domingo, 12 de enero de 2014

EL RELATO DEL MES





Una historia alternativa (1)

Una vez, por esa magia anacrónica que posee el tiempo, se reunieron el rey Arturo, Sancho Panza y Alicia en el país de las maravillas, situado en un rincón de la vieja Iberia para intentar arreglar la difícil situación por la que pasaba. Se sentaron a la mesa y todo parecía que iba a desarrollarse pronto y bien, cuando, tomando la palabra Sancho Panza, pidió de comer.
--Con el estómago lleno se ven mejor las soluciones—añadió mientras se colocaba un pañuelo sobre el pecho a modo de babero.
--Yo prefiero mirarme antes en el espejo y atusarme para encontrarme a gusto conmigo mismo—dijo Alicia.
--Pues yo afirmo—intervino el rey Arturo--, que sin mi espada Excalibur me encuentro como desnudo.
Los lacayos que acompañaban a sus respectivos señores, que, como de costumbre, eran más de la cuenta y no cabían en aquel gran salón preparado al efecto, empezaron a pelearse por servirlos. Los de Sancho Panza trajeron varias docenas de platos para que su señor eligiera los de su conveniencia, y en su ir y venir chocaban con los servidores del rey Arturo, que en aquel momento se abrían paso para transportar la colosal espada que tanta fama le diera en el pasado, y con los lacayos de Alicia, que porfiaban con unos y otros para que se hicieran a un lado y permitieran el ingreso en el salón de su majestuoso y enorme espejo donde podía reflejarse de cuerpo entero. Y de tal modo se estorbaron unos a otros y todos entre sí, que de los platos que esperaba ansioso Sancho Panza no llegó ninguno sano a la mesa, y el suelo quedó plagado de perdices, conejos, lechones… que se ahogaban en un océano de salsas y una selva de verduras, mientras que la espada del rey Arturo, tras herir rostros, manos y piernas en su azarosa batalla por llegar a la silla del Monarca, acabó mellándose por varios sitios de la hoja y perdiendo algunas gemas que adornaban el mango, y el lujoso espejo de Alicia, perdió el marco dorado en el camino y el cristal azogado terminó hecho añicos en el suelo.
Pasados los primeros momentos de estupor, con rostros visiblemente enfadados, los tres protagonistas se levantaron de sus respectivas sillas y, acompañados por un grupo reducido de fieles servidores, desaparecieron del salón, echando pestes de aquel encuentro tan mal planificado.

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