lunes, 6 de enero de 2014

CENTENARIOS Dylan Thomas





Los Reyes me han traído hoy el recordatorio de que durante este año 2014 se cumple el centenario del nacimiento de conocidas figuras del mundo de la Literatura y el Arte. Y uno de esos es el del poeta galés Dylan Thomas, a quien debemos unos noventa poemas aproximadamente, agrupados en seis libros (18 Poems, 18 Poemas, 25 Poems, 25 Poemas, The Map of Love, El mapa del amor, Deaths and Entrantes, Muertes y entradas, In Country Sleep, En el dormir campestre e In Country Heaven and Elegy, En el paraíso campestre y Elegía) que abarcan desde el año 1934 hasta 1953, en que falleció de coma etílico. Su vida, a juzgar por el modo como murió, fue como un ciclón que a su paso destruyó todo incluida su propia existencia. Sin embargo, lo que nos importa aquí es señalar la intensidad de su poesía, pasional, personal y simbolista, cuando a su alrededor se escribía más bien poesía social, cuyos autores más significativos fueron, entre otros, W. H. Auden y Stephen Spender. A lo personal de su poesía, hay que añadir la diversidad de versos y estrofas con que experimenta una y otra vez, sin olvidar la preocupación que siempre mantuvo por lograr títulos adecuados a sus poemas (I see the boys of summer, Veo a los chicos del verano, Wen once the twilight locks, Cuando una vez el crepúsculo se cierra, A process in the weather of the heart, Proceso en el tiempo del corazón, Before I  knockeed, Antes de que yo llamara…). Thomas se inspira en los ritmos de las baladas y los combina con imágenes y metáforas visuales, simbólicas y muchas veces inesperadas; de ahí que en esos casos el tema de los poemas sea difícil de apreciar. Por todo ello, la poesía de Thomas es vital y sensorial, aunque no rehúye la religión (no en balde la Biblia está presente en ella y no sólo sus letanías, versículos y tonos de sermón). Así, descubrimos entre sus motivos principales la infancia, el amor, el cuerpo, la plenitud, la naturaleza, la vejez, el tiempo, la muerte… No en balde para él la poesía es el brote espontáneo del frenesí de su vida.
Léanse, como ejemplo de lo dicho, los siguientes versos de I see the boys of summer:
“Veo a los chicos del verano en su ruina,
dejan estériles los dorados diezmos,
sin aderezar trojes para la cosecha, congelan los surcos;
allí en su fuego las riadas invernales
de amores congelados ellos buscan a sus chicas,
y ubérrimas manzanas ahogan en sus marcas.”

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