domingo, 31 de marzo de 2024

MACHADO EN ABRIL LA VERDE HUMAREDA

 


En abril poca lluvia y nubes mil

LA VERDE HUMAREDA

“La primavera besaba

suavemente la arboleda,

y el nuevo verde brotaba

como una verde humareda.”

                                         A. Machado




JUVENTUD SIN AMOR

Acaba de empezar la primavera, a la que por motivos obvios llamo la verde humareda en recuerdo de los versos del maestro Machado, con los cuales encabezo este escrito, que empiezo hoy y no sé si lo acabaré, aunque de terminarlo tendría que ser antes de que la primavera deje paso a la siguiente estación, en que indefectiblemente la esperanzadora humareda verde del poeta sevillano ya habrá desaparecido de los árboles de hoja caduca y sólo será un recuerdo. Yo que nací un 20 de febrero, piscis primerizo, siempre recuerdo la primavera como la luz que habitó mis ojos de vida nueva y mi corazón de la sensibilidad suficiente para saborear a gusto cualquier muestra artística y literaria, sin ir más lejos los versos del poeta sevillano que han dado origen a este primer apartado. Antes de copiar el poema entero en que están incluidos conviene apuntar una breve explicación: el poema, que no tiene título, sino que viene encabezado por números romanos LXXXV, aparece en en las POESÍAS COMPLETAS, edición de Manuel Alvar (Espasa Calpe, 1978-1988), incluido en el libro Soledades (1898-1907), en la sección Galerías, y eso que en la nota de pie de página nº 22 se afirma que este poema, titulado Nevermore, se publicaría en PÁGINAS ESCOGIDAS (Madrid, 1917), coincidiendo con la aparición de la obra cumbre de don Antonio Campos de Castilla (1907-1917), cuyos tonos en algunos casos nos recuerdan los primeros versos que hemos escogido. Si no, léanse los versos que siguen pertenecientes a la segunda estancia asonantada de la sección Campos de Soria:

“En los chopos lejanos del camino,

parecen humear las yertas ramas

como un glauco vapor –las nuevas hojas--...”

Y ahora leamos completo el poema de Galerías LXXXV que ha dado pie a esta explicación:

“La primavera besaba

suavemente la arboleda,

y el verde nuevo brotaba

como una verde humareda.

Las nubes iban pasando

sobre el campo juvenil...

Yo vi en las hojas temblando

las frescas lluvias de abril.

Bajo ese almendro florido,

todo cargado de flor

—recordé—, yo he maldecido

mi juventud sin amor.

Hoy, en mitad de la vida,

me he parado a meditar...

¡Juventud nunca vivida,

quién te volviera a soñar!”

Visión primaveral que el poeta, en mitad de su vida, experimentó en abril ante un almendro florido con las primeras hojas temblando que le hizo reflexionar con tristeza sobre su juventud sin amor.



PISCIS

Vaya por delante que yo no creo mucho en la astrología y en el hecho de que los astros puedan dar respuestas fiables a las preguntas que se hace el ser humano ni que les marca su personalidad. Pero sí siento cierta curiosidad por conocer a artistas y gente de letras que nacieron en fecha parecida a la mía (un 20 de febrero) y a la que admiro, para averiguar si lo que pensaron, sintieron y escribieron se parece algo a lo que yo pienso, siento y escribo. Y empiezo por una escritora española cercana a mis intereses líricos, Rosalía de Castro (nació un 23 de febrero) que finalmente se convirtió en encarnación y símbolo de su pueblo, el gallego. aunque aquí lo que más me importa de ella es que junto a Gustavo Adolfo Bécquer (otro de mis poetas más queridos, por ser el primero que leí en profundidad), es precursora de la poesía española moderna. Tres libros de pura lírica lo muestran. Los dos primeros, Cantares gallegos y Follas novas, representan un canto colectivo, artísticamente logrado, que sirvió de espejo dignificante a la comunidad gallega por emplear su lengua y ensalzar sus tradiciones. Y el tercero, En las orillas del Sar, ahondando en el lirismo subjetivo y consolidando la métrica anterior, manifiesta un tono trágico que encaja con las duras circunstancias que rodearon los últimos años de su vida. Los Cantares gallegos tienen la particularidad de estar dedicados en lengua castellana a Fernán Caballero con estas palabras: Señora: Por ser mujer y autora de unas novelas hacia las cuales siento la más profunda simpatía, dedico a usted este pequeño libro. Sirva él para demostrar a la autora de La Gaviota y de Clemencia el grande aprecio que le profeso, entre otras cosas, por haberse apartado algún tanto, en las cortas páginas en que se ocupó de Galicia, de las vulgares preocupaciones con que se pretende manchar mi país. Santiago, 17 de mayo de 1863.” 

Los Cantares brotaron durante su estancia en Castilla debido a su matrimonio con el historiador gallego Manuel Murguía, al que conoció en Madrid. En la meseta la poetisa se sintió en un ambiente hosco y seco que le obliga a añorar su tierra verde natal y en su poesía aparecen ritmos populares, paisajes, costumbres y gentes de su región. Follas Novas es el resultado del dolor y el desengaño donde destacan sus propios sentimientos y los de sus paisanos, es decir, es el gran poema del alma gallega. Finalmente, En las orillas del Sar, libro escrito completamente en castellano, es “una atormentada confesión de su intimidad”, palabras de Correa-Lázaro, cuyos temas abarcan desde el amor al dolor, pasando por la injusticia humana, la muerte y la eternidad, expresados en poemas breves de rima asonante y versos variados. Un ejemplo:


Yo no sé lo que busco eternamente
en la tierra, en el aire y en el cielo;
yo no sé lo que busco; pero es algo
que perdí no sé cuándo y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita
en todo cuanto toco y cuanto veo.
Felicidad, no he de volver a hallarte
en la tierra, en el aire, ni en el cielo,
¡aun cuando sé que existes
y no eres vano sueño!”

Es grande el parecido entre este tono lírico de Rosalía y el que emplea Bécquer en muchas de sus Rimas. Y hablando de parecidos, y teniendo en cuenta que más arriba hablamos de Machado, es oportuno citar dos poemas, uno de Rosalía de Castro y otro de Antonio Machado. El de Rosalía, que pertenece a Follas novas, dice así:


Unha vez tiven un cravo

cravado no corazón,

i eu non me acordo xa se era aquel cravo

de ouro, de ferro ou de amor.

Soio sei que me fixo un mal tan fondo,

que tanto me atormentóu,

que eu día e noite sin cesar choraba

cal choróu Madalena na Pasión.

Señor, que todo o podedes

-pedínlle unha vez a Dios-,

dáime valor para arrincar dun golpe

cravo de tal condición”.

E doumo Dios, arrinquéino.

Mais…¿quén pensara…? Despois

xa non sentín máis tormentos

nin soupen qué era delor;

soupen só que non sei qué me faltaba

en donde o cravo faltóu,

e seica..., seica tiven soidades

daquela pena…¡Bon Dios!

Este barro mortal que envolve o esprito

¡quén o entenderá, Señor!…”


El poema de Antonio Machado, que pertenece al libro  Soledades, dice así:

Yo voy soñando caminos

de la tarde. ¡Las colinas

doradas, los verdes pinos,

las polvorientas encinas!...

¿Adónde el camino irá?

Yo voy cantando, viajero

a lo largo del sendero...

-la tarde cayendo está-.

"En el corazón tenía

"la espina de una pasión;

"logré arrancármela un día:

"ya no siento el corazón".

Y todo el campo un momento

se queda, mudo y sombrío,

meditando. Suena el viento

en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;

y el camino que serpea

y débilmente blanquea

se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:

"Aguda espina dorada,

"quién te pudiera sentir

en el corazón clavada".

El clavo de Rosalía clavado en el corazón es en Machado una espina, que una vez desaparecidos uno y otra, privan a los dos poetas de la capacidad de sentir y a los dos quejosos por no tenerlo.





VERSOS PRIMAVERALES

Yo siempre he sentido fervor por la resurrección de la naturaleza tras la muerte temporal que sufre en el invierno, y en casi todos mis libros me he referido a la resurrección de la naturaleza. Y así, desde aquel Cangilones de vida de 1978 no he dejado de cantarla. Ya entonces lo hice en las secciones Jardín amenazante (En recuerdo, Narciso, Miguel Hernández), Primera antología para un amigo sentimental (Esperando un milagro, Cinco poemas de un tiempo extraviado y Equipaje de sueños). Unas muestras:


I

Una tristeza como un cuchillo agrio

que me fuera abriendo el alma

siento a veces, madre,

cuando veo el campo

lleno de esperanza,

los pájaros conformando sus nidos

y los árboles con sus hojas tempranas,

mientras tú sólo eres

una tierna emoción a la hora de nombrarte.

A veces me rebelo contra la vida

porque sigo viendo

brotar los hinojos

y hermosearse a las muchachas

mientras tú solo eres

un retrato dibujado por mi mano temblorosa.



II

No puedo hacer otra cosa

que recordarte, narciso,

ahora que sólo duerme tu bulbo

en una maceta arrinconada,

juguete de mis hijos,

donde un día floreció tu magia.

No puedo hacer otra cosa

que recordarte, narciso,

mientras tu bulbo aguarda

impaciente el beso de la primavera

para brotar en elegancia verde,

en cuchillos pacíficos

y en blanca geometría de ocultismo.


III

Sé que quieres levantarte

para oler el campo

y caminar sobre la hierba.

Espera un poco, Miguel,

que ya la primavera está llegando

a todos los paisajes de tu España,

para volver,

para que ese rayo tuyo que no cesa

haga su aparición deslumbradora

para que esas sombras

que ultrajan todavía tu perfil

se desvanezcan sumisamente para siempre.



IV

Te fuiste un día de mayo para siempre.

Cuando todo renacía bajo el cielo,

elegiste tu lenta destrucción.

En la luminosa primavera de la tierra,

tu oscuridad silenciosa.

Poco antes, Barcelona,

te esperaba como un diamante en bruto,

toda brisa, toda mar,

una casa mejor

y la calma que tanto merecías.

Y de pronto,

como irrumpe el mal en nuestra vida

el fuego más impío empezó a devorarte.

Y un día de primavera

no nos diste tiempo de decirte adiós.


V

Contemplo este abril

que hay tras mi ventana

como un cuerpo tendido

sobre la piel amante del jardín.

Mira tú también tras la ventana

este abrazo verde de abril.

Puebla de amor tus ojos

y empuja tu deseo a vuelos mágicos.

Escucha cómo llena dulcemente

esta caliente imagen

la solitaria bodega de tu mente,

y déjate llevar por su oleaje

a la remota playa de la aventura.


VI

Yo le deseo, don Antonio Machado,

que pueda regresar algún día

a la tierra que amó tanto

y aspire el olor de los surcos heridos,

y escuche la música frondosa de los álamos.

Y acaso entonces pueda

con ese paso suyo, tranquilo y escorado,

cruzar la niebla donde Dios le espera

y ver la Nueva Luz

de la otra vida buena.




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