Para estos días de sofocante calor no vendrán mal estos versos de animales para ser leídos por la gente más pequeña a la sombra y bien proregida de las exageradas temperaturas con que el verano nos está castigando de lo lindo.
La jirafa
¿Quién ha estirado su cuello?
¿Quién ha estirado sus patas?
Periscopio de las bestias
es la tímida jirafa.
El pingüino
El pingüino está de fiesta:
se ha puesto sus guantes negros
y su levita más nueva.
Sobre la pista de hielo,
peonza que no se cansa,
azabache en movimiento.
Un aplauso pone calma
a su baile y a su fiesta:
es hora de irse a la cama.
El elefante
La nariz del elefante,
¿es trompa o ducha casera?
Y cuando grita, ¿la trompa
no se convierte en trompeta?
¿Y sus patas? ¿No os parecen
más bien troncos de palmera?
Y en el colmo de los colmos,
son soplillos sus orejas.
El colibrí
Ave que en lengua caribe
“arco iris” significa,
acróbata de los pájaros,
abeja de pluma fina.
Artesano de las flores,
domador de la alta brisa,
sigue adornando con vuelos
las enaguas de la vida.
La urraca
En el silencio del bosque
ríe una vieja palabra:
“urraca”, risa de bruja,
más que risa, carcajada.
Su batuta blanquinegra
sobre el atril de las ramas
en vez de ordenar la música
la ensombrece y la desgrana.
Cuentos con animales
El mochuelo
Dos amigos comerciantes,
uno listo, el otro lerdo,
muy cansados una noche
en un albergue pidieron
antes de irse a la cama
lo que hubiera de alimento.
El comerciante más listo
escuchó del posadero
que en la cocina quedaban
una perdiz y un mochuelo.
Uno de los dos tendría,
si no quería dormir
con el estómago a cero,
que comer la carne enjuta
del esmirriado mochuelo.
Pensando en ello, el más listo
acudió a su compañero
planteándole el problema:
--Como sabes que te aprecio,
te propongo dos opciones:
o tú eliges el mochuelo
y yo como la perdiz,
o en el caso lisonjero
la perdiz me toca a mí
y a ti te toca el mochuelo.
El comerciante más simple,
más que simple tonto y lerdo
y hecha un lío su cabeza,
le contestó muy perplejo:
--De cualquier modo que elija
cargaré con el mochuelo.
El genio del río
1.
Era una vez una viuda
que poseía dos hijos:
uno, el pequeño, era torpe,
el otro, el mayor, más listo.
La madre estaba enfadada
con el menor, y le dijo:
“No puedes seguir así.
Vete de casa ahora mismo
y no vuelvas sin traer
a casa algún dinerillo.”
Era verano, y el pobre
se encaminó rumbo al río.
Allí se quitó el calzado
y entró en el agua. ¡Divino
se estaba allí! De repente
descubrió sobre un gran risco
a un gran pez que boqueaba
en sus últimos suspiros.
“Este pez me va a venir
como a mi dedo un anillo.
Si lo vendo en el mercado,
me darán por él un pico
y así podré regresar
a casa contento y rico.”
Pero el pez, que adivinó
sus pensamientos, le dijo:
“Sin duda será mejor
que me devuelvas al río,
pues soy el genio del agua
y puedo ayudarte.” El chico
primero se sorprendió,
pero luego, decidido,
al agua devolvió el pez
pues podría ser su auxilio.
En efecto, reanimado,
el pez asomó el hocico
Para decirle: “Te debo
la vida; tú eres mi amigo,
y a un amigo se concede
lo que le pida su amigo.
“Quisiera obtener dinero
si alguna vez necesito.”
“Nada más fácil.” Tomó
un poco de agua del río
y las echó en la yerbera.
Y al punto surgió un burrito
en el lugar de las gotas.
“Lleva a este burro contigo
y siempre que necesites
dinero, exclama: “¡Burrito,
amigo burrito, al punto
dame lo que necesito!”
Y el burro brotó monedas
de oro por el hocico.
El chico le dio las gracias
y, muy contento, el camino
de vuelta a casa emprendió.
Mas antes la suerte quiso
que se encontrara una fonda
donde paró a beber vino.
Le encomendó el burro al dueño
y preocupado le dijo:
“Cuide que nadie lo robe
y más que nadie a su oído
le diga: “Burrito, dame,
dame lo que necesito.”
El hostelero asintió,
mas solo con el burrito
se apresuró a susurrarle
la frase clave al oído:
“Burrito, burrito, al punto
dame lo que necesito.”
Y de su boca salieron
monedas de oro bruñido.
Luego cambió el burro de oro
por uno normal y ¡listo!
A todo esto, el muchacho,
después de pagar el vino,
cogió su burro y siguió,
sin notar nada, el camino.
Y cuando llegó a su casa,
y vio su madre en el quicio
de la puerta que otro burro
acompañaba a su hijo,
le preguntó la razón
de aquel tan extraño amigo.
Y el chico al punto explicó
las cualidades del mismo
pidiéndole, ante el asombro
de la mujer, a su oído:
“Burrito, burrito, dame,
dame lo que necesito.”
Pero el burro en vez de oro
soltó un rebuzno dolido.
Y la madre, que creía
que era burla de su hijo,
le regaló unos azotes
para evitar el olvido.
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