domingo, 14 de septiembre de 2008

Antonio Matea, el poeta del barro

7.

“Como alondras huyendo de la desesperanza.”

Hoy es un lunes lluvioso y triste y acabo de llegar del Instituto cansado y algo nervioso. No quiero pensar en lo que me espera para acabar el curso. Sólo hacerlo aumenta mi ritmo cardiaco. Los últimos exámenes del Trimestre, las pruebas de Suficiencia, los créditos de síntesis, las notas, las juntas de valuación, los claustros de final de curso, las listas de libros de textos y las de lecturas para el próximo curso, las desideratas…, todo eso suele sacarme de quicio de tal modo que me gustaría echarme a dormir y despertar en San Juan, cuando todo ha pasado y sólo es un recuerdo. Por eso prefiero refugiarme en el cartapacio de los recuerdos que tienen que ver con la literatura y la poesía y aquellos años en que de algún modo tus dos vidas, tu vida de latido, familia y andamio, y tu otra vida de creación poética, estaban relacionadas con las mías. Y nada más abrirlo, me encuentro unos versos tuyos que elogian Cangilones de vida, libro mío que yo te había dedicado, correspondiendo así a lo que tú habías hecho conmigo con tus Sonetos en gris mayor. Me demuestras en ellos que leíste con dedicación mi librito.
“…vas sembrando sin prisas,
a golpes de diez años,
palabras que son signos, sortilegios y cábalas,
historias de la vida y de la muerte
y surge,
brillante como un alba,
la intangible y desnuda poesía.
Por entre un vaporoso
trasfondo de nostalgia
Zamora que te llama y te chorrea
te mueve hacia una meta
como la sangre misma de tu cuerpo
que es sangre compañera
enamorada y dócil como pocas.”
Sí, amigo Matea. Tú me leías. Y ahora de nuevo siento un peso en el corazón. ¿Remordimiento de nuevo? Yo también te leía cada vez que me entregabas con aquel fervor tan tuyo otro libro salido de tu alfar de poeta. Te leía. Pero no con el fervor que tú te merecías. Ahora me doy cuenta. Pero no te preocupes. Que pienso entrar muchas otras veces por las habitaciones de tus poemarios, los campos de tus novelas, los jardines de tus cartas y tus artículos. Pienso bajar al sótano donde duermen los silencios de tus páginas y despertarlos a la voz del agradecimiento. La prosa de La noche de Leandro Petrul me llevará hasta la de Formulario, y de ésta a la de tus Preguntas. Tal vez leyéndote con fervor encuentre algunas respuestas que ando buscando desde mucho antes de que empezaras a irte. Por ejemplo, siempre me asombró la meticulosidad con que preparabas hasta lo más insignificante, ya fuera el cosido de tus páginas recién impresas (siempre de dieciséis en dieciséis, decías), ya fuera el calendario de tus esporádicos viajes a Albacete. En pequeñas tiras de papel apuntabas el día, la hora, el recado… Cuando hicimos el homenaje al pobre Vicente, me pasaste unos curiosos apuntes sobre la intervención que tú querías hacer a propósito, como pidiéndome venia, y tú no tenías que pedir permiso a nadie, Antonio. Y menos a mí. ¿Quién era yo? Sólo me habían encargado los compañeros, Visi, Milagros, Membrive, que me cuidara de hacer una introducción sobre la semblanza de un hombre bueno que había tenido la suerte de ser poeta y el infortunio de irse a las sombras antes de tiempo. Tú podías, exactamente igual que ellos, preparar los poemas de Rincón que quisieras y pronunciar las frases que desearas sobre su poesía y su vida para decirlas durante el homenaje. Pero tu personalidad así te lo exigía. Ahora lo veo con suma claridad.













8.

“Llegaban las palabras tercamente a mi labio,
aún no nacidas,
aún no condecoradas
por el aplauso ingenuo de los oídos.”

Tras aquel primer sábado de la tertulia quedé encantado ante tantas voces ponderadas como las que teníais los contertulios y la generosidad con que acogíais a los recién incorporados. En especial, tú, Antonio, que a la vuelta en el metro me contabas sin parar cosas y cosas de poesía, cómo escribías, sobre qué temas… y también me confesabas lo que opinabas de otros contertulios, como el propio Jurado Morales, Vicente Rincón, José Carreta o Juan Pastor, entre muchos otros. Y, sobre todo, me fuiste entregando como quien regala algo de uno mismo, libro tras libro. Hijos de la imaginación que habían nacido años atrás y que tú los confiabas a personas que apenas conocías, como yo, un recién llegado a la tertulia. Y eso me hacía sentirme muy orgulloso. Primero fue un cuadernito carmín titulado Lírica de color, homenaje a Juan Ramón Jiménez, que habías escrito con todo el fervor del mundo en Albacete en la primavera de 1961. Después La mosca, en cuya dedicatoria vi que ya había alcanzado por tu proverbial generosidad y entrega el título de buen amigo y mejor poeta. Hay en este último poemario una composición que te retrata magistralmente. Se titula “Como el viento” y quiero citar de él unos versos para apoyar lo que digo:
“He andado, despacio,
la paz de los caminos
y he sentido de cerca el silbo de las balas.
Me he manchado las manos
trabajando la tierra
y he pisado el mosaico de grandes personajes…
Las chabolas del hambre;
los palacios del lujo…
En todos los senderos he posado mi mano…
Comulgo, como y bebo…
Me marcho y, como el aire,
en todas partes sigo
y en ninguna me quedo…”
Ahora estoy leyendo bien tus libros, como debí hacer siempre. No con prisas
y con un lápiz en la mano como para acechar algún fallo. Y veo en ellos muchas ganas de vivir y de sembrar bondad en todas partes. Tu figura camina por el sendero de la poesía mientras es alimentada por sombras y por pájaros, al cobijo de otros poetas como Lorca, Juan Ramón, Alberti y Antonio Machado. Y sobre todo por la luz que siempre viene del cielo, como decía mi paisano Claudio Rodríguez, y viste de humanidad y esencia a las cosas que nos acompañan. Eso veo ahora en tus libros, mientras los repaso como quien hace un examen de conciencia. ¡Te debo tanto! ¿Por qué tendremos que ver siempre las cosas como si fuera agua pasada, cuando ya no podemos arreglarlas? Debí hablar más contigo. Y, sobre todo, serte sincero. Como tú lo eras conmigo. Debimos sentarnos más y charlar con el corazón en la mano. Sobre todo, yo, que siempre que podía intentaba no escucharte hasta el final. Es verdad que siempre padeciste incontinencia verbal, pero no hacías mal a nadie. Ahora te lo confieso. Muchas veces que te parecía atento a lo que me decías, en realidad deseaba que no hablaras tanto, que hablaras más despacio o incluso que pensaras un poco lo que estabas diciendo. Yo me consolaba a veces cuando decías que tu gran pecado era hablar y que era de los pocos que aguantaban tu verborrea.












9.

“Se mezclan en el convoy de la memoria
verbos, palabras, rostros, personajes…
que, sin lograr la luz, se desvanecen. “


A veces discutíamos sobre cómo leer nuestros propios poemas. Yo te decía con la mejor de mis intenciones que tenías que leer más despacio tus versos, y con mucho cariño, como si estuvieras acariciándolos, como si fueran de vidrio y tuvieras miedo de romperlos. Tú me contestabas que lo importante era que los oyentes entendieran el significado básico del poema y el mensaje que el poeta quiere verter en él. Y yo volvía a la carga empeñado en hacerte entender que el poema es un todo que se basa en cada uno de los versos que lo componen y que tan importante es el conjunto como sus elementos; que el fondo es inseparable de la forma, como el aroma de la flor o el calor del fuego, y por ello es conveniente por no decir necesario que el poeta cuando lee sus versos debe hacerlo con calma y claridad para que el oyente antes de llegar a la cima del poema ascienda por la ladera de los versos observando las piedras, las flores y las sorpresas de la ascensión. Y es que, Antonio, esto sí tienes que dejarme que te lo diga: escribir versos lo hacías como los propios ángeles, pero leerlos…era ya otra cosa. Lo bueno es que me decías siempre que la próxima vez leerías tus versos más despacio y yo me convencía de ello, pero en cuanto ponías tus ojos sobre el papel empezabas a atropellar las palabras y eras como el viento que empuja las olas unas sobre otras hasta confundirlas todas: al final pocos se habían enterado del arte y el sentimiento que tenían muchos de tus versos, y era una pena. Yo, que la mayoría de veces estaba sentado junto a ti en la mesa de recitadores, intentaba en vano hacerte un gesto con la mano para que fueras más tranquilo. Y lo mismo le ocurría a tu gran amigo Carreta. Erais tan poetas que creíais que todo el mundo lo era y que bastaba con poneros ante las cuartillas con los poemas para que los oyentes captaran el sentido completo de vuestras composiciones. Una vez nos tocó recitar en la Casa de Aragón de la calle Goya de Barcelona. Habíamos distribuido el tiempo de modo que tuviéramos la posibilidad los tres de leer con parsimonia los poemas que habíamos preparado para el acto. Acuérdate de que al final nos sobró un tiempo precioso. Podíais haber leído con más calma y así la gente salir de la sala con una idea más justa de vuestra valía poética. Menos mal que nuestro presentador aprovechó para invitar a la gente a formular preguntas sobre nuestros respectivos modos de concebir la lírica en medio de los tiempos actuales, tan impregnados de materialismo, prisa y desidia. Y el tiempo del recital más o menos se cumplió. Eso era ya a principios de 1979, cuando mi carrera literaria estaba comenzando y la tuya había madurado de manera considerable. Aunque Jurado hiciese bromas sobre nuestras verdaderas capacidades líricas. De Juan Pastor decía, ¿recuerdas?, que empleaba tics lingüísticos muy manidos y que se refugiaba en el verso libre porque era incapaz de domar la métrica. Claro que el mismo Jurado hacía exactamente lo contrario: sólo navegaba en albuferas de escasa profundidad con barcos llenos de endecasílabos y sonetos, evitando salir al mar abierto con velas tejidas de versos blancos. Por otra parte, Pastor hoy dirige una colección poética que es conocida nacionalmente y en la que algunos de nuestros compañeros de tertulia, como Visi o Esther, han visto publicada alguna cosa suya. De mí decía que tenía maneras pero que me faltaba mucho camino que recorrer. Eso no hacía falta que lo dijera. Ya sabía exactamente mis posibilidades pues por aquel entonces sólo había publicado Cangilones y Agua vivida. Y en cuanto a ti, decía que si corrigieras más y pulieras tus versos, podrías llegar lejos. Eso también te lo decía yo y aún lo sigo pensando, ahora que releo y releo tu caudalosa obra.

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