sábado, 4 de diciembre de 2021

ENRIQUE BADOSA Verso (y III)

 



Tikal (Relación verdadera de un viaje americano)


El Parque Nacional Tikal se halla en Guatemala, y en su incomparable marco selvático se encuentra Tikal, antigua ciudadela maya que floreció entre los años 200 y 800 después de Cristo. Entre sus venerables ruinas pueden admirarse aún la pirámide del Mundo Perdido, tan gigantesca como ceremonial, y el templo del Gran Jaguar, maravillas que pudo contemplar Badosa durante su cuarto viaje a América en los años 90. En cinco versos (4 endecasílabos y 1 heptasílabo) el poeta retrató certeramente el bello enclave maya y la influencia del silencio milenario en su silencio asombrado de viajero, como muestra en esta breve pero rica composición:

Voy penetrando ya por el silencio

de la espesura, del jaguar, del Sol,

de la piedra erigida en oración,

de la lluvia enterrada.

El silencio se adentra en mi silencio.

Mientras el poeta pasea por el silencio de espesura de la selva que envuelve las ruinas de Tikal, del jaguar (para los mayas el jaguar simbolizaba el poder; no en balde los personajes importantes se vestían con la piel del felino, y por otra parte el animal significaba tanto la luz como la oscuridad), del Sol (el astro rey era la base del calendario maya). Mientras el poeta va entrando en el milenario silencio de la “piedra erigida en oración, de la lluvia enterrada” (tiempo y plegaria unidos eternamente), ese mismo silencio empieza a formar parte de su propio silencio (admiración, miedo, marea de la existencia humana).



Vinimos al silencio al que se nos llamaba... (Marco Aurelio 14)


Antes de empezar, conviene recordar que Marco Aurelio, 14, es la dirección postal barcelonesa de la casa donde vivía el poeta y adonde regresaba para encontrar la paz y el silencio, que sólo pueden dar las cuatro paredes que nos conocen como si fuéramos algo que les pertenece, tras realizar sus variados y constantes viajes. En la composición poética presente, formada por ocho versos, los siete primeros alejandrinos y el último, “muertos, enterraremos a los muertos”, endecasílabo, de esos endecasílabos difíciles de olvidar por su tremendo sentido. Leamos ya esos ocho versos libres de rima pero atados al rigor del cómputo silábico que exige la métrica clásica:

Vinimos al silencio al que se nos llamaba

a saber nuestro nombre, el ya definitivo,

a sentir nuestras manos cálidas de otras manos,

a ver nuestra mirada en la mirada ajena.

Pero abismamos sombras en nuestro pensamiento,

hundimos nuestros ojos en la luz de cenagales.

Maniatados de frío por tanta soledad,

muertos, enterraremos a los muertos.

En ellos notamos tres partes bien diferenciadas: en la primera, que podría ser afirmativa, el poeta habla del silencio al que todos llegamos para saber cuál es nuestro nombre verdadero, sentir el tacto de otras manos y ver nuestra mirada en la ajena; mientras que la segunda parte (versos 5 y 6), se opone a la anterior, por medio del “pero” adversativo con que comienza el quinto verso: nuestro pensamiento es invadido por las sombras y nuestros ojos no ven nada. Finalmente, los dos últimos versos, forman la conclusión: Estamos en la más helada soledad, es decir, muertos, entre los muertos: “muertos, enterraremos a los muertos”, el endecasílabo certero e inolvidable.



Poema XLIX (Epigramas de la Gaya Ciencia)


Otro de los sentenciosos epigramas de Badosa, resuelto en cuatro versos lapidarios, endecasílabos, para más señas (una de las especialidades métricas del poeta), morales también, propios de obra de misericordia o virtud teologal:

Aunque tú no me mandas tus poemas,

yo te mando los míos otra vez.

¡Oh problema moral! ¡Oh grave enigma!

¿Quién de los dos es más caritativo?

A un desaire del tú poemático (“tú no me mandas tus poemas”), el yo del poeta responde con una exquisita amabilidad, repetida además (“yo te mando los míos otra vez”). Aquí no hay ningún problema moral ni acertijo alguno. Sólo una muestra de caridad o de amor fraternal, que el cuarto verso explica con una pregunta retórica (“¿quién de los dos es más caritativo?”).



Epitafio de un poeta renegado (Parnaso funerario)


Se trata de otro soneto excelente, con un esquema diferente del primero que vimos, respecto de los tercetos: 11A, 11B, 11B, 11A; 11A, 11B, 11B, 11A; 11C, 11C, 11D; 11E, 11E, 11d, y lo mismo que en aquel soneto, las rimas en éste son bastante fáciles (y recuerdan algunas del primero): encia, ado, osa, era, ada. El epitafio así:


En arrebato de autocomplacencia,

después de tanto premio bien ganado

y de cubrir su cráneo devastado

con los laureles de la Gaya Ciencia,


comete la patética insolencia

de declarar, muy alto y descarado,

que ateo de la Musa se ha tornado

y que la inspiración sólo es paciencia.


Que ya no esperará la voz suntuosa

de la supuesta diva caprichosa,

y será magistral siempre que quiera.


La Musa, no remisa, sí vejada,

le arranca la peluca laureada,

e “ipso facto” su cráneo es calavera.

Un epitafio, como todo el mundo sabe, es una inscripción puesta sobre un sepulcro o en la lápida o lámina colocada junto al enterramiento. Pues bien, en el caso que nos ocupa, el difunto es un poeta que, después de haber llevado en su cabeza el laurel de los premios poéticos y renegar de la creencia en la Musa o inspiración de la poesía, llega a afirmar que la inspiración no es otra cosa que paciencia (los dos cuartetos) y que, sin contar con ella, siempre que lo desee seguirá escribiendo excelente poesía (primer terceto). Castigo inmediato de la Musa ofendida: al poeta renegado y ultrajador “le arranca la peluca laureada e ipso facto su cráneo es calavera (segundo terceto)”. Como puede observarse, también Badosa cultiva el humor en su extenso bagaje poético. Y lo hace con un lenguaje igualmente bello y exacto.



Puesto que cada día es más de noche... (Ya cada día es más noche)


Hermosa y sentida composición de once versos endecasílabos libres, empleada para aconsejar una serie de acciones y actividades corrientes, todas positivas, sencillas y cristianas, a sí mismo y a cuantos lectores se encuentren en la misma situación existencial del poeta, la mayoría de edad, cuya característica fundamental es saber a ciencia cierta que queda mucho menos tiempo de vida que cuando se era más joven (con palabras del poema, “cada día en más de noche”). Leámoslos:

Puesto que cada día es más de noche,

vuelve al placer de tus primeros libros,

acaricia las cosas familiares

que sientes extraviadas por cercanas,

recuerda el conversar de tus mayores,

sus gestos que te amparan todavía,

aquel mirar que te enseñaba a ver,

repósate en los nombres con que amaste,

vuelve a tus oraciones cuando niño

y con la sencillez de la confianza

saluda a Dios y espera en su amistad.

Recordando un poco al autor de la Epístola moral a Fabio, esos consejos que da el poeta en forma de imperativo a un tú universal (vuelve, acaricia, recuerda, repósate, saluda... ubicados estratégicamente al principio de sus respectivos versos) tienen que ver respectivamente con el placer de leer los primeros libros, las cosas de familia, las conversaciones, los gestos y las miradas de nuestros mayores, los nombres que amamos y que nos amaron, las oraciones que rezábamos de niños y, finalmente, Dios en cuya amistad debemos siempre esperar.



Hasta aquí los textos de Enrique Badosa que se leyeron durante el acto del Ateneo celebrado en su homenaje. Aunque son bellas también las traducciones que hizo el poeta de Espriu y Horacio, prescindo aquí de su copia y comentario. Ya lo haré si sale la ocasión de hacerlo más adelante, entre los epígrafes que quedan por ver, relacionados con la obra de Badosa.

A continuación, concluiré este primer apartado, citando y comentando, cuando sea necesario, algunas afirmaciones del propio Badosa en su intervención al final del acto realizado en su honor. Una de las primeras, relacionada con su viaje a Grecia, y hablando de la comedia, de la pasmarota y del bululú, dijo que la pasmarota era recitada por el bululú, que era un comediante que representaba obras él solo, mudando la voz según la condición de los personajes que interpretaba. Otra, que la facilidad de contacto con la gente era proverbial. Relacionada con La Fuente de Castalia, repitió la cita “Nunca el griego fue lengua tan hermosa.” A una pregunta de uno de los conductores de la presentación, Badosa habló de una tejedora que conoció en Creta que se llamaba María. Por lo visto, tras recorrer bastantes kilómetros por carreteras difíciles, llegó a una casita, donde dos personas vestidas de negro lo recibieron muy afablemente. Ella era María la tejedora, que más tarde, como si fuera la reencarnación de Ariadna, le indicó el camino que tenía que seguir para volver a la ruta principal de su viaje. Su conclusión fue que fue entonces cuando sintió su amor inicial por Grecia. Más preguntas y más respuestas. Una que llamó mucho mi atención: A través de un álbum de cromos que tuvo de niño vivió tres pasiones, que nunca después olvidó: Egipto, Roma y Grecia. Otra, que Plaza y Janés y Mario Lacruz habían sido dos llaves de oro para entrar en el mundo mágico de la literatura. Éste, además de un amigo incomparable, fue un magnífico y generoso editor literario; también novelista (se dio a conocer con El inocente, una curiosa novela que narra las peripecias de Virgilio Delise, un extravagante y rico aficionado a la música que fue falsamente acusado de la muerte de su padrastro). En vida publicó muy poco de su obra, pero a su muerte, un armario, cuya apertura había sido declarada prohibida, ocultaba un montón de escritos suyos que gracias a Dios se van publicando poco a poco. Y en cuanto a Plaza y Janés, fue la editorial que le abrió los brazos desinteresadamente para encargarle la dirección de dos colecciones de poesía clave en su tiempo: Selecciones de Poesía Española y Selecciones de Poesía Universal. Acerca de ello dijo: “Era un placer poder publicar los libros que me gustaban, por encima de la amistad.” Curiosidad: Sólo en verso, publicó en cierta ocasión 5 libros al año. Preguntado si echaba de menos algo en la vida, respondió que uno de los fracasos más grandes de su vida era no haber podido ser arquitecto. A mí me chocó tremendamente esa afirmación. Sin embargo, hizo otra aseveración con la que yo no estaba en absoluto de acuerdo con él. Dijo en un momento de su intervención después de leernos unos cuantos versos suyos: “Yo leo francamente mal.” Cuando me había dejado sin apenas respiración la lectura que acaba de hacer de unos versos de su Balada de paz de un mal amor:

“Es hora de saber que ya perdemos

 la claridad del día esperanzado.

La ceniza del agua que bebemos,

no calmará la sed que nos ha dado.

También hay que olvidar lo que sabemos

del tiempo del amor, tiempo pasado.

El silencio te lleva y te retiene

y oscurece el camino que yo sigo.

Ya no sé qué esperanza me mantiene,

solitario de ti, pero contigo.”

O estos dos versos de Marco Aurelio, 14: “Sólo salen a recibirme la pared / y mi sombra, la de nadie.” Al preguntarle quién le había iniciado en la poesía, respondió que el tío Pepe, que recitaba muy bien y leía mejor. Me gustó más la respuesta de otra pregunta: “Lo que se hace, hay que hacerlo bien.” Y tanto, lo mismo cuando dijo con cierta timidez que gracias a Dios conocía bien el oficio de poeta. Las preguntas y las respuestas se volvieron de repente algo comprometidas, y desde luego me quedo con las contestaciones de Badosa. Hubo una que arrancó los plausos más fuertes del auditorio: “Toda poesía es social por la función social que tiene la poesía. Pero la poesía no debe olvidar su parte artística.” Hubo otra respuesta que entendí claramente: Uno no quiere escribir un poema; el poema me escribe a mí. Me manda escribir.” A una pregunta sobre la censura en su tiempo, respondió: “Un poemario pasaba fácilmente la censura porque nadie leía poesía, y el que lo leía (el poemario) no entendía nada.” Y casi al final del acto, alguien le preguntó qué pensaba de Venecia. Respondió que Venecia representaba todas las artes; era el navío del tesoro condenado a morir pronto. Venecia es el símbolo del gran logro de la humanidad que está pasando un mal momento; el desenlace es inminente.

Tremendo.



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