sábado, 18 de septiembre de 2021

A ESCENA (I) Mi amor al teatro

 


Hoy hablo de un LIBRO PERSONAL que es fruto de varias lecturas y actividades teatrales que tienen que ver, primero, con mi devota afición desde niño al mágico mundo del escenario, y, segundo, con mi labor docente que me mantuvo durante cinco cursos consecutivos en relación con un grupo de estudiantes verdaderamente interesados por el Teatro en todas sus facetas, desde la pura teoría que encontrábamos en el estudio de la dramaturgia española en sus hitos más importantes (Lope de Rueda, Lope de Vega, Calderón, Moratín hijo, Zorrilla, Valle-Inclán, Lorca, Buero Vallejo, o Alfonso Sastre, por citar los más trabajados en clase, y de las figuras principales del teatro universal (desde los trágicos griegos, Sófocles a la cabeza, hasta Miller, pasando por Shakespeare, Molière, Schiller, Goethe y O’Neill, entre otros).

Ya de niño, mi familia se reía de lo lindo conmigo oyéndome radiar emocionantes partidos de fútbol bajo una silla o viéndome de repente entrar en la cocina en las largas tardes del invierno zamorano disfrazado de mil maneras y farfullando diferentes voces según el disfraz que llevaba, unas veces de bruja, otras de hombre del saco… Moviendo siniestramente la escoba por encima de mi cabeza envuelta con un pañuelo negro, soltaba, ante la mirada entre asustada y atónita de mi querida madre, con voz estropajosa y llena de gallos la frase “Por mucho que os escondáis, daré con vosotros y dejaré caer sobre vosotros todos mis hechizos…” Cuando hacía de hombre del saco, mi voz se volvía aún más terrorífica y la impresión causada en mi familiarizado público era de agárrate y no te muevas. Decía mostrando el saco que llevaba a mis espaldas: “Aquí llevo a los niños que se han portado mal y, una vez que les haya extraído la manteca, los devolveré a sus padres pálidos y consumidos…” Sólo de recordarlo, el que se pone pálido soy yo. ¡Hay que ver adónde llega la imaginación de un niño!

 


 

De adolescente participé en alguna obra teatral del Instituto con el fin de conseguir algunas pesetas para un viaje de fin de curso, como aquella inefable comedia de Vital Aza titulada Parada y fonda, en la que encarné el papel de Pau Palau Tomeu, “representante de Andreu Grau i Riu de Barcelona”, coletilla que sacaba a relucir  el personaje a la menor ocasión que se le presentaba.

También por entonces una de mis aficiones favoritas, que guardan sin duda relación con el teatro, era declamar poesías ante un público más o menos numeroso, bien en el patio del Instituto, en alguna clase antes de que llegara el profesor de turno o en el mismo escenario del salón de actos del Centro durante alguna fiesta escolar. Había dos poesías que recitaba más que las otras: una era La pedrada, de Gabriel y Galán, que, como era algo extensa, me valía de la ayuda de un compañero mío de clase llamado Antolín (el pobre moriría unos años más tarde de una meningitis), que tenía a mano el poema y me apuntaba escondido en la concha del escenario. Recuerdo con ternura que a veces se oía más su voz de apuntador que la mía, y eso provocaba alguna risa entre el público de las primeras filas. Me gustaba recitar esta poesía porque lograba hacer llorar a más de uno, que, para no ser descubierto, disimulaba tocándose la nariz.   

"Cuando pasa el Nazareno

de la túnica morada,

con la frente ensangrentada,

la mirada del Dios bueno

y la soga al cuello echada,

el pecado me tortura,

las entrañas se me anegan

en torrentes de amargura

y las lágrimas me ciegan

y me hiere la ternura..."

La segunda poesía, tan triste como la anterior, arrancaba muchos aplausos. Era la Rima LXXIII de Gustavo Adolfo Bécquer, aquella que empieza

“Cerraron sus ojos

que aún tenía abiertos,

taparon su cara

con un blanco lienzo,

y unos sollozando

y otros en silencio

de la triste alcoba

todos se salieron…”


De mi experiencia como docente en la EATP de Teatro para alumnos de BUP, guardo entrañables recuerdos. El grupo que tenía a mi cargo contribuyó de forma entusiasta y generosa a que la actividad saliera a pedir de boca pues, como ya he dicho más arriba mostró siempre un vivo interés por el hecho dramático en todas sus facetas. Estudiábamos a los grandes dramaturgos nacionales y extranjeros, leíamos dramáticamente sus textos más importantes, imitábamos pasajes, inventábamos nuestros propios textos dramáticos, representábamos diálogos, declamábamos poesías y, como colofón a todo ello a la vez que como premio a su dedicación, al final de cada trimestre, coincidiendo casi siempre con alguna festividad del año, Navidad, Semana Santa…, montábamos entre todos los componentes de la EATP una pequeña obra teatral que acababa siendo representada en la Sala de Audiovisuales ante todo el Colegio.

Pues bien, inspirada en el recuerdo de lo apasionantemente vivido en aquella EATP, surgió la idea de componer un libro con obras teatrales, unas basadas en otros autores y otras de cosecha propia, destinadas a ser representadas por todo tipo de público, desde escolares hasta profesionales, pasando por residentes de entidades de jubilados, socios de casas regionales y asociaciones diversas. El libro, que titulé, ACTUANDO, QUE ES SOÑAR, es el que irá apareciendo aquí.

 



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