VOLVER A VIVIR ROMA
Hay que volver a vivir Roma,
sus iglesias, sus éxtasis, sus fiestas, sus Berninis,
sus helados de salvia, sus noches de cerveza,
camino del Pavone por fieros adoquines
y un tráfico diabólico en una ciudad santa,
entre dormidos ángeles y Caravaggios plenos
de extraña humanidad y santa rebeldía.
Hay que volver a vivir Roma,
vivir el bullicio del Trastévere humano,
la soledad nocturna, fiel de Giordano Bruno
en su Campo dei Fiori, enfundado en su bronce,
con su libro y su luna, su lucha y sus cenizas.
Y tomar en un bar spaghetti alle vongole
y en otro bar un vino de aventura y tristeza .
Yo he vivido el Gianicolo entre pinos románticos,
avenidas de estatuas y la encina de Tasso,
tan callado y tan vivo en su tumba de iglesia,
y la revolución del mejor Garibaldi…
He vivido saberme total cosmopolita
allí en el corazón del mundo más antiguo,
atado a la belleza y al sagrado far niente.
Echo de menos Roma, ahora que estoy lejos,
metido en la rutina de mi humilde ciudad,
en un noviembre claro de dalias y castañas
donde el viento se esfuerza por robar nuevas hojas.
Pero un mayo vendrá con ruinas y amapolas.
Hasta entonces... vivir, vivir en unas ascuas
de espera por volver a vivir la Roma eterna.
OTRAS VOCES, OTRAS LUCES
Hay voces, luces
que son artificiales,
voces que no nos pertenecen,
luces que llegan y nos traen
fugaces alegrías y enseguida
el olvido las lleva, como el viento
a las hojas de otoño.
Son las voces, las luces
que se quedan atrás en las cunetas
de nuestra vida.
Pero son otras voces,
otras luces las que van con nosotros
tejiéndonos el alma desde niños
con hilos de familia
y aventuras de infancia…
Si atendemos un poco,
poniendo el corazón en el empeño,
oiremos esas voces que no mueren,
veremos esas luces que nos llevan
por el camino bueno,
hacia lo mejor que tenemos de nosotros mismos.
AMANECER
Abres los ojos,
y Hermes te mira desde lo alto del armario.
Suenan voces de niños en el piso contiguo.
Es hora de dejar el nido de la cama
y enfrentarte de nuevo al andamio del mundo.
Duermen los patios todavía.
Arriba, el sol
pide permiso para entrar por los terrados
y besar los cristales de los primeros balcones.
Más arriba aún, nubes heridas
por los cuernos de las televisiones,
luchan por esquivar
la cornada definitiva.
Tu mirada retrata el otoño del tilo
y el silencio cohibido de los patios,
cajas de soledad humana y dulce.
Todo está preparado
para que el mundo pruebe su esperanza
una vez más contra el peligro oculto.
EN LA CATEDRAL
Hay misa, la gente canta
lo que el cura dictamina,
mientras suben las columnas
con una calma infinita
hacia las bóvedas góticas
que desde el cielo las miran.
Están en semipenumbra
las silenciosas capillas,
cada una con su santo,
su sepulcro y sus cenizas.
Y acaso una vela sola
en un rincón encendida
alumbra la cara triste
de una dama muerta en vida.
No me canso de admirar,
mientras prosigue la misa,
la magia que me regala
el bosque de piedra antigua.
No hay oraciones que valgan,
ni liturgias aprendidas:
me basta con la emoción
que nace libre a la vista
de esta belleza sagrada
donde el arte nos da vida.
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