sábado, 12 de febrero de 2022

OCHO MUSAS BARCELONESAS

 


Por la tarde, sol en las fachadas de enfrente y cielo azul sobre los tejados, acabo de terminar de releer Musas de Barcelona, casi 170 páginas de sugerencias histórico-artístico-literarias, mezcladas muchas veces con tintas culturales, sociales y políticas relacionadas unas y otras con la presencia de la mujer en el devenir artístico de Barcelona desde el siglo I d. C. (la Danzarina de arenisca en piedra de Montjuic, de autor desconocido) hasta 1994 (Carmen Balcells, en el retrato en óleo y acrílico que le hizo Gonzalo Goytisolo), pasando por La odalisca de Fortuny, La dama del paraguas de Roig i Solé, Consuelo de Nonell, La Sargantaine de Ramón Casas, Desconsuelo de Llimona, Las señoritas de Aviñón de Picasso, Retrato de Teresa de Tàpies o La Ben Plantada de Eloïsa Cerdán, entre otras.

“Veinticinco miradas barcelonesas”, se titula el prólogo que firma Miquel Molina, autor además de dos de los artículos que componen el libro. En él se nos dice que el volumen es una ampliación, con once nuevos, de los catorce ensayos que en 2012 se publicaron en La Vanguardia bajo el epígrafe de Musas de Barcelona, uno de cuyos objetivos principales es, según el prologuista, “reivindicar la influencia de un sexo, el femenino, al que la historia ha relegado a un papel de musa pasiva en lo que a expresión artística se refiere.” Y luego insiste: “Subrayar esa mirada de mujer sobre el mundo y, por qué no, proponer nuevos iconos en los que Barcelona pueda identificarse más allá de las torres de la Sagrada Familia”.

De estas veinticinco musas de Barcelona, cada una singular en su mundo, la mayoría de las veces relacionado con la vida del pintor, escultor y hasta fotógrafo que las inmortalizó en su día, me quedaría con las que para mí tienen mayor significación artística y humana a la vez, que coinciden con ocho de las citadas más arriba y acerca de las cuales me gustaría apuntar algún breve comentario. Dejando aparte la historia y la literatura que acompañan a cada musa, incluida su vida personal y sus avatares existenciales, que en la mayoría de los casos son apasionantes, me importan más las obras de creación, pinturas, esculturas… que han inmortalizado a dichas musas y su relación con el artista.

 

La Sargantain (1907), de Ramón Casas, cuadro que se conserva en el Liceu y aparece en la cubierta del libro, un lienzo provocador en el que aparece Júlia Peraire, modelo y posteriormente mujer del pintor, en actitud desafiante y envuelta en un vestido amarillo cuyos pliegues coinciden en el lugar del deseo.


 La odalisca
(1861), de Marià Fortuny, óleo sobre cartón que se encuentr
a en el MNAC y representa a una mujer desnuda tendida sobre un lecho en actitud de entrega, mientras a sus pies toca su laúd un hombre con turbante, todo, pues, dentro de un ambiente moro, que bien pudo conocer Fortuny en Marruecos, con motivo de la realización de su famoso cuadro Batalla de Tetuán y donde también debió de conocer a la mujer que le sirvió de modelo de odalisca.

 La dama del paraguas (1884), de Joan Roig i Solé, estatua de mármol y piedra que corona la fuente del mismo nombre situada dentro del Parque de la Ciudadela y que está inspirada en la sobrina del escultor, Josefa Alimbau; la joven de la imagen parece caminar bajo un día lluvioso con el paraguas abierto en una mano mientras comprueba, adelantando la otra, si llueve todavía o ha escampado ya. 

 


 

Consuelo (1905), de Isidre Nonell, óleo sobre tela que se halla también en el MNAC y representa a Consuelo Jiménez, una gitanilla de 14 años a la que Nonell quería especialmente, aquí sentada en actitud pensante, con ropas amarillas y rojas de pincelada en espiga, sobre un fondo verdoso de temblores de luna; Consuelo, que sirvió de modelo para varias telas de Nonell, murió trágicamente a consecuencia de un bestial viento huracanado que derribó la barraca donde vivía con su abuela, acabando así con una relación de mutuo cariño que había empezado cuando tiempo atrás el pintor había rescatado a la gitanilla de un prematuro y desdichado matrimonio.

Retrato de Teresa (1953), de Antoni Tàpies, óleo sobre lienzo que pertenece a la colección Samaranch, representa a la mujer del pintor, joven, de mirada soñadora, y cuyas manos juegan con unos guijarros pulidos; es el retrato de un amor duradero, realizado con técnica académica, realista (tan lejos del arte conceptual que caracteriza la obra de Tàpies), un homenaje a la esposa que le acompañó en los mejores momentos de su vida; en palabras del propio artista: “Hablar hoy de Teresa es como hablar de mi propia alma, y describir mi vida me parece también como describir la suya.”


 

Desconsuelo (1907), del escultor Josep Llimona, es una talla en mármol blanco que hoy se expone en el ya mencionado Museo Nacional de Arte de Cataluña, si bien en sus orígenes estuvo presidiendo el natural espejo de un estanque del también citado Parque de la Ciudadela; se cree que su modelo pudo ser una muchacha que posó para el artista en el Cercle de Sant Lluc, a principios de los años veinte, por dinero (hay quien opina que se inspiró en la Eva, de Clarà); sea como fuera, el resultado esculpido es realmente bello y muestra a una figura femenina abatida sobre una roca sin pulir, que oculta su rostro entre los brazos, en tanto sus cabellos cuelgan libres y sus manos se enlazan delante de la piedra en un gesto de tristeza; conviene añadir que aunque la figura recuerda la Danaide de Rodin, Llimona muestra su escultura con un alto tono de contención y no sugiere ni mucho menos la pasión del escultor francés.


 

Las señoritas de Aviñón (1907), de Pablo Picasso, óleo sobre tela que se halla en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, muestra un grupo de prostitutas de un prostíbulo de la calle barcelonesa Aviñón, que solía frecuentar el pintor (es sabido que, debido a ello, el artista malagueño contrajo en su juventud un tipo de enfermedad venérea). El cuadro, como queda dicho, representa, con técnica cubista, a cinco mujeres desnudas, cuatro de pie, que ocupan el ancho de la tela y una sentada, en el ángulo inferior derecho, ocultando parte de la “señorita” de pie de ese mismo lado; debe añadirse como curiosidad que en los bocetos preparatorios aparecían elementos que por razones estéticas no se incluyeron en el resultado final, como un marinero, un estudiante y un porrón con claro significado erótico. Completa el cuadro, de tonos carnosos y veladuras blanquiazules, que corresponden a las mujeres y a los paños que las semicubren, sostienen o sirven de fondo, el bodegón del primer término, justo en la parte inferior central, que aparece compuesto de frutas, un racimo de uvas, una pera, una manzana y una raja de roja sandía (alusión al sexo, según Lluís Permanyer, el autor del artículo correspondiente).


  

Por último, La Ben Plantada (1961), de la escultora Eloïsa Cerdán, es una estatua de bronce que se encuentra expuesta permanentemente en una pradera de los jardines del Turó Park, sin peana, así que da la impresión de ir caminando sobre la hierba hacia el estanque de los nenúfares; de cabello al viento, mirada al frente, largos brazos, pechos menudos y vistiendo ropa pegada al cuerpo, si bien se muestra abierta por la espalda en una brecha amplísima que parece dejar escapar el alma de la mujer. El origen de la elevación de la estatua nació de una lectura que hizo en la cárcel durante la Guerra Civil el concejal del Ayuntamiento de Parcs y Jardins, Santiago Udina de la Ben Plantada (1911), obra de D’Ors,  y le gustó tanto el libro que soñó con materializar un día la figura de Teresa, nombre de la Ben Plantada; y en 1961, al acudir a una exposición de Eloïsa Cerdán, le pareció ver en una escultura suya todas las  cualidades de Teresa expuestas tan bella y eficazmente, que le pidió a la artista que esculpiera una similar en tamaño natural para ser exhibida en un parque de Barcelona.

Otras pinturas y esculturas que responden a otras tantas Musas de Barcelona son las ya mencionadas Danzarina de arenisca que apareció en 1960 en las excavaciones de la calle Sotstinent Navarro y el Retrato de Carmen Balcells; además, la Dama española (1855), de Courbet;  Monina (1885), de Rusiñol; Mestresses de casa (1905), de Lluïsa Vidal; Figura. Maniquí de Barcelona (1926), de Dalí; o el Autorretrato (1950 aproximadamente), de Olga Sacharoff. Finalmente, conviene citarse como musas también las fotografías siguientes: Miliciana (1936), tomada en el antiguo hotel Colón de la Plaza de Cataluña por Hans Gutmann; Teresa Gimpera (1966), tomada por Xavier Miserachs en su estudio de la calle Aribau.

En suma, Musas de Barcelona es un libro divertido, escrito en un lenguaje correcto y sencillo que llega fácilmente a un público mayoritario, y que en pequeñas dosis de ensayos medio históricos, medio artísticos, entre narración y descripción, nos acerca a un mundo que nos era bastante desconocido: el de 25 mujeres barcelonesas pertenecientes, con pocas excepciones, a las capas altas de la sociedad y a varias etapas de la historia de la ciudad condal, las cuales sirvieron de tema a conocidos pintores y escultores y artistas de la imagen en general.

 


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