miércoles, 24 de septiembre de 2008

ANTONIO MATEA, EL POETA DEL BARRO

10.

“Pero decir amigo y serlo es más difícil.”

Ese mismo año, imitando tu libro de sonetos, acabé de confeccionar una colección con el nombre común de Vuelve el río a su montaña. Eran sonetos que, como ya he adelantado, se hacían ecos de emociones vividas en la ciudad natal durante la infancia y los primeros años sesenta. Eran miradas nostálgicas al barrio y a las huertas, a juegos y aventuras, al mundo de la escuela y de la iglesia, al influjo de las manos y presencia de los padres, la casa y sus dependencias… Ya sabes, Antonio, que ese cuaderno lo mandé al Boscán y consiguió llamar la atención del jurado, aunque no ganó el premio y se conformó con ser sólo finalista. El secretario, a la hora del fallo del galardón, en la sede del Instituto Catalán de Cooperación Iberoamericana, me dijo que en la línea que había escogido yo para hacer poesía no veía que pudiera lograr un día el Boscán pues ya esa vertiente había sido suficientemente premiada hasta ese momento. Le agradecí las palabras sinceramente y me quedé con cara de póquer porque no sabía escribir de otra manera, ni en cuanto a los temas ni en cuanto a la expresión. Quizás por ello, respeté algunos de esos sonetos y construí con ellos la primera parte del que sería mi primer libro publicado en Rondas, editorial en la que tú ya habías dado a conocer poemarios como La mosca o los Sonetos en gris mayor. Ese libro primero mío en Rondas se tituló Agua vivida, y la primera parte formada por esos sonetos la titulé, precisamente en homenaje a aquel cuaderno del Boscán, Vuelve el río a su montaña. En Semana Santa de ese año me llevé a casa los ejemplares del libro y uno de ellos te lo dediqué a ti. No necesito decir que lo leíste con la atención y generosidad acostumbradas y en la primera tertulia tras las vacaciones me entregaste un poema que se refería a Agua vivida. Siempre hacías lo mismo. En vez de exponer verbalmente tu parecer sobre el libro, preferías hacerlo de la mejor manera que sabías, escribiendo un poema que hiciera alguna referencia al libro en cuestión. Leo un libro se titula el mencionado poema y discurres por él como si estuvieras diciendo en voz alta lo que piensas:
“A veces la mano de un amigo
nos entrega un hijo,
nos entrega un libro,
su hijo más ilusionado,
el lirio de su personalidad,
una ilusión que hierve,
que chorrea en las venas
el ansia de su melancolía.
Cuando este amigo
nos da Agua vivida,
nos entrega recuerdos,
niños y jóvenes que él ha sido sucesivamente
y nos entrega el hueco de su patria,
de su Zamora…”
No podía decirse mejor. Tenías una destreza inhabitual de acertar con la emoción y la idea contenidas en los libros. Y te lo voy a decir ahora. Ahora que es ya tarde te digo que tenías verdadera madera de crítico acertado, y así lo demostrarías con el paso del tiempo cuando tu pluma fue dejando la poesía para frecuentar la prosa lenta y acerada del periodismo, de los artículos y gacetillas en los cuales te movías con evidente soltura.















11.

“Pero poeta es –nadie lo advierte—
el ángel solamente de los sueños,
la luz que te despierta dorándote los párpados.”


Y hablando de críticas y opiniones acertadas, me viene a la memoria el suceso ocurrido en la Casa Regional de Albacete y Murcia por aquel entonces, ¿recuerdas? Juan Pastor, maestro y poeta, que no maestro de poetas, como tú decías, llevaba la sección cultural y literaria de la Casa. Alguna vez al año íbamos a comer el rancho casero que servían en el restaurante del Centro las dos familias, la tuya y la mía, y pasábamos buenos ratos en aquel caserón de la calle Puertaferrisa, en pleno corazón del Barrio Gótico barcelonés. Luego se instituyó un premio de poesía y Pastor recurrió a nosotros dos y a Vicente Rincón para que hiciéramos de jurado. Al principio fue muy bien la cosa. Leíamos los poemas presentados y nos sentábamos a deliberar en el bar de la sede mientras tomábamos unos pinchitos y unas cervezas. Con Vicente era fácil llegar a un acuerdo. Una vez que tú y yo le habíamos echado el ojo a un poema decente, era fácil convencer a Rincón de la valía de los versos en cuestión. Redactábamos el acta y se la entregábamos a Pastor satisfechos de haber acertado con el poema mejor. Luego había una fiesta para entregar el premio, a lo largo de la cual se saboreaban platos de la tierra compartiendo mesa y cubierto con un invitado especial, que unas veces era un personaje de la política (el caso más importante fue el de Jordi Pujol en su primera etapa) y otras un representante del mundo del espectáculo o la canción (Luis Aguilé fue uno de ellos). Después el invitado ilustre dirigía a los circunstantes una charla breve sobre la importancia que tienen las letras en general y la poesía en particular en el mundo social que nos toca vivir. Y para rematar la fiesta se fallaba el premio. El veredicto del jurado lo leía Pastor y enseguida Vicente o yo ( tú enseguida te desmarcaste diciendo que si te costaba leer tus poemas mucho más difícil te resultaba leer los de los demás: eso te honraba, Antonio) leíamos el poema ganador ante el personaje ilustre que presidía el acto, junto con los máximos representantes de la Casa Regional, entre los cuales se sentaba también Juan Pastor. En una ocasión, ¿recuerdas?, le dimos el premio a José Carreta, que había presentado un bello poema de amor titulado A la fuga del beso bajo el seudónimo Calixto. Recuerdo que en aquella ocasión fue Vicente quien nos descubrió el portento que se escondía en los versos de Carreta. Con su voz grave de templado rapsoda nos leía algunos versos para que sintiéramos su fuerza:
“Lluvia y sangre es tu vientre; lluvia y seda abrazadas.
Tú eres árbol y rama, vendaval y silencio
donde van los deseos a esconder su desquite.
¡Que un labio descarnado te vista de pulseras!
¡Bien lleno de caricias un sueño te imagine!
Ponle un nido de rosas
a cada golpe seco que dé en tu sepultura
la azada de la risa…”
Tú te quedabas embobado de la lectura de Rincón. Yo me quedaba embobado de la fuerza de los versos de Carreta, de esas exclamaciones cuajadas de metáforas finas, elegantes, como otras que yo había leído, que Carreta había leído, que tú y que Vicente habíais leído en los clásicos del barroco o en los clásicos actuales, que para el caso es lo mismo, es una misma agua, un mismo río de tradición lírica.
Siempre lo pasábamos bien hablando de la poesía arrimada a la vida, como entonces de aquel beso del poema de Carreta al que el poeta, en su fuga, le deseaba buen viaje, pensando que era como la incertidumbre larga y triste de un beso prisionero en la cárcel abierta de las horas.
Pero un año las cosas cambiaron en el concurso y fue que, por circunstancias ajenas a nosotros, sólo se presentaron nueve poemas y los nueve bastante flojitos.
--Esto no puede ser-- dijo Pastor--. Algo hay que hacer para que la gente no se entere de que el concurso ha dejado de tener la aceptación que tenía.
Y solución salomónica. Nos reunió a los tres miembros del jurado y nos dijo que lo mejor era escoger el poema menos malo y mencionar como finalistas los nueve poemas concursantes. Y se quedó tan pancho. Pero nosotros no. El primero en tomar la palabra fue Vicente que, con su razonamiento coherente y ecuánime, dijo:
--Yo propongo declarar desierto el premio este año. En el acta aducimos que la poca calidad de los poemas presentados así lo requiere.
Pastor puso el grito en el cielo diciendo que eso perjudicaría el prestigio del premio. Entonces tú interviniste diciendo:
--Todo lo contrario, en vez de perjudicarlo, al declararlo desierto por la escasa valía de los versos concurrentes, lo que realmente estamos indicando es que el prestigio del premio de poesía de la Casa de Murcia y Albacete busca siempre la calidad suficiente. Piensa que tendríamos que leer un poema malo como ganador. ¿Qué diría la gente que lo escucha? ¿Qué pensaría de la calidad de los poemas restantes, esos que nos propones declarar finalistas?
--Que diga lo que quiera. ¿Creéis que a gente sabe diferenciar un poema bueno de otro malo?
No sé si te acordarás de que al oírle decir eso, yo me reí. Y tras soltarle lo que pensaba de su afán por llevarse bien con los gerifaltes de la Casa atropellando los más elementales principios, añadí que no contara conmigo para llevar a cabo esa componenda.
Enseguida os pusisteis de mi lado. Y tanto insistimos los tres que aquel año se declaró desierto el premio, pero nunca más volvimos a ser los jurados del premio de poesía de la Casa de Murcia y Albacete.
Vicente, tú y yo volvimos a ser jurados de otro premio de poesía, el de Goya, que patrocinaba la Casa de Aragón. Nos escogió el amigo Juan Antonio Usero, mañico excepcional que había quedado finalista unos años atrás del prestigioso premio Planeta, ¿recuerdas? Tras fallar el premio de poesía Goya, posamos con el ganador, un poeta de Aragón, cuyo nombre no recuerdo ahora, que andaba algo enfermo, pero que había dejado volcar su pasión lírica en unos versos muy humanos. Posamos, digo, en el lujoso Salón de Ciento del Ayuntamiento de Barcelona, junto con el que entonces era alcalde de la ciudad condal el socialista Narcís Serra y que con el tiempo llegaría a ser Ministro de Defensa en un gobierno de Felipe González. Tú estás en la fotografía al lado de la rapsoda y poetisa, Sofía Sala, otra mañica de excepción, que con su marido Aurelio asistía algún sábado a las tertulias de Jurado. Miras atento a la cámara como si quisieras quedar siempre ligado al mundo del éxito literario y cultural. ¡Qué tiempos aquellos! ¡Y qué poder resucitador el de las fotografías!
Y hablando de fotografías, aquí delante tengo unas cuantas que para mí tienen una importancia especial. Son las que eternizan la presentación de mi libro Agua vivida. En ellas, os estoy viendo a los viejos amigos de entonces, poetas la mayoría de vosotros, junto con mis familiares más allegados. En una está la poetisa Sofía Sala, en la mesa presidencial junto con Jurado Morales: él, presentador y ella lectora de algunos poemas del libro. En otra, Diez Borges, canario de pro, crítico inteligente y poeta y sobre todo amabilísimo reseñador de mis libros en los periódicos de las islas; está en actitud de comentar o preguntar algo porque mantiene la mano alzada y la boca entreabierta. En otra aparecen poetas de la tertulia que he vuelto a ver en contadas ocasiones, cada vez más distanciadas, como Crespo, Barrios, Pastor, Isabel Abad, Vicente Ricón. Finalmente, en otro foto apareces tú, Antonio, escuchando atentamente mientras con una mano te tocas la cabeza. ¿En qué estabas pensando? ¡Ay si las fotografías, además de retener las figuras de los amigos en el tiempo, pudieran decirnos algo más de sus ideas, sus palabras! Pero de nada sirve lamentarse. Sólo la memoria atenta y el aprecio pueden hacer algún que otro milagro, como traernos a colación alguna anécdota entrañable o palabras y gestos de algún momento plenamente vivido. Pero nada más. Aquellos tiempos yo hoy tiempos evaporados.

















12.

“Como el tiempo, que siempre se evapora,
te quedas ante el tiempo sin un árbol,
cercado entre castillos de cemento.”


Aquellos son tiempos evaporados. Así titulaste uno de tus últimos libros de edición personal, Tiempos evaporados. Aunque no se referían a los premios de poesía vividos en Barcelona. Más bien tenía que ver ese título con las transformaciones paisajísticas, humanas, sociales y políticas de nuestro pueblo Cerdañola. Después de muchos años de convivencia, has aprendido a conocerme bien. Por eso en la dedicatoria dices que soy más que bueno condescendiente con lo que ideas en el libro presente y esperas de mí que te apoye en las quejas y denuncias que dejas caer en tus versos de dentro. Quizás más que yo te hubiera ayudado tu amigo del alma Carreta. Tal vez por ello el verdadero confidente de la pesadumbre que te embarga y con la que impregnas los poemas de sus páginas, sea tu mejor amigo. Estoy seguro de ello. No en balde el librito va dedicado a él con estas palabras: “A José Carreta, que me dejó tirado como una colilla, muriéndose.” O sea, Antonio, querido amigo, que Carreta estaba contigo en la empresa de detectar y denunciar los defectos de Cerdañola. No me lo niegues. Y me parece muy bien. Siempre hubo entre vosotros una simpática y fructífera complicidad, y no sólo en lo concerniente a los problemas de Cerdañola, que como hijos adoptivos del pueblo, no podíais pasar por alto. Yo tampoco lo hago, no vayas a creer. Pero ahora estoy hablando de vosotros dos. También erais cómplices en los asuntos relacionados con la poesía. Sin embargo, eso lo vamos a posponer de momento.
El contenido de Tiempos evaporados toca varios temas referidos, como he dicho, a la transformación (para mal) que ha experimentado la población mencionada, a sus árboles, el trazado de sus calles, sus costumbres, su floklore, las autoridades políticas… De ahí que salga a relucir tu idea de progreso y el amor que sentiste siempre por tu ciudad, expresado con esta pregunta:
“¿Qué ciudad queremos a la postre
que sea Cerdañola?
¿Un popular e ignorante pueblo
dado a la fiesta y al cerveceo,
o propiciarlo para que adquiera
el estudioso y preocupado espíritu de las bibliotecas
que huye de la ignorancia y el jolgorio?”
Aquí, no me lo puedes negar, querido Antonio, está presente aquel mentor tuyo de tu mismo nombre que se apellidó Machado. Como el tópico “cualquier tiempo pasado fue mejor”, de otro de nuestros grandes, Jorge Manrique, en los siguientes versos:
“Cuando llegamos a Cerdañola
su inicial era inexistente
y sus edificaciones de más de una planta
también.
Pero había una farmacia
y un guardia municipal
y un señor que repartía las cartas de Correos
y dos médicos
y un Secretario del Ayuntamiento
que hacía y deshacía,
supongo que era lo justo.
Verdaderamente Sardañola
era un pueblo tranquilo y feliz.”
Pero también hay poemas que contribuyen a conocerte mejor a ti porque a la primera ocasión que tienes te retratas sin ningún miramiento, como haces en el poema que abre el libro, Trapos sucios, y así proclamas a los cuatro vientos:
“Hay familias que acostumbran
esconder los trapos sucios
y entonces se les pudren
y huelen peor.
Mi costumbre es contraria
y supongo que más saludable.
Es la de señalar lo mal hecho,
sobre todo cuando me entero de ello,
y entonces algo se mejora.
Pero caigo en desgracia
algunas veces
por el hecho de ser un bocazas
incorregible…”
Sí, Antonio, pese a que es Cerdañola el sujeto de tu atención lírica, reclama aquí un hueco poderoso tu humanidad, dividida entre esta población catalana donde has vivido casi cincuenta años y tu natal Albacete. Así lo veo de modo transparente en el poema con que cierras el libro:
“Y,
como el tiempo, que siempre se evapora,
te quedas ante el tiempo sin un árbol,
cercado entre castillos de cemento
como Cerdañola o como España,
o como Albacete,
mientras viajo,
apurando el tiempo,
al encuentro ineludible de la muerte.
Pero los árboles y las raíces que yo planté
están aquí,
en la calle Canarias de Cerdanyola…”
Si hubiera estado aquí Carreta, seguro que se habría aliado contigo en esta guerra pacífica de denunciar los defectos de Cerdañola y reclamar los bienes de antaño, y habría dicho contigo que “Cerdañola fue siempre un lugar de árboles” y un “patio amigable y vecinal”. Y que “sólo perdura lo que bien se hizo y lo que siendo de todos vuelve a ser de todos, según los evangelios, y las raíces, y las costumbres de los que no soñaron con engañar a nadie.”

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