jueves, 4 de julio de 2024

ESTE VERANO CADA SEMANA UN TEXTO (II) EL FUGITIVO

 


EL FUGITIVO

(Versión  libre de un relato de Al Nussbaum)





En una cabina telefónica de la sala de espera de una estación de autobuses de Barcelona. Medianoche. El fugitivo.

--Me llamo Juan Campos y aquí sigo escondido en esta cabina desde que he visto hace poco aparecer en la puerta de la estación al Chivato. De buena me he librado. Al menos de momento. Pero sin duda se preguntarán de qué me escondo. Se lo explico brevemente. Resulta que hace unas semanas mi jefe Ignacio Fernández me encargó en Madrid entregar un paquete lleno de dinero, pero yo en vez de llevarlo a su destino, me quedé con él y empecé a gastarlo a capricho hasta que descubrí que todos los billetes tenían la misma serie, es decir, el muy cabrón me había dado un paquete de billetes falsificados. Y como ya era tarde para recuperar los que había gastado, añadí de mi bolsillo billetes auténticos. Cerré el paquete y lo llevé a su destino explicando mi tardanza alegando un problema con mi coche. Y creí que todo iría bien. Pero me equivoqué. Pues finalmente apareció en los periódicos la noticia de que medio centenar de personas habían sido detenidas en varios lugares de España por pasar billetes falsos. Enseguida pensé que Ignacio estaría echando pestes sobre mí y algo mucho peor pues en los periódicos se contaba cómo la policía había estado esperando una gran operación con billetes falsos citando además su número de serie. También decían los diarios que habían sido detenidos los distribuidores de Fernández. Así que temiendo que ya andarían buscándome para darme el pasaporte, cogí el coche y puse kilómetros por medio. Y como ven parece que me han medio localizado porque hasta aquí ha llegado el Chivato y si no encuentro pronto una oportunidad para seguir huyendo..., hará intervenir al Ejecutor, el único pistolero que siempre acaba cazando a su hombre, en este caso yo, que aumentaré su larga lista de víctimas despachadas con su pistola de calibre cuarenta y cinco. Ahora sólo falta que el Chivato me descubra y le indique que acabe conmigo.

Sala de espera de la estación de autobuses. Pasada la medianoche. Una mujer solitaria, con una bolsa del brazo y signos de cansancio, se sienta en una silla de la fila que hay frente a la cabina telefónica donde está Campos. El fugitivo.

--Esa mujer solitaria puede ser mi solución. El policía, que hace un rato echó a la calle a los dos vagabundos que ocupaban varias sillas con sus cuerpos, mochilas y demás enseres, ahora vuelve y acaba de fijarse en la mujer. Ésta es la mía.

Campos abandona la cabina telefónica, se acerca a la mujer y la coge de la mano.

--Siento haberte hecho esperar tanto, cariño. Ya podemos irnos.

La mujer solitaria pasea la vista desde Campos hasta el policía que se acerca y luego se levanta de la silla y coge del brazo a Campos. La mujer solitaria y Campos.

--¿Adónde vamos?

--¿Hambrienta?

--Sí.

--Yo también. Vamos a comer algo. A una manzana de aquí hay un restaurante que permanece abierto toda la noche.



En el restaurante. Sentados ante el mostrador de comidas. La mujer solitaria y Campos.

--En la estación me sentía mortalmente asustada ante la idea de que el policía me echase o, peor aún, me detuviese por vagancia o algo parecido cuando viese que no tenía dinero. Gracias por haberme ayudado. ¿Por qué lo ha hecho?

--Me pareció que había llegado el momento de hacerlo. Y ahora me alegro.

--Pues se lo agradezco de todo corazón.

--No hacía falta. ¿Qué quiere tomar?

--Un bocadillo de cualquier cosa y un café.

--Yo tomaré lo mismo.

Se acercó un camarero para servirles. Campos pidió dos bocadillos de queso y dos cafés. La mujer solitaria y Campos los consumen con avidez.

--Se ve que tenía hambre, ¿eh?

--Ya se lo dije.

--¿Quiere alguna cosa más?

--Sí, por favor. ¿Podría ser un pedazo de tarta?

--Claro.

El camarero le sirve la tarta a la mujer. Ésta la devora de igual modo. Luego Campos paga la cuenta. 

--Gracias otra vez.

--Ha sido un placer.

--¿Me lleva con usted?

--No sabe adónde voy.

--No importa. Ya he estado sola demasiado tiempo.

--Ni siquiera sabe usted mi nombre.

--Tampoco me importa.

--De acuerdo, ¿nos vamos?

--Cuando quiera.

--Encontraremos algún lugar en que alojarnos, pero primero tengo que hacer algo.

--¿Hacer algo? ¿El qué?

--Quiero averiguar si me siguen. Pero lo haré de camino. Vamos.




En una calle desierta. Delante de una especie de supermercado cerrado hay cajas de madera vacías. Sentados satisfechos sobre dos de ellas, uno frente al otro.

--¿Ya ha averiguado si le sigue alguien?

--No, no me sigue nadie.

--Hace un par de días me echaron de mi habitación por no pagar el alquiler. Y llevo más de un mes sin trabajo.

La mujer saca una cajetilla de cigarrillos arrugada del bolsillo de su chaqueta.

--¿Quiere un pitillo?

--No tengo vicios.

--Tiene suerte.

--Sí, la tengo.

--¿Puedo encender yo uno?

--Adelante. Estamos lejos de la esquina como para que alguien pueda ver la luz.

La mujer enciende una cerilla y acerca la llama al cigarrillo mientras Campo saca su pequeño revólver de calibre treinta y ocho para apuntarle. La mujer reacciona al ver el arma y mientras el pitillo se le cae de los labios, se levanta de la caja de madera y se protege el cuerpo con la bolsa que lleva siempre colgada del brazo.

--¿Qué va a... hacer con eso?

--Probablemente pegarte un tiro.

--Pero ¿por qué? Si yo no le he hecho ningún daño.

--Sólo porque no te he dado ocasión de ello, muñeca.

--¿Por qué iba yo a hacerle daño?

--Porque tú eres el Ejecutor. Todo el tiempo que estuve escondido en la cabina telefónica de la sala de espera de la estación de autobuses pensando que estaba burlando al Chivato, él ya me había visto y te había avisado a ti. Todo estaba preparado para que yo te recogiera y pudieras usar conmigo tu cuarenta y cinco.

--¿Mi cuarenta y cinco?

--Sí, tu cuarenta y cinco. Esa bolsa que aprietas contra tu pecho es justo lo que necesitas para llevarlo de un lado a otro. Esa pistola es muy grande y no se puede llevar en un bolsillo.

--Se equivoca, señor. De verdad. Yo no intento hacerle ningún daño.

--El Chivato y tú habéis cometido un error. Me has permitido darle esquinazo con demasiada facilidad. El hecho de que haya podido escapar tan fácilmente de él cuando me tenía tan cerca me parece hasta ridículo.

--Por favor, señor, déjeme ir. En ningún momento he intentado hacerle daño. Estoy sola en el mundo y necesito compañía. Yo creí que usted también necesitaba a alguien.

Campos, ante las palabras de la mujer empieza a tener alguna duda y baja el cañón de su pistola. La mujer, visiblemente nerviosa saca del bolsillo de su chaqueta la cajetilla de cigarrillos, pero ve que está vacía y la tira a un lado con una mano mientras que la otra la introduce en la abertura de la bolsa. Y Campos, sin vacilar, levanta el revólver y le dispara en la cabeza. La mujer cae hacia atrás y queda tendida inmóvil en el suelo, con la mano metida en la bolsa. Luego Campos inspira profundamente y a continuación exhala lentamente el aire. Finalmente, gira sobre sí mismo para abandonar el sitio.

--Parece muy tranquila, en absoluto una perdedora. No he necesitado tocar la bolsa. No me importa saber si es o no el Ejecutor. Si me he equivocado respecto de ella, no tardaré en averiguarlo. Teniendo en cuenta todo lo que ha pasado, estoy convencido de que he hecho lo que tenía que hacer en ese momento.

Campos echa a andar hacia el final de la calle, completamente en penumbra, y desaparece.

FIN


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