sábado, 25 de septiembre de 2021

DEL TEATRO AL CINE (V) Divinas palabras, de Valle-Inclán

 


Ramón del Valle-Inclán (1866-1936) cultivó con igual intensidad la narrativa, la poesía y el teatro. Como autor narrativo, le debemos obras de la talla de las Sonatas (una por cada estación), Tirano Banderas. Novela de tierra caliente o la serie de novelas El ruedo ibérico. Como poeta, es autor, entre otras, de Aromas de leyenda, El pasajero y La pipa de Kif. Y como dramaturgo (siempre mostró una devoción especial por el mundo del escenario y aquí es el factor que más nos interesa), es autor de Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte,  El marqués de Bradomín, Luces de bohemia, que en 1985 fue llevada al cine por Miguel Ángel Díez, interpretando magistralmente Agustín Gozález el papel de don Latino, Martes de Carnaval, Comedias bárbaras y Divinas palabras, entre otras. 

Divinas palabras, junto con la trilogía Comedias bárbaras, forma parte del grupo de obras con las que Valle-Inclán, partiendo de su Galicia natal, creó un mundo mítico e intemporal en el que la irracionalidad, la violencia, la lujuria, la avaricia y la muerte rigen los destinos de sus protagonistas.


Publicada en 1919 (otros dicen que en 1920), Divinas palabras, subtitulada Tragicomedia de aldea, y estrenada en 1933 en el Teatro Español de Madrid (la dirigió Rivas Cherif e interpretaron sus principales papeles Margarita Xirgú, Enrique Borrás y Amalia Sánchez Ariño), es la obra teatral de Valle-Inclán más llevada a las tablas, tanto en España como en el extranjero (ejemplo singular, en Estocolmo Ingmar Bergman en 1950). Por su tratamiento expresivo, sus situaciones y personajes del inframundo de la Galicia de primeros del siglo XX, se considera antecedente del esperpento.

En su argumento tiene un peso específico el matrimonio formado por el sacristán Pedro Gailo y su mujer Mari Gaila. Cuando muere la hermana del sacristán empieza a desarrollarse la acción, pues deja huérfano a su hijo Laureaniño el Idiota, un enano hidrocéfalo que es expuesto en las ferias por sus familiares para conseguir dinero. Exposición que disputan el matrimonio Gailo y Marica del Reino, la hermana de la difunta. Y todo lleva a un desenlace inesperado al marcharse Mari Gaila con su amante Séptimo Miau.

He aquí un fragmento de la última escena de la obra:

“San Clemente. La quintana, en silencio húmedo y verde, y la iglesia de
románicas piedras doradas por el sol, entre el rezo tardecino de los
maizales. La sotana del sacristán ondula bajo el pórtico, y a canto del
carretón un coro de mantillas rumorea. Atropellando al sacristán, dos
mozuelos irreverentes penetran en la iglesia y suben al campanario.
Estalla un loco repique. Pedro Gailo da una espantada y queda con los
brazos abiertos, pisándose la sotana.

Pedro Gailo: ¡Qué falta de divino respeto!

Marica del Reino: ¡De falta supera!

La Tatula: ¡Son los mocetes que ahora entraron! ¡Juventud pervertida!

Simoniña: ¡Quiébreles un hueso, mi padre!

Pedro Gailo: ¡Alabado sea Dios, qué insubordinación!

Marica del Reino: ¡Carne sin abstinencia!

Una voz en los maizales: ¡Pedro Gailo, la mujer te traen desnuda sobre un carro, puesta a la vergüenza!

Pedro Gailo cae de rodillas, y con la frente golpea las sepulturas del
pórtico. Sobre su cabeza, las campanas bailan locas, llegan al atrio los
ritmos de la agreste faunalia, y la frente del sacristán en las losas levanta
un eco de tumba.

Marica del Reino: ¡Vas a dejar ahí las astas!

Pedro Gailo: ¡Trágame, tierra!

La Tatula: ¿A qué tercio este escándalo?

La voz de los maizales: ¡Que si llegaron a verla de cara al sol con uno encima!

Simoniña: ¡Revoluciones y falsos testimonios!

La voz de los maizales: ¡Yo no la vi!

Pedro Gailo: ¡Ni la vio ninguno que sepa de cumplimientos!

La Tatula: ¡Así es! Casos de conducta no llaman trompetas.


 

Pedro Gailo corre pisándose la sotana y se desvanece por la puerta de
la iglesia. Sube al campanario, batiendo en la angosta escalera como un
vencejo, y sale a mirar por los arcos de las campanas. El carro de la
faunalia rueda por el camino, en torno salta la encendida guirnalda de
mozos, y en lo alto, toda blanca y desnuda, quiere cubrirse con la yerba
Mari-Gaila. El sacristán, negro y largo, sale al tejado, quebrando las
tejas.

Una voz: ¡Castrado!

Coro de foliada:

¡Tunturuntún! La Mari-Gaila.

¡Tunturuntún! Que tanto bailó.

¡Tunturuntún! La Mari-Gaila,

que la camisa se quitó.

Pedro Gailo: ¡El santo Sacramento me ordena volver por la mujer adúltera ante la propia iglesia donde casamos!

Pedro Gailo, que era sobre el borde del alero, se tira de cabeza. Cae
con negro revuelo y queda aplastado, los brazos abiertos, la sotana
desgarrada. Hace semblante de muerte. De pronto se alza renqueando y
transpone la puerta de la iglesia.

La voz de los maizales: ¡Te creí difunto!

Otra voz: ¡Tiene siete vidas!

Quintín Pintado: ¡Jujurujú! ¡Miray que dejó los cuernos en tierra!

El Sacristán ya salía por el pórtico, con una vela encendida y un libro de
misal. El aire de la figura, extravío y misterio. Con el libro abierto y el
bonete torcido, cruza la quintana y llega ante el carro del triunfo venusto. Como para recibirle, salta al camino la mujer desnuda, tapándose el sexo.
El sacristán le apaga la luz sobre las manos cruzadas y bate en ellas con
el libro.

Pedro Gailo: ¡Quien sea libre de culpa, tire la primera piedra!

Voces: ¡Consentido!

Otras voces: ¡Castrado!

Las befas levantan sus flámulas, vuelan las piedras y llamean en el aire los
brazos. Cóleras y soberbias desatan las lenguas. Pasa el soplo encendido de un verbo popular y judaico.

Una vieja: ¡Mengua de hombres!”


 

Aunque Divinas palabras había sido adaptada al cine en México en 1977 y dirigida por Juan Ibáñez, nosotros nos atenemos a la adaptación que se hizo en España  diez años más tarde. En esta ocasión la película fue coproducida por el matrimonio Ana Belén y Víctor Manuel y dirigida por José Luis García Sánchez (que se encargaría de la dirección en 1993 de Tirano Banderas, también obra de Valle-Inclán, como hemos visto más arriba)  y elegida para representar a España en la Sección Oficial de la Mostra de Venecia. En cuanto a la interpretación, corrió a cargo en sus principales papeles de la propia Ana Belén, que encarnó a Mari Gaila, Paco Rabal a Pedro Gailo, Imanol Arias a Séptimo Miau, Esperanza Rey a La Tatula, Aurora Bautista a Marica del Reino y Juan Echanove a Miguelín (Laureaniño en la obra teatral). A pesar del buen reconocimiento que la película tuvo en España, pues consiguió algunos Goyas como el de mejor fotografía (Fernando Arribas) o el de actor secundario (Juan Echanove), según Arranz la crítica no fue muy favorable a esta versión. Para añadir que la película de García Sánchez “traslada a la pantalla con acierto la atmósfera del escritor gallego, las quintanas con sepulturas y cipreses, los cruces de caminos y las ferias donde los Gailos, tras la muerte de la mendiga Juana Reina, exhiben al enano hidrocéfalo.”

 

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