viernes, 7 de octubre de 2022

MEMORIAS DE UN JUBILADO. En Provenza (II)

 


PRIMER DÍA

Tarde

Poco después de nuestra visita al cementerio de Sète, rodábamos de nuevo por la autopista, aquí en Francia, la 9, camino de Aviñón, llevando muy presente en mi ánimo el sol completamente abierto y el alto del cementerio marino donde la tumba de Valery, con su rosa de cerámica a la cabecera de la lápida y a los pies de la cruz, luce su gris severo, un poco aliviado, quiero entender que por sus versos puros, serenos, de pensamiento equilibrado y sentimiento contenido. (…)

A pleno sol y ardiente temperatura, propios de las cuatro y pico de la tarde, hacemos un alto en el área de servicio de Aires de Nimes, a menos de 40 kilómetros de Aviñón, que, como ya quedó dicho, se convertirá en centro de operaciones de nuestros días provenzales. Estirar las piernas, visitar los lavabos y dejar que el viento desatado (¿mistral a la vista?) juegue a “su aire” con nuestras cabelleras (eso no le gusta tanto a nuestra única y especial compañera de viaje). Un respiro en medio del calor que está arreciando no viene mal (ya sabemos que va a seguir horneando por estos lares). Gracias a Dios dentro de poco nos veremos por fin tomando posesión del apartamento que hemos alquilado en la ciudad de los Papas y podremos descansar un buen rato antes de lanzarnos a patear el centro artístico de Aviñón dispuestos a descubrir sus primeros secretos culturales. (…)


 

Yo voy con la idea de, siempre con la ayuda del guía, conseguir localizar la iglesia donde Petrarca vio por primera vez a Laura, su amor platónico y musa de muchos de sus mejores sonetos. Y también la iglesia donde está enterrada la musa. Se lo digo con otras palabras mientras nos chupamos una retención de mucho cuidado nada más entrar en Aviñón y empezar a rodear su bellísima y también larguísima muralla buscando una puerta por donde entrar en el corazón de la ciudad y llegar lo más cerca posible de la Rue du Crucifix, donde está ubicada nuestra casa temporal. Me responde que está en ello. Enseguida añade que le ha contestado al whatsapp la joven que nos esperará en la puerta para mostrarnos el piso y darnos las llaves. Ya tenemos ganas de verlo. (…)

Sobre las seis de la tarde, la chica de las llaves ya se ha ido y nosotros hemos tomado posesión de nuestro piso, que junto con otros, igualmente turísticos, se halla en un edificio hermoso donde los haya del siglo XVII, cuyo destino ha ido cambiando a lo largo del tiempo: de ser primero un orfanato y después un asilo de mujeres descarriadas, con el tiempo se convirtió en un alojamiento para ejércitos itinerantes y posteriormente, en el Clos des Arts, para terminar siendo un complejo turístico que conserva restos arquitectónicos soberbios; sin ir más lejos nuestro piso posee una galería con un arco y un artesonado de vigas antiguas que da a un solar que debió ser un vergel de consideración, la fachada que corresponde a la cocina y al dormitorio mayor, muestra un par de grandes arcos ciegos que enmarcan ventanas rectangulares. Y si algo hay que decir de su interior, no puedo dejar de lado que sobre nuestras cabezas cuelgan lámparas lujosas en los huecos de las vigas antiguas y en algunas paredes se aprecian restos de arcos y otros rastros de la arquitectura del XVII; además de las lámparas, por todo el piso se exponen muebles de maderas ricas, sin orden ni concierto, y un magnífico Buda de piedra negra dominando el comedor, que no casa con nada y que lleva al cuello y a la corona enrollada una de esas cintas con lucecitas que se pueden comprar por Amazon. En resumen, que el piso resulta a primera vista un conjunto sin gracia para turistas que sólo pernoctan en Aviñón, pero que a nosotros, nos vendrá de perlas para descansar después de las visitas que tenemos programado hacer por gran parte de Provenza. (…)

Un par de horas más tarde, todavía con bastante luz diurna en el ambiente, volvemos al piso a dormir después de haber mordido un pedazo considerable del corazón de la manzana artístico-cultural de la ciudad de los Papas. Y antes de entrar en el edificio reparo en algo que atrae mi atención sobre el arco de la entrada a su antiguo patio, claustro o lo que fuera en cada uno de sus momentos, hoy cerrada con una reja impracticable. Ese algo que destaca es una lápida adosada a la fachada con un grupo escultórico en relieve que representa la crucifixión de Jesús, Cristo muerto en la cruz en el centro de la piedra y a los lados la Virgen y San Juan. Lápida que sin duda hace referencia al nombre de la calle, Rue du Crucifix.

Amigo de las leyendas, enseguida pensé que debía de haber en algún sitio recogida alguna tradición sobre ese relieve que destacaba sobre el arco de la entrada del edificio. Y me prometí a mí mismo encontrarla y si no lo conseguía yo mismo intentaría redactar alguna. Sin embargo, más que esa idea me hervían en la cabeza los ecos y las impresiones de nuestra primera vuelta por el recinto amurallado de la ciudad de los Papas. Una cerveza en un pub de la Rue de la Republique, Pipeline es su nombre (que nosotros convertimos enseguida en Pamplinas y en Papelinas) arrancó el recorrido a los pies de un plátano centenario; así que bien bautizados y bendecidos por dentro, seguimos esa arteria urbana hasta la parte más antigua de Aviñón, sin olvidarnos de saludar a Federico Mistral, omnipresente en toda Provenza, como el viento de su mismo nombre, que, por cierto, no ha parado de alborotar nuestras cabelleras durante todo el viaje. Y ante nosotros han mostrado su colosal belleza la Plaza del Reloj (antiguo foro romano, la torre del Jacquemart, que más tarde empezó a formar parte del Ayuntamiento), la del Palacio de los Papas (impresionante, excesivamente impresionante su fachada), el Parque de Urbano V (escondido detrás del Palacio, talleres artesanos, árboles y parterres de flores, y la vista robada, magnífica de la fachada de la iglesia de San Pedro, de gótico flamígero), etcétera. Mientras volvemos al piso no dejo de darle vueltas a la maravilla de piedra del Palacio de los Papas. Espero llegar a lo largo de estos días a hacerme una idea aproximada de la excesiva impresión que ha causado en mí. (…)

Después de cenar, los jóvenes se han ido a dar una vuelta a la noche de Aviñón, prometiendo volver pronto porque al día siguiente nos espera, entre otras cosas, la ruta de Van Gogh, mientras que los mayores preferimos darnos una ducha y acostarnos pronto. Aun así no dejo de pensar en la leyenda del crucifijo y en la iglesia donde Petrarca vio por primera vez a Laura y al punto se enamoró de ella.


 

LA LEYENDA DEL CRUCIFIJO

Una noche de invierno del Aviñón de mil seiscientos y pico, una dama venía apresuradamente por la calle donde se levantaba el asilo de mujeres descarriadas. Llovía y los cantos del piso eran un peligro para el calzado de la dama y ella misma, porque cada dos pasos que daba en lo que parecía ser la huida de una amenaza inminente, la suela del zapato sufría un resbalón. Faltaban un centenar de varas para llegar a la entrada del edificio que la dama buscaba, cuando oyó que los pasos de la persona que la venía siguiendo estaban cada vez más cerca de ella. Le habían dicho que al llegar a la entrada debía tocar la campanilla que colgaba de una jamba y esperar a que le abrieran la puerta desde dentro. Con ese pensamiento y con el miedo a que no le diera tiempo de entrar en el asilo sana y salva, llegó al lugar indicado, iluminado débilmente por una antorcha, y lo primero que llamó su atención fue que de la dovela central del arco de la puerta sobresalía el extremo de una gran cruz de madera colgada de la fachada. Rápidamente la dama hizo sonar la campanilla mientras levantaba los ojos a la cruz y decía: “Señor, ayúdame en este trance.” La puerta del refugio se abrió. La dama cruzó velozmente el umbral a la vez que notaba que una mano en la calle rozaba su vestido. Y ya a salvo en el interior del asilo, oyó que fuera algo pesado caía mientras sonaban ayes de dolor. Luego silencio. Una monja acudió al encuentro de la dama y, tras cruzar unas palabras con ella, la condujo a una de las múltiples estancias que tenía el edificio. La hermana le dijo que al día siguiente hablarían sobre su futuro más inmediato y se despidió deseándole buenos sueños. Allí había una cama, una mesa y una silla. Y sobre el cabecero de la cama una sencilla cruz de madera. La dama se arrodilló mirando la cruz tiernamente y dijo: “Señor, te pido perdón por mis pecado y te doy las gracias por haberme salvado la vida.” Al día siguiente a la hora del desayuno oyó un revuelo entre las recogidas. Se acercó a ellas y preguntó qué ocurría. Una dijo: “La hermana portera ha encontrado en la calle junto a la puerta a un caballero muerto.” La dama dijo: “¿Y la cruz?” “¿Qué cruz?”, preguntó otra. “La cruz que estaba colgada de la fachada.” Una tercera dijo sorprendida: “No ha habido nunca ninguna cruz en la fachada.” “Ah, ¿no?”, dijo la dama sin poder explicar lo que estaba pasando, “pues la habrá, algún día habrá una cruz sobre la puerta de esta hospitalaria casa.” Y la hubo. La dama que aquella noche de crudo invierno encontró la salvación de su cuerpo y de su alma entre aquellos venerables muros, mandó labrar la lápida que hoy cuelga sobre el arco de entrada de lo que fue hasta hace poco Clos des Arts y ahora un edificio de pisos turísticos, el edificio donde nosotros cuatro pasamos unos días en la Provenza.

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