viernes, 23 de septiembre de 2022

MEMORIAS DE UN JUBILADO. En Provenza (I)

 


PRELIMINAR



Las historias a que me refiero y que están contenidas en las páginas que siguen fueron inspiradas durante el viaje que hace unos meses realizamos la familia a la Provenza. Nuestro centro de operaciones fue la ciudad de Aviñón y las etapas principales del viaje tuvieron como lugares visitados en primera instancia, demás de la ciudad de los Papas, Sète, cuna y sepulcro del poeta Paul Valery; Tarascón, población donde el escritor de Nimes Alphonse Daudet situó parte de la acción de las historias de su principal personaje Tartarín de Tarascón, y donde se encuentra la Colegiata Real de Santa Marta, con el sarcófago que contuvo antiguamente los restos de la santa que derrotó a la Tarasca, monstruo parecido al que venció San Jorge, en nuestra tradiciones españolas; Maillane, pueblo vecino del anterior, en cuyo cementerio reposan los restos del poeta provenzal Premio Nobel Federico Mistral; Saint-Remy, localidad en la que se encuentran el sanatorio mental en que fue recluido el pintor holandés Van Gogh o el grupo arquitectónico romano, Glanum, o la casa natal del profético Nostradamus; Fontvieille, población en cuyos alrededores se encuentra el Molino de Daudet; Arlés, ciudad adonde fue a parar Van Gogh procedente de París, en la que se puede admirar la Puerta de la Caballería y especialmente las Arenas, impresionante anfiteatro romano que hoy se utiliza para corridas de toros o conciertos musicales; Orange, localidad donde se levantan un excepcional Arco de Triunfo romano y especialmente el Teatro asimismo romano donde se montan importantes obras teatrales antiguas y modernas; Lourmarin, población recoleta en cuyo cementerio reposa Albert Camus, el del mito de Sísifo; y finalmente, Aix-en-Provence, populosa ciudad, cuna y sepulcro del pintor Cezanne.

Y sin más preliminares, dejo al presunto lector a solas con las que siguen.



PRIMER DÍA

Mañana

A primeras horas de la mañana llega con su coche nuestro conductor familiar. El resto de la familia, con todos los bártulos del viaje listos, lo saludamos alegres, metemos nuestras cosas en el maletero del coche, y los cuatro partimos hacia la Ap7 rumbo a la aventura, cuyo itinerario ha intentado programar al detalle el guía familiar. Cerca de la autopista, entre unos árboles, hemos visto tres abubillas, y las bromas con su nombre en catalán (pu-pu-pu) se han disparado durante unos minutos. Creemos que la aparición de pájaros tan singulares en nuestro camino es una buena señal. (…)

Voy anotando cosas en mi cuaderno mientras picoteo de vez en cuando en las conversaciones de mis compañeros de viaje. Cerca ya de la frontera con Francia, se observan en el cielo azul, todavía no excesivamente quemado, unas cuantas nubes, zeppelines blancos que navegan casi imperceptiblemente en lo alto. Sin embargo, hay una rebelde que ha preferido convertirse en un gigantesco bocadillo de cómic, pero sin texto y sin personaje. Se me ocurre hacer de esto último y añadir lo que diría ahora: “No sé si podré ver con detalle algunas bellezas desde aquí arriba. Mejor será acercarse para ver qué pone en aquel arco que cruza la autopista.” (…) PORTA CATALANA. Un poco más adelante entramos en Francia. Hasta la vuelta, España. (…)

A media mañana hacemos nuestro primer alto. Estiramos las piernas y respiramos un poco de aire sano y libre entre los pinos que salpican de verde el lugar. Los lavabos están limpios. Suena música de ambiente. Paréntesis de calma (…)

Y volvemos a rodar por la autopista. Viñedos a ambos lados. Fuerte viento. El cielo tiene ahora un azul lavado con las pompas blancas de jabón flotando sobre las copas de los árboles vapuleadas por el fuerte viento. No en balde todos los troncos aparecen inclinados en el mismo sentido. (…)

Cerca ya del mediodía salimos de la autopista camino de Mèze. Los dos guías jóvenes comentan con nosotros que nos dirigimos a Sète, primer punto importante de nuestra ruta hoy, sin contar el principal de la jornada, que es Aviñón, donde hemos alquilado nuestra parada y fonda para estos días en la Provenza. Pero antes de llegar a Sète, encontramos retenciones que amenazan retrasar la hora de la comida. Aprovechamos para alegrar nuestras miradas con la sedante visión del estanque de Thau, que se extiende a la izquierda de nuestra marcha, lleno de bateas que son criaderos, entre otros bivalvos, de ostras y mejillones. Sólo verlas, se nos abre el apetito. El diestro conductor obliga al coche a trazar curvas y curvas por una carretera mala llena de parches y rotos en el alquitrán, flanqueada por viñedos. Mientras el guía principal nos anuncia que nuestra aventura está a punto de llegar a buen término, el lugar inconfundible donde vamos a comer. (…)

Aparcado el coche, entramos en uno de aquellos rústicos y naturales restaurantes donde los propios trabajadores de la industria pesquera aguardan a los turistas en sus propios muelles donde han colocado unas mesas de madera, modestas pero limpias, para servir los productos del mar que traen en barcazas hasta el local donde preparan la siembra de las ostras a la vista de los posibles visitantes (eso hicimos nosotros al elegir nuestro lugar para comer). (…)

Sentados los cuatro a una mesa de aquellas asomadas a la laguna, disfrutamos de la vista del mar y del olor marino mientras preparaba el dueño, un joven de edad aproximada a la de los guías familiares, nuestra comanda para traérnosla a la mesa. Hablamos también de cómo lo habíamos sorprendido, al entrar en su local de trabajo aplicado en la siembra de minúsculas ostras en delgados surcos abiertos sobre una plancha de madera. Y del nombre del lugar, un paraíso modesto pero prometedor, OSTREI-SUD. (…)

He aquí nuestro festín marino que consta principalmente de ostras, mejillones y tielles, empanadas circulares de pulpo, procedentes de Sète, cuya silueta entreveíamos al otro lado del estanque. Y todo eso bien acompañado de Pic Poule de Pinet, un vino blanco de la zona servido frío en una faja de hielo. La estancia, asomados a la laguna bajo un toldo y acariciados por la brisa, la sabrosa comida marinera, la charla distendida y el delicioso sopor del Pic Poule de Pinet haciendo de las suyas en nuestros  ánimos, empezó a crear en nuestras memorias uno de esos recuerdos que duran toda una vida. (…)


 

Acabada la comida, tras la ineficacia de los cafés intentando despejarnos la modorra, me dio por dormitar y abstraerme algún tiempo de aquel lugar tan idílico, mientras veía desde hacía algunos minutos volar una golondrina por las inmediaciones del lugar del trabajo del ostrero y de vez en cuando llevando sus vuelos al interior del taller muy cerca de las vigas del techo (¿estaba su nido allí?), me dio por poetizar un recuerdo de mi infancia que tenía que ver con otra golondrina que en el desván de casa tenía su nido y entraba y salía de él por la claraboya del tejado… ¿En qué sueñas?, oí que me preguntaba mi mujer, mientras miraba a la golondrina del presente y luego a mí con una sonrisa inteligente. Y le respondí, siguiendo el hilo de mi recuerdo del pasado: “¿Qué habrá sido de aquella golondrina, /cuyo viejo cadáver un verano/ asomado quedó a la claraboya/ como un fantasma fiel a su pasado?” Los dos jóvenes rieron de buena gana, mientras el mayor, el guía cultural, decía: “Ya salió el poeta con sus versos” y el pequeño, el diestro conductor: “O mejor la inspiración del Pic Poule de Pinet.” Reímos todos.(…)


 

El guía cultural nos recordó que nos quedaba por cumplir la segunda parte del programa del día. Así que pagamos la cuenta y nos pusimos en marcha bajo un sol injusto. El conductor nos llevó de nuevo por las curvas y los viñedos anteriores y entramos en Sète, y tras dejar atrás su bonito puerto lleno de barcos atracados en los muelles y sus lujosas avenidas adyacentes, empezamos a subir a lo más alto de la población para visitar el cementerio marino y localizar la tumba del poeta hijo del lugar Paul Valèry. (…)

Aparcado el coche familiar cerca de la puerta del camposanto, empezamos a subir por cuestas y escaleras, entre tumbas, cruces, esculturas, lápidas y estelas, fotografías de difuntos, rosas y roscos de cerámica, guijarros sobre las tumbas… hasta que en una esquina donde arrancaba una escalinata encontramos el letrero que buscábamos: PAUL VALERY. Subimos la última escalera y nos sentamos en un banco de piedra medio en sombra. La vista desde allí arriba no podía ser más elocuente: una franja de azul oscuro, el mar, entre siluetas de cruces. Frente al banco, el ancho de la escalera en medio, se hallaba la tumba donde reposaba el autor del poema El cementerio marino, que yo había vuelto a leer meses antes de emprender el viaje, con el objeto de componer una especie de epitafio en décimas. Sentados sobre el banco leí dos de esas composiciones dedicadas al ilustre difunto, y mientras las leía, pensé en su modo puro de escribir poesía, una poesía que canta el sueño y la pasión de existir y en la cual el más allá siempre forma parte de la propia vida, de la existencia humana que sufre y ama, y corre paralela a la muerte y acaba en ella, en la muerte que dignifica la propia vida, la vida que es transitoria y pasajera.



REFLEXIÓN

A Paul Valèry siempre le rondó la mala suerte. Ya en su adolescencia vivió su primer contratiempo pues habiendo pensado desde muy niño dedicarse a la carrera de marino, en 1884 algunos contratiempos familiares le obligaron a renunciar a la preparación de ingreso en la Escuela Naval. Y aunque algunos años más tarde cursó Derecho en el Liceo de Montpellier, comprobó que la estupidez y la insensibilidad parecían inscritas en el programa de esos estudios de tal manera, que sus actividades principales consistían en añorar la frustrada carrera de marino, y así pudo escribir en 1891: “Estoy ebrio de la belleza de las cosas del mar, y me esfuerzo por asir su hermosura arriesgada y triunfal”. Junto con la lectura, a través de la cual descubrió la obra de Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud y Verlaine. Justo en 1891, concretamente en junio de ese año, Valèry se cruzó en la calle con una mujer catalana, bastante mayor que él, de cuya belleza quedó al momento prendado y a quien volvió a ver en otras ocasiones, pero que en ninguna se atrevió a requerirla en amores. En una carta posterior a Guy de Pourtalès, Valèry le confió: “Creí volverme loco allí en 1892, en cierta noche blanca —blanca de relámpagos— que pasé sentado deseando ser fulminado”. Y en otro texto más o menos contemporáneo del suceso: “Noche infinita. CRÍTICA. Quizá efecto de esta tensión del aire y del espíritu… Me siento OTRO esta mañana. Pero —sentirse Otro— esto no puede durar. Ya sea que uno vuelva a ser, y que triunfe el primero; o que el nuevo hombre absorba y anule al primero”. Luego vinieron años de relativa paz de espíritu y de triunfos literarios y profesionales más que sonados, como la publicación de El cementerio marino en 1920, o el ser elegido miembro de la Academia Francesa en 1925. Sin embargo, los últimos años de su vida, desde 1938 a 1945, otra mujer volvió a cruzarse en su vida de tal manera que la convirtió en un verdadero calvario. En efecto, a sus 67 años inició una secreta relación sentimental con la abogada Jeanne Loviton, una mujer esta vez treinta y dos años más joven que él, que escribía novelas con el seudónimo de Jean Voilier, y cuya vida amorosa había estado ligada a varios escritores de la época. Este amor (“Oh triunfo de mi ocaso, que doras mi crepúsculo con mirada de amor”) le inspiró a Valèry la escritura de centenares de poemas de amor, que él mismo corrigió y ordenó y a los que decidió titular Corona & Coronilla, así, en español. Adjuntó además unas notas declarando que “hay buenas cosas en este montón, este pobre montón de horas devotas y cantarinas... Sí que valió la pena. Forma un conjunto como no hay otro, creo, en nuestra poesía”. Un conjunto que da cuenta de que el corazón triunfa al fin en Valéry sobre el espíritu y su ídolo intelecto. Él mismo lo escribe en una de sus últimas anotaciones en los Cuadernos: “…Conozco my heart también. Éste triunfa. Más fuerte que todo, que el espíritu, que la organización. Es un hecho. El más oscuro de los hechos. Más fuerte, pues, que el querer vivir y el querer comprender es este bendito C”. El poeta se entregó a ella de forma obsesiva, y esa entrega la manifestó tanto en prosa (en una carta le dice: “nosotros somos todo, el resto no existe más que por error”) como en verso (en uno le dice: “No hay idea mía que tú no extermines”, y en otro: “Vivir sin ti un día me lo vuelve de hierro”). La preclara inteligencia de Valèry claudicó ante las intrigas de la joven abogada a la que Mauriac definió como “el último gran personaje novelesco de su época”, pues, según se rumoreaba, antes de llegar a la cama de Valèry había pasado por las de los escritores Giraudoux, Malaparte o Saint-John Perse. Más misterios rodean el quehacer amoroso de Jeanne Loviton, ya que se la consideró involucrada en la muerte de su último amante, el editor Robert Denoël, asesinado de un tiro cuando los dos iban juntos en un coche. Louis-Ferdinand Céline la acusó de ser cómplice de aquel suceso, y otros sospecharon de ella cuando se supo que Denoël acababa de convertirla en máxima accionista de su empresa, algo que ella aprovechó, poco después, para venderle casi la totalidad de sus participaciones a la competencia, es decir, a Gallimard. Esas dudas razonables la acompañaron toda su vida, que fue larga: murió a los 93 años, en 1996. Para entonces ya había roto muchos corazones, entre otros el de Valèry, que no sobrevivió al hecho de que lo abandonara para casarse con otro hombre. Al parecer, según se cuenta en Corona & Coronilla, durante los siete años que duró su relación siempre se habían visto en domingo, y ella eligió uno alegre y soleado para clavarle la puntilla: “Oh bien amada, / oh día hermoso, / a él acudí / como a una tumba”. Eso sí, aunque prescindió del poeta se quedó con sus poemas, y vendió los manuscritos a buen precio a una universidad japonesa. Allí estuvieron hasta que un editor francés acudió al rescate. Hizo bien, porque Valèry siempre importa, aunque se trate de esta colección de tópicos sobre el amor desigual, donde el creador de La joven parca aparece como un enamorado con recursos, cuyos pasos "bajan los peldaños" que llevan al "sedoso cáliz" de Loviton -en otros poemas "algodonosa estancia", "dulce corola", "juguete barroco", "redil", "flor" o "vaso de sombra viva"- , y cuyo "alma obedece su secreto aroma", que lo colma pero no le sacia: "Cuando te bebo más, mi Fontana sin fondo, / más me reduzco a la exigencia de beberte". La cosa, sin embargo, acabó mal: ella, tal vez aburrida de aquel "amor... sin vigor" que reconoce Valèry, levantó el vuelo, y él, después de llamarla "amiga extrema, oh suprema enemiga", "serpiente entre las flores y gusano en la fruta", no superó el golpe, se sintió vacío sin la mitad aventurera de su doble vida y murió sintiéndose un estorbo trágico, incapaz de salvar ese "horrible demasiado tarde" del que habla en una carta y sólo con fuerzas ya para firmar su rendición: "Yo creía que estabas entre la muerte y yo. / No sabía que estaba entre la vida y tú". Para algunos biógrafos del poeta, el que su amante lo abandonara para casarse con el editor Robert Denoël, sumió a Valèry en la tristeza y fue causa importante de su muerte, ocurrida dos meses después de ese abandono, el 15 de julio de 1945.




Tal vez, conmovido por esa mala suerte de Paul Valèry, prefiero ahora, pensando en este viaje nuestro por Provenza, escribirle un EPITAFIO que dignifique su personalidad poética, una personalidad enriquecida sin duda por ser la creadora de EL CEMENTERIO MARINO.


Epitafio a Paul Valery


I


Diarias anotaciones

hechas al amanecer

cuando el sol quiere romper

la hiel de las tentaciones,

son a la vez que oraciones

confesiones de un creyente

entre el amargo presente

y la miel de su pasado.

Ser es ser disciplinado”

con la vida y con la gente.


Mientras suena la palabra

de tu verso cristalino,

El cementerio marino

toda una lengua consagra

y nuevamente la labra

en el bronce de la historia

para sembrar su memoria

en quienes nazcan después

en este suelo francés

con tanta belleza y gloria.


Fue tu mismo corazón

eco del mar que cantaste,

brillo del cielo que alzaste

con la luz y la emoción

de ser hombre y la razón

de ser barro en el camino.

Ideal del fiel destino:

entraña humilde y castiza

que a su espíritu eterniza

como la bodega al vino.


Las páginas deslumbradas

con alas de sol despegan

de las olas que se niegan

a morir abandonadas.

Y arriba, en nubes doradas,

hablan del mar como un sueño

de diamantes: el beleño

de la indócil poesía

que domaste día a día

como si fueras su dueño.


Al Cementerio Marino,

con su verso tan perfecto,

digno de un cráneo selecto,

lo matiza el hilo fino

de nuestro Mar cristalino.

Tu alma canta su canto

exento de duelo y llanto,

mientras tu cuerpo, en su herida,

nada entiende de la vida

que sólo le dio quebranto.




II


Sobre edificios de muertos

vaga tu sombra o tu alma,

sobre pasiones sin calma

de aquellos años inciertos

que padeciste, hoy cubiertos

de una pátina de gloria

para salvar la memoria

de lo mejor de tu vida.

Que Dios cure aquella herida

y la convierta en victoria.


¿Sigues esperando el eco

de tu grandeza interior?

¿Quieres reunir el rumor

de la orilla de un mar seco?

¿Qué vas a hacer con un hueco,

con la huella de una herida

o con la pieza perdida

de un juguete que tuviste?

Tu mar, tu mar en ti existe.

Y tú existes en su vida.


Belleza: perennidad

de lo más perecedero,

en tu verso verdadero

cantaste en tu soledad.

Y luego, ante la verdad

de que sin la poesía

todo es húmeda alegría,

te empapaste de tristeza

y asumiste la certeza

de la muerte cruel y fría.


Hay caminos en el mar

y palomas en el cielo,

y adioses de albo pañuelo

y de empañado mirar.

Poesía es ensoñar

lo que la santa impaciencia

crea y rompe, ardiente ciencia

de los versos inflamables

que queman, inexorables,

lo peor de la experiencia.




III


Buena estancia, Valèry,

tengas frente al mar que amaste

que viviste y que cantaste

con brillos de fiel rubí.

Ahora que duermes aquí,

bajo este cielo encendido

de tu Sète, sepulcro y nido,

cuéntanos qué pensamiento

guardaste en tu Gran Momento.

Pero dínoslo al oído.


Descansa, Paul Valery

con sueños de mar y cielo

en este cristiano suelo

que te ofrece amor aquí.

Cuando tus versos leí

aprendí que tu destino

era seguir el camino

de la luz que siempre vive.

Tu fiel alma sobrevive

al cementerio marino.


Leo en uno de tus versos

que le songe est savoir, vía

directa a la poesía

donde motivos diversos

forman bellos universos

de bonanza y de verdad,

donde el miedo de la edad

enseña a aniñarse al arte

y al hombre a volverse parte

de la humana soledad.


Entre aromas de alto pino

un junio de limpio cielo

llegué a sentír el gran vuelo

de un cementerio marino.

Y en un alto del camino

que me transportó hasta allí,

en una losa leí

el gris silencio de un nombre

y las dos fechas de un hombre,

los tuyos, Paul Valery.



CODA

Ahora cierro emocionado

el libro que he releído,

sabiendo que he retenido

el sueño versificado

de un poeta enamorado.

Sigo el viaje con empeño

de llevar a otros el sueño

que he aprendido con tu guía.

La que me lleva en volandas

bajo este sol de lavandas

al sol de tu poesía.



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