, en medio de un paisaje duro y austero,
no puedo por menos de recordar lo que viví en esta singular comarca, cuya
capital es Alcañices, en varios momentos de mi vida. El primero de los cuales,
de muy niño, lo viví en Fornillos de Aliste, en casa de unos maestros zamoranos
sin hijos que me querían mucho y cuyos padres ocupaban la planta baja de la
casa de Zamora donde vivía mi familia, y cada vez que iban a verlos no sabían qué hacer
conmigo; el caso es que en Fornillos pasé una felicísima temporada con aquella
generosa pareja de maestros, dando paseos por el campo y pasando veladas
inolvidables al amor de la lumbre de la chimenea, incluida la visita inesperada
que me hizo mi padre en una de sus rutas en bici por la zona.
Luego, ya
adolescente, viví varios momentos en las cercanías de la Sierra de la Culebra , en el campamento
que montaba el Frente de Juventudes en San Pedro de las Herrerías, con
disciplinadas marchas por los alrededores, trabajos manuales al pie de los
castaños y los alisos, noches de fuegos de campamento y cuentos de lobos que
bajaban al pueblo cuando el hambre les acuciaba. Sea como sea, sólo el nombre
de Aliste (además, un amigo de la infancia y su familia eran originarios de
esta comarca ganadera y agrícola frontera con Portugal), sólo el nombre de
Aliste me evocan tiempos felices.
Y volviendo a la original
celebración del Viernes Santo de Bercianos de Aliste, que dejé en suspenso más
arriba, debo hablar de su origen. Según la tradición oral que ha pasado de
padres a hijos durante varias generaciones, dicha celebración religiosa se debe
a una promesa que hizo el pueblo tras librarse en la Edad Media de la peste
que diezmaba la comarca de Aliste. Las primeras normas de la Cofradía se remontan a
enero de 1536, y el documento que alude a sus denominaciones es conocido
popularmente como la "Bula" pontificia concedida por el papa Paulo
III. En dicho documento se explicitan los privilegios de los cofrades que
formaban parte de la primitiva Cofradía. Desde entonces es costumbre que las
mujeres del pueblo, antes de contraer matrimonio, y durante el primer año de
noviazgo confeccionen la blanca mortaja (dicha prenda mortuoria formará parte
del ajuar el día de la boda) a sus futuros esposos pertenecientes a la Cofradía. Asimismo
esta mortaja será el traje durante las celebraciones de la Semana Santa berciana
(los participantes en las procesiones no tienen por qué ser miembros de la Cofradía ).
Pues bien,
llegado el día de la procesión del Viernes Santo, tan sólo los miembros de la Cofradía pueden vestir la
blanca mortaja de caperuza sin punta, y llevan una pequeña vela, mientras que
los no pertenecientes a la
Cofradía visten la capa alistana parda y portan un farol. La
procesión tiene como figura principal un Cristo de madera de tamaño natural
articulado que se custodia durante todo el año en una urna de cristal, yacente
y visible en la sacristía de la iglesia mencionada de San Mamés. Y es
precisamente esta imagen la que sale de la urna unas horas durante el Viernes
Santo para ser clavado en una cruz, ceremonia que se remonta al siglo XVI.
Recordemos ahora las
secuencias que tienen lugar a lo largo del Viernes Santo, desde la madrugada,
en que se celebra la procesión del Vía Crucis y en la que participan solamente
mujeres. Luego a primera hora de la mañana se instala una cruz en medio de la Plaza del Pueblo, y junto a
ella una imagen de la
Dolorosa con la cara cubierta. En la cruz se clava el Cristo
articulado. Por la tarde los vecinos del pueblo, son congregados con los
sonidos de matracas (molinete de madera con mango que se hace sonar girándolo) para
la procesión. Los asistentes entonan una letanía y se congregan en torno a la
cruz con el Cristo clavado y la Dolorosa. Seguidamente
comienza la ceremonia del Descendimiento, con su popular sermón, por parte del
párroco, así como el desenclavo del Cristo, en el que primero se procede a
quitar el letrero de INRI de la cruz, y en pasos sucesivos, a despojar al
Cristo de la corona de espinas, a quitarle los clavos de las manos y los pies,
a descenderlo cuidadosamente de la cruz, a recogerlo plegando sus extremidades
y a cubrirlo con una sábana para finalmente introducirlo en un féretro
transparente. A partir de ese instante la comitiva se dirige el Calvario para
dar sepultura al Cristo y junto a la entrada del cementerio de la localidad,
cantan el Miserere (hay veces en que los hombres cantan en latín y las mujeres
en castellano). Luego llega la procesión a las tres cruces y rezan las
oraciones a las Cinco Llagas de Jesús, que empiezan así:
“Al estar de rodillas ante
Vuestra imagen sagrada, oh Salvador mío, mi conciencia me dice que yo he sido
él que os ha clavado en la cruz, con estas mis manos, todas las veces que he
osado cometer un pecado mortal. Dios mío, mi amor y mi todo, digno de toda
alabanza y amor, viendo como tantas veces me habéis colmado de bendiciones, me
echo de rodillas, convencido de que aún puedo reparar las injurias con que os
he inferido. Al menos os puedo compadecer, puedo daros gracias por todo lo que
habéis hecho por mí. Perdonadme, Señor mío. Por eso con el corazón y con los
labios digo: Santísima llaga del pie izquierdo de mi Jesús, os adoro. Me duele,
buen Jesús, veros sufrir aquella pena dolorosa. Os doy gracias, oh Jesús de mi
alma, porque habéis sufrido tan atroces dolores para detenerme en mi carrera al
precipicio, desangrándoos a causa de las punzantes espinas de mis pecados.
Ofrezco al Eterno Padre, la pena y el amor de vuestra Santísima Humanidad para
resarcir mis pecados, que detesto con sincera contrición.” Etcétera.
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