domingo, 20 de septiembre de 2015

EL CRUCERO (VII)


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Capítulo VII
Un extraño favor
                                              Martes, 19 de mayo

 
A las siete y media de la mañana el Fantasía avista Mesina. El sol, entre nubes, ya está bastante alto y logra abrirla lo suficiente para colarse e medias en el camarote. Lo primero que vemos desde el balcón es el espigón del faro y el Forte S. Salvatore y una Virgen dorada subida a una columna (la llamada Madonnina) dando la bendición; escrito con letras grandes y blancas sobre el cemento puede leerse: VOS ET IPSAM CIVITATEM BENEDICIMUS. El barco tiembla todo él mientras se aproxima con la lentitud requerida al muelle donde va a atracar. Hace poco ha dejado atrás el estrecho del mismo nombre que la ciudad donde Homero sitúa en La Odisea el lugar habitado por las sirenas que intentaron detener con sus cantos a Ulises para que fuera atacado por Escila y Caribdis, dos monstruos marinos situados en las orillas opuestas del estrecho que hoy separa la península de Italia de la isla de Sicilia. Le conté a mi mujer parte de la leyenda.
“Ulises era un hombre con mucha imaginación, y cuando con su barco se acercaba al lugar temido por el que acabamos de pasar, siguiendo el consejo de la maga Circe, que además ya le había puesto en antecedentes sobre lo que le podía pasar, ordenó a los marinos que lo acompañaban que se taparan las orejas con cera y que a él, como no quería renunciar a la curiosidad de oírlas cantar, lo ataran al mástil del barco, insistiendo en que ocurriera lo que ocurriera por nada del mundo le libraran de las ligaduras.”
Mi mujer se interesó por el desenlace de la historia y añadí que Ulises, al escuchar los cantos de las sirenas, quiso soltarse pero sus marinos, cumpliendo con sus órdenes, se lo impidieron. Y las sirenas, desoladas por su fracaso, se lanzaron al mar y murieron ahogadas.
Entretanto, nuestro barco se ha ido arrimando de lado, muy lentamente, con estudiado movimiento, al muelle sin miedo a ningún peligro y menos a las encantadoras sirenas. Mientras que la ciudad de Mesina, mirando hacia nosotros, nos espera iluminada por el sol. Por el corso Garibaldi circula ya un tráfico considerable. Al otro lado, se yergue imponente el Palazzo Zanca, Scavi (yacimiento)  Archeologici e Antiquarium, y de este lado del corso, hacen guardia desde hace rato una flota de autobuses y taxis para llevar a los pasajeros del Fantasía a descubrir las sorpresas que encierra la ciudad y otras de la isla. En lo que a nosotros concierne, primero desayunaremos tranquilamente en Il Cerchio D’Oro y luego nos lanzaremos a la aventura de descubrir las sensaciones de Mesina.
Cuatro horas más tarde, de vuelta ya al Fantasía, recordamos lo visto y lo vivido en la ciudad del tsunami y su feliz restauración. Nadie diría al pasear por sus calles y plazas que esta ciudad ha sido objeto muchas veces de seísmos y maremotos horribles (el último en diciembre de 1908, en que la ciudad fue prácticamente destruida). Pero de ellos y de las sirenas de Homero ni rastro. Y sin embargo hay cantos de amor y belleza en muchos rincones de Mesina. Por ejemplo, pese a su aparente abandono interior, la galería de Vittorio Emanuele, que es un vuelo arquitectónico admirable con su fachada curva y sus bóvedas airosas y ventanas circulares; y no digamos la plaza del Duomo, que contiene esas tres maravillas de la fuente de Orión, la propia Catedral o el majestuoso Campanile, que tanto me recuerda (sus figuras doradas y dotadas de movimiento instaladas en ventanas y balcones) la Torre del Reloj del Ayuntamiento de Praga; o la iglesia del Carmen, donde nos encontramos a la pareja aragonesa que comparte mesa con nosotros cada noche en el Fantasía, la cual, según nos confiesa el hombre, en vez de permanecer en el barco han decidido dar una vuelta por la ciudad, y a una pregunta de mi mujer nos aclara que anoche no bajaron a cenar porque ella estaba agotada; o el Sagrario de Cristo Rey, en restauración, pero que desde cuyo mirador, en lo más alto del monte sobre el que se asienta el templo, se disfruta de una vista incomparable del mar; o la Fuente de Neptuno, al otro extremo de la ciudad, en el mismo corso Garibaldi…
Mientras escribo estos apuntes de ver y sentir, estamos tomando nuestro habitual vermut en la Piazza San Giorgio, haciendo tiempo antes de ir a comer. Echo de menos no haber podido visitar el Museo Nazionale para contemplar dos de los cuadros de Caravaggio que más me mencionó mi hijo mayor, La resurrección de Lázaro y La adoración de los pastores. De nuevo adivino la simpática ira de mi hijo. Pero entenderá que en un viaje de este tipo, donde se dispone de tan poco tiempo para ver lo más importante de la ciudad de la escala del crucero, lo mejor es hacer una selección, y en la selección siempre se deja algo importante que ver, aunque uno no lo desee. Yo creo, sin embargo, que lo que cuenta en este tipo de viajes es la vida del barco, y si se puede echar una larga ojeada a la ciudad mientras el crucero está atracado en ella, pues adelante, pero sin querer abarcar demasiado. Mientras pienso en esto, de repente, al levantar la mirada, descubro que el hombre alto y gordo viene por el pasillo de la derecha acompañado de una mujer. ¡Sorpresa! Se lo hago saber a la mía, que no puede evitar sorprenderse.
“Creía que viajaba solo”, digo en voz alta siguiendo el hilo de mis pensamientos.
“Ya me parecía raro a mí”, afirma mi mujer.
La pareja pasa de largo, hacia el casino. El hombre no me ha visto, pero la mujer sí y me hace un gesto ambiguo que de momento no sé interpretar. De todos modos, por educación, le respondo al gesto con una sonrisa. Después nada. El último sorbo al Martini, y en marcha hacia el restaurante.
Compartimos mesa con dos parejas más, extranjeras, francesas por más señas. A medias entiendo que piensan visitar Mesina por la tarde. Hablan del Duomo, del Santuario de Nuestra Señora de Montalto y del Monte de Pietà, entre otros edificios que quieren ver. Con mi mal francés del Bachillerato les aconsejo que no dejen de visitar, al menos ver por fuera, el palacio de Justicia, rematado por una cuadriga, la Fuente de Neptuno y la iglesia de Santa María Alemanna, de camino del anterior.
“Merci beaucoup”, dicen los cuatro a la vez, como si hubieran quedado de acuerdo en agradecérmelo.
Luego tomamos café en el Transatlántico Bar y yo acompaño el mío con una Averna con hielo, a la que le estoy tomando el gusto. Mientras saboreo largamente esta última, mi mujer se levanta para ir un momento al lavabo. Miro el cuadro del barco que hay frente a mí y de pronto la mujer del hombre alto y gordo, que en esa ocasión acompaña a otra, se separa de ella y se acerca a mi mesa.
“¿Puedo hablar un momento con usted?”
Sorprendido, me levanto para atenderla.
“Claro. ¿Qué desea?”
La mujer carraspea y luego dice:
“Mi marido…, no sé cómo decírselo, está pasando por un mal momento de salud y eso le lleva a creer cosas irreales. Le ha confundido a usted con otra persona, con el crítico de arte barcelonés Sebastián Cárdenas, y está viviendo unas noches terribles, no pega ojo… Quisiera pedirle un favor…”
Se detiene y mira angustiosa hacia la mujer que le acompaña y que espera a unos metros de la mesa. Luego me mira otra vez y clava su mirada angustiosa en la mía.
“¿Un favor? Qué quiere que haga?” , le pregunto.
La mujer titubea antes de contestarme:
 “Por favor, sígale la corriente. Para usted no significará gran cosa y a él le vendrá bien y le ayudará mucho Al final no se acordará de nada y acabará este crucero sano y salvo. Totalmente restablecido de su dolencia. Estoy segura.”
En ese momento veo que mi mujer vuelve del lavabo. Al verla, añade nerviosa:
“No le molesto más. Y si se lo dice a su mujer, lo entenderá. Muchas gracias por todo. Hasta la vista.”
Y se reúne con su compañera mientras mi mujer, sorprendida, llega a la mesa.
Sin esperar su pregunta, se lo cuento todo. Entonces me dice compungida:
“¡Pobre hombre!, ya me parecía a mí que no andaba muy bien de la cabeza.”
Abandonamos el bar y nos encaminamos al camarote sin cambiar una palabra más. Pero, al abrir la puerta, me pregunta:
"¿Qué piensas hacer al respecto?"
Le contesto:
“De momento, echar una pequeña siesta.”
Insiste:
“Me refiero a ese hombre”.
Para que se quede tranquila, le digo:
“Lo que me ha pedido su mujer: seguirle la corriente. Pero no pienso adelantarme. Esperaré a que él venga otra vez a mí. Y si no lo hace, mejor que mejor.”
De nuevo, con el bolígrafo en la mano, cuando ya son las cinco y media de la tarde, y tras un breve duermevela, apunto estas notas. De pronto, por la megafonía del barco avisan que de un momento a otro se cerrará la puerta de embarque. El sol de la tarde da de lleno en el balcón, mientras Mesina queda toda ella a contraluz, suenan las campanas de alguna iglesia cercana y el tráfico rodado del corso Garibaldi ha disminuido considerablemente. Es la hora de contemplar juntos las fotos de Mesina en las que aparecemos los dos. La fuente de Orión, el Campanile del Duomo, la Galería de Vittorio Emanuele, lo que queda en pie del edificio del Monte de Pietà, la curiosa iglesia de San Antonio Abad, los troncos gigantes de los ficus del paseo marítimo, la andamiada cúpula del Sagrario de Cristo Rey… De repente todo el Fantasía se estremece. Son los fuertes temblores previos al momento de zarpar el barco. Espuma en los flancos y el inmenso casco separándose poco a poco del muelle de atraque. La gigantesca proa gira (lo vemos desde el balcón de nuestro camarote que se halla a popa, en el otro extremo) para salir de la dársena. Unas cuantas gaviotas vuelan cerca para despedir al barco, que poco a poco busca el mar abierto. Ahora lo hace de isla a isla. De Sicilia a Malta.
Momentos más tarde nos hallamos caminando por la cubierta 7. Con la brisa en la cara asistimos a la despedida de la tarde, que se va por las alturas donde se encuentran colgados los botes salvavidas hacia el cielo como un ave silenciosa que imperceptiblemente va remontando el vuelo.
Entramos en el pasillo de los bares por la puerta que comunica con el Transatlántico Bar. Hoy tiene lugar el cóctel de gala del capitán y aquí lo tomamos con tiempo antes de que comience el espectáculo en el Teatro de L’Avanguardia, como cada tarde. Me da por pensar que, en los cruceros como éste que estamos viviendo, si te descuidas un poco el tiempo se apodera de ti. Lo mejor es vivirlo con intensidad pero sin angustias y sin prisas, para finalmente hacerte con él, convertirte en su único dueño. En el Teatro asistimos a la presentación de todos los cargos con responsabilidad en el Fantasía, desde el máximo responsable de los bares hasta el capitán del barco, pasando por el de la limpieza o la animación y espectáculos.
Y con casi las 9 en nuestros relojes, subimos al camarote a vestirnos para la cena. Un poco más tarde ya estamos los ocho españoles sentados a nuestra mesa. Las conversaciones se dividen entre el fútbol, la picaresca española, la familia, los viajes, los profesores y el paseo por Mesina, que cada cual ha hecho a su manera y antojo. La pareja madrileña, que ha hecho la excursión a Taormina, nos cuentan cómo ha sido. El hombre nos dice que los han llevado a ver, ¿cómo no?, el teatro griego, desde el que se ve el Etna, y ella de las tiendas comerciales. Para mi sorpresa, la pareja canaria nos cuenta que se han pasado un buen rato en el Museo Nazionale. Les pregunto si han visto los cuadros de Caravaggio. Él me dice que el Museo fue antes una iglesia, San Gregorio, y que efectivamente el guía les ha enseñado dos cuadros de Caravaggio: uno hablaba de la resurrección de Lázaro y otro de los pastores adorando al Niño Jesús recién nacido. Su mujer añadió:
“Es muy bonito y real. Parece que los pastores se van a acercar al niño, que juega cariñoso con su madre. Todo es muy  muy vivo, y a las figuras sólo les falta respirar.
En mi interior me arrepiento de nuevo de no haberme acercado hasta el Museo.  Luego sale a relucir la llegada a La Valeta del día siguiente y vuelve a hablar el canario para aconsejarnos, si no tenemos nada preparado, que cojamos un carro tirado por mulas para recorrer románticamente la ciudad. Como las noches anteriores la sobremesa se ha alargado más de la cuenta y luego las tres parejas más jóvenes (la aragonesa prefiere retirarse a descansar) hemos subido a la planta 7 y nos hemos sentado en Il Transatlántico Piano Bar a tomar unos whiskys con hielo. La conversación se ha dividido también en temas tan dispares como la política, la enseñanza o el alma. Es una manera tan idónea como cualquier otra para prepararnos para el sueño. Entre bromas, nos despedimos pasada la una de la madrugada deseándonos descanso para el cuerpo y el alma.
Sobre la cama encontramos el Programa de mañana que ha dejado nuestro ángel… del camarote, Noé. Le echo una breve ojeada. Lo más destacado, la llegada del Fantasía a La Valeta, la capital de Malta, a las siete de la mañana. Antes de meterme en el sobre del sueño, apunto estas últimas notas.

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