jueves, 4 de agosto de 2022

ZOOVERSOS

 


Para estos días de sofocante calor no vendrán mal estos versos de animales para ser leídos por la gente más pequeña a la sombra y bien proregida de las exageradas temperaturas con que el verano nos está castigando de lo lindo.

 

 

La jirafa

¿Quién ha estirado su cuello?

¿Quién ha estirado sus patas?

Periscopio de las bestias

es la tímida jirafa.

 

 


El pingüino

El pingüino está de fiesta:

se ha puesto sus guantes negros

y su levita más nueva.

 

Sobre la pista de hielo,

peonza que no se cansa,

azabache en movimiento.

 

Un aplauso pone calma

a su baile y a su fiesta:

es hora de irse a la cama.

 

 


El elefante

La nariz del elefante,

¿es trompa o ducha casera?

Y cuando grita, ¿la trompa

no se convierte en trompeta?

¿Y sus patas? ¿No os parecen

más bien troncos de palmera?

Y en el colmo de los colmos,

son soplillos sus orejas.

 

 


El colibrí

Ave que en lengua caribe

“arco iris” significa,

acróbata de los pájaros,

abeja de pluma fina.

Artesano de las flores,

domador de la alta brisa,

sigue adornando con vuelos

las enaguas de la vida.

 

 


La urraca

En el silencio del bosque

ríe una vieja palabra:

“urraca”, risa de bruja,

más que risa, carcajada.

Su batuta blanquinegra

sobre el atril de las ramas

en vez de ordenar la música

la ensombrece y la desgrana.

 

 


Cuentos con animales

 

El mochuelo

Dos amigos comerciantes,

uno listo, el otro lerdo,

muy cansados una noche

en un albergue pidieron

antes de irse a la cama

lo que hubiera de alimento.

El comerciante más listo

escuchó del posadero

que en la cocina quedaban

una perdiz y un mochuelo.

Uno de los dos tendría,

si no quería dormir

con el estómago a cero,

que comer la carne enjuta

del esmirriado mochuelo.

Pensando en ello, el más listo

acudió a su compañero

planteándole el problema:

--Como sabes que te aprecio,

te propongo dos opciones:

o tú eliges el mochuelo

y yo como la perdiz,

o en el caso lisonjero

la perdiz me toca a mí

y a ti te toca el mochuelo.

El comerciante más simple,

más que simple tonto y lerdo

y hecha un lío su cabeza,

le contestó muy perplejo:

--De cualquier modo que elija

cargaré con el mochuelo.

 


 

 

 

 

El genio del río

 

1.

Era una vez una viuda

que poseía dos hijos:

uno, el pequeño, era torpe,

el otro, el mayor, más listo.

La madre estaba enfadada

con el menor, y le dijo:

“No puedes seguir así.

Vete de casa ahora mismo

y no vuelvas sin traer

a casa algún dinerillo.”

Era verano, y el pobre

se encaminó rumbo al río.

Allí se quitó el calzado

y entró en el agua. ¡Divino

se estaba allí! De repente

descubrió sobre un gran risco

a un gran pez que boqueaba

en sus últimos suspiros.

“Este  pez me va a venir

como a mi dedo un anillo.

Si lo vendo en el mercado,

me darán por él un pico

y así podré regresar

a casa contento y rico.”

Pero el pez, que adivinó

sus pensamientos, le dijo:

“Sin duda será mejor

que me devuelvas al río,

pues soy el genio del agua

y puedo ayudarte.” El chico

primero se sorprendió,

pero luego, decidido,

al agua devolvió el pez

pues podría ser su auxilio.

En efecto, reanimado,

el pez asomó el hocico

Para decirle: “Te debo

la vida; tú eres mi amigo,

y a un amigo se concede

lo que le pida su amigo.

“Quisiera obtener dinero

si alguna vez necesito.”

“Nada más fácil.” Tomó

un poco de agua del río

y las echó en la yerbera.

Y al punto surgió un burrito

en el lugar de las gotas.

“Lleva a este burro contigo

y siempre que necesites

dinero, exclama: “¡Burrito,

amigo burrito, al punto

dame lo que necesito!”

Y el burro brotó monedas

de oro por el hocico.

El chico le dio las gracias

y, muy contento, el camino

de vuelta a casa emprendió.

Mas antes la suerte quiso

que se encontrara una fonda

donde paró a beber vino.

Le encomendó el burro al dueño

y preocupado le dijo:

“Cuide que nadie lo robe

y más que nadie a su oído

le diga: “Burrito, dame,

dame lo que necesito.”

El hostelero asintió,

mas solo con el burrito

se apresuró a susurrarle

la frase clave al oído:

“Burrito, burrito, al punto

dame lo que necesito.”

Y de su boca salieron

monedas de oro bruñido.

Luego cambió el burro de oro

por uno normal y ¡listo!

A todo esto, el muchacho,

después de pagar el vino,

cogió su burro y siguió,

sin notar nada, el camino.

Y cuando llegó a su casa,

y vio su madre en el quicio

de la puerta que otro burro

acompañaba a su hijo,

le preguntó la razón

de aquel tan extraño amigo.

Y el chico al punto explicó

las cualidades del mismo

pidiéndole, ante el asombro

de la mujer, a su oído:

“Burrito, burrito, dame,

dame lo que necesito.”

Pero el burro en vez de oro

soltó un rebuzno dolido.

Y la madre, que creía

que era burla de su hijo,

le regaló unos azotes

para evitar el olvido.

 


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