miércoles, 20 de marzo de 2024

ZAMORA. LUGARES CON SEMANA SANTA

 


En plena Semana de Pasión, a un paso de comenzar la Semana Mayor, siento la necesidad, a la vez que la memoria me devuelve la emoción de las Semanas Santas que yo viví, de hablar de los lugares zamoranos relacionados con las imágenes que desfilan en sus procesiones.

Y comienzo, como no podía ser de otro modo, por la Catedral, en algunas de cuyas capillas presiden varias de esas imágenes, como iremos viendo. En la Capilla de San Nicolás, enmarcada en un arco de medio punto con capiteles dóricos que se apoyan en zócalos tipo herreriano, se guarda la talla de la Virgen de la Esperanza, obra del escultor Víctor de los Ríos, que desfila en procesión, primero con el Nazareno de San Frontis, la noche del Martes Santo, y luego, sola, la mañana del Jueves Santo, en la cofradía Virgen de la Esperanza que sale de la iglesia de las Dueñas de mi querido barrio de Cabañales, donde ha permanecido guardada desde la noche del Martes Santo tras su despedida del Nazareno de San Frontis.

 

 

En la  Capilla de San Bernardo, de planta cuadrada y bóveda de crucería, cuya presidencia ostenta la imponente figura del Santísimo Cristo de las Injurias, perteneciente al siglo XVI, tallada en madera en tamaño algo mayor que el natural y atribuida entre otros a Gaspar Becerra, Jacobo Florentino, Diego de Silóe o Arnao Palla, y paso titular de la Cofradía del Silencio que desfila en la noche del Miércoles Santo. 


 

La Capilla de Santa Inés, capilla funeraria del Señor don Diego Arias de Benavides, arcediano y canónigo de la Catedral, está presidida por la imagen titular de la Cofradía del Santo Entierro, denominado el Sepulcro de Cristo o La Urna, que desfila la tarde del Viernes Santo donde tuve el inmenso honor de desfilar con el hábito de cofrade que me prestó generosamente un amigo de la adolescencia. A propósito de ello, conviene recordar que el autor del Yacente de la Urna es Aurelio de la Iglesia, escultor al parecer bastante bohemio que pospuso el trabajo del Cristo muerto hasta que, apurado por la fecha de entrega, se puso manos a la obra y no se le ocurrió otra cosa que copiar el cadáver de un ahogado que vio en el Hospital San Carlos de Madrid (hay quien dice que el cuerpo copiado era el de un ahogado en el río Duero). 


 

Cerca de la Catedral se encuentra la Iglesia de San Claudio de Olivares (nombre este último del barrio donde se halla el templo), perteneciente, como la mayoría del románico zamorano, al siglo XII. Pues bien, en su interior, además del interesante retablo barroco de la capilla de los Fermoselle, se venera la imagen del Cristo del Amparo, anónimo del siglo XVII, cuya procesión patrocinada por la Hermandad de Penitencia, desfila a partir de la medianoche del Miércoles Santo.


 

Regresamos al centro de Zamora para hablar ahora de la iglesia de Santa María la Nueva, que fue víctima de un incendio en el llamado Motín de la Trucha de 1158, que había enfrentado a nobles y plebeyos debido a una trucha adquirida en el mercado de abastos. Ya he contado en otros sitios el trágico suceso, que resumido quedaría así: los del pueblo apoyaron al hijo de un zapatero que se resistió ante el despensero de un noble que quería arrebatarle una trucha que había comprado, y antes de que los nobles, reunidos en el interior de la iglesia, decidieran qué castigo darles, los representantes del pueblo prendieron fuego a la iglesia, causando su destrucción y la muerte de los nobles. En el muro norte del primer tramo de la nave se conserva la hendidura por la que, según la tradición, salieron las Sagradas Formas para alojarse en el Beaterio de Las Dueñas en el momento del incendio del Motín de la Trucha. Antes de visitar el interior, hay que echar una mirada a lo alto de la espadaña donde sigue el impertérrito nido de cigüeña con su blanquinegra moradora. Dentro de la iglesia destacan una pila bautismal del siglo XII, bajo el cuerpo de la torre, con relieves del bautismo de Cristo, y especialmente la figura del famoso Jesús Yacente del siglo XVII, tallada por Francisco Fermín, escultor formado en el taller de Gregorio Fernández, al que desde tiempo inmemorial se le atribuía la imponente imagen que desfila el Jueves Santo por la noche y a la que se canta el Miserere en la plaza de Viriato.


 

Pegado a la iglesia de Santa María la Nueva se halla el Museo de Semana Santa, que fue creado en 1957 por la Junta Pro Semana Santa de la ciudad con el fin de conservar y exhibir al público los pasos procesionales de las cofradías, hasta entonces alojados en diversos locales llamados en Zamora popularmente paneras. El Museo se abrió al público en septiembre de 1964, año en que me trasladé con mi familia a Barcelona, con lo que no pude asistir a tan importante evento. En él se exponen alrededor de cuarenta pasos procesionales, que suponen la mayor parte de los que desfilan durante la Semana Santa, que sobrepasan los cincuenta. Por último, en el Museo destacan los pasos de los imagineros Ramón Álvarez, Mariano Benlliure, Ramón Abrantes, Hipólito Pérez Calvo y Enrique Pérez Comendador, entre otros,  además de numerosos objetos relacionados con la Semana Santa. Antes de dejar atrás la Plaza por la calle de Barandales, debemos despedirnos del personaje que le da nombre. Barandales, estatua de bronce (obra del imaginero zamorano Ricardo Flecha Barrio) del emblemático personaje de la Semana Santa zamorana, con las típicas campanas anudadas a sus muñecas, que abre la marcha de las procesiones.


 

Internándonos aún más en el corazón de Zamora, llegamos a la Plaza Mayor, donde se encuentra la iglesia de San Juan Bautista. llmada también de Puerta Nueva por encontrarse junto a la Porta Nova, la más oriental del primer recinto amurallado. Su portada sur, que es la principal, destaca porque hay sobre su puerta un rosetón de rueda de carro, con la cruz de Malta inscrita,  tipo de rosetón que se ha convertido en símbolo característico del románico zamorano. En la actualidad la iglesia, después de la reforma que sufrió en el siglo XVI, sólo conserva una nave con cubierta mudéjar de madera y tres capillas reformadas.  Y ya que hablamos del interior del templo, conviene recordar que además de contar con el retablo principal del siglo XVI dedicado a San Juan Bautista, guarda dos de las imágenes más importantes de la famosa Semana Santa zamorana: el Jesús Nazareno, de Antonio Pedrero, que desfila el Viernes Santo por la mañana, y la Virgen de la Soledad, obra de Ramón Álvarez, que procesiona en esa misma cofradía y esa misma mañana y, sola, la tarde noche del Sábado Santo. Por último, antes de continuar nuestro recorrido, fijémonos en el grupo escultórico de bronce que hay delante de la iglesia, el Merlú, obra del mencionado Antonio Pedrero (dos cofrades de la procesión de Jesús Nazareno que en la madrugada del Viernes Santo sale de esta iglesia, uno tocando la trompeta y otro el tambor, cuya función es llamar a formar al resto de la cofradía antes de iniciar el desfile semanasantero)


 

 Muy cerca de la Plaza Mayor se levanta la iglesia de San Vicente Mártir, construida entre finales del siglo XII y principios del siglo XIII y modificada con los años. El interior de la Iglesia es, en general, del siglo XVII y está rematada por un chapitel del siglo XVIII. De la construcción original se conservan los muros norte, oeste y sur, con sus respectivas portadas, así como la torre, que destaca por su hermosura y por ser la más esbelta de la ciudad. Originalmente contaba con planta basilical de tres naves de cuatro tramos cada una, pero, actualmente, sólo posee una, con presbiterio cuadrado y capillas laterales, destacando la de la Virgen de las Angustias: la imagen de Nuestra Madre es obra de Ramón Álvarez, quien la finalizó en 1879. La Virgen es de vestir, teniendo tallados solamente cabeza, pies y manos; el Cristo es totalmente de talla y sumamente ligero; el paso se completa con una cruz de plata sobre armazón de madera, mientras que la mesa, diseñada por Antonio Pedrero y ejecutada por José Antonio Pérez, es portada a hombros por  cargadores (hombres y mujeres) la noche del Viernes Santo. No puedo evitar recordar con alegría y emoción el día en que en uno de mis retornos a la ciudad del alma (2006) fui a visitar al párroco de la iglesia, entonces don José Tamames, que de mozo (Pepito, para nosotros) había sido vecino nuestro en la plaza de Belén de Cabañales, donde su padre trabajaba en la fragua que tenía en la planta baja del hogar familiar. Recuerdo que al verme se llevó tanta alegría como yo y celebró nuestro reencuentro mostrándonos, orgulloso, a mi mujer y a mí las figuras del paso semanasantero en la capilla o camerino donde entonces se exponían.

 


 

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