sábado, 6 de marzo de 2021

MEMORIAS DE UN JUBILADO. Defensa de la correspondencia. Leandro Fernández de Moratín

 



      En mi afán por revisar viejos libros de mi biblioteca, sigo reencontrándome con lecturas que ya tenía semiolvidadas. Una de ellas  es el libro titulado Heterodoxos y prerrománticos, obra de José Luis Cano, que vio la luz en Ediciones Júcar, Madrid, 1974. Se trata de una colección de breves ensayos sobre poetas y escritores españoles del siglo XVIII que llamaron la atención y suscitaron la simpatía del autor “por su espíritu rebelde e inconformista, rondando a veces lo heterodoxo, que les llevó en alguna ocasión al destierro o a la cárcel.” Entre los escritores trabajados se encuentra uno de los que mejor representan el espíritu de la Ilustración; me refiero a Leandro Fernández de Moratín, poeta, dramaturgo y ensayista, del que José Luis Cano trata algunos aspectos de su vida y obra poco conocidos, bajo los títulos Un amor de Moratín, Moratín en su Diario, Moratín en sus cartas y Moratín y la ilustración mágica. El ensayo que me interesa destacar aquí es el que trata del epistolario del autor de El sí de las niñas. 

Es sabido que la personalidad de Moratín era la propia de un hombre de sensibilidad contradictoria pues se mostraba serio y alegre, liberal y conservador, tímido y extrovertido. “Es difícil, afirma al respecto José Luis Cano, entrar en el secreto del alma de Moratín, y si alguien quiere buscarlo,  más que en sus poesías y en sus comedias, habrá de hallarlo en su cartas, donde entrevemos, a ratos, la personalidad compleja y huidiza de don Leandro.” La importancia del Epistolario de Moratín (en su condición de afrancesado, casi todo escrito en el exilio), además de servirnos a los amantes de nuestro país para conocer mejor las costumbres y la manera de vivir de los españoles de la época, es un modelo de prosa directa, amena, emotiva y bella. “Pocos españoles de su época, afirma Cano, escribieron un castellano tan puro y a la vez tan sabroso.”

A continuación entresaco, de los ejemplos epistolares que incluye José Luis Cano en Heterodoxos y prerrománticos, los pasajes que encuentro más interesantes sobre la sociedad y la política españolas del momento (y que siguen estando presentes en los tiempos actuales los contenidos de algunos de ellos).

Sobre la alternancia de los gobiernos y sus ideas políticas contrapuestas, en una carta a Jovellanos, enviada desde Narbona en 1787: “¿No es desgracia nuestra que cuanto se hace, dirigido a la utilidad pública, si uno lo emprende, viene otro al instante que lo abandona o lo destruye? ¿Cuándo se educará la nación? ¿Cuándo se generalizarán las ideas de economía política, y convendrán los que gobiernan en no abandonar jamás lo que es urgente, lo que es conocidamente útil, y cesará el empeño funesto que los agita, de aniquilar y deshacer lo que sus predecesores fomentaron? (…) ¿No es esto burlarse de los intereses de una nación y mantenerla siempre en estado de infancia?”

Sobre la censura y los remedios que empleaba la Inquisición contra los escritores, en una carta a Juan Pablo Forner, enviada desde Montpelier en 1787: “Créeme, Juan; la edad en que vivimos nos es muy poco favorable: si vamos con la corriente y hablamos el lenguaje de los crédulos, nos burlan los extranjeros, y aun dentro de casa hallaremos quien nos tenga por tontos; y si tratamos de disipar errores funestos, y enseñar al que no sabe, la santa Inquisición nos aplicará los remedios que acostumbra.”


Sobre las guerrillas literarias de Madrid, que se portaban como verduleras, en una carta a Juan Bautista Conti, enviada desde París en 1787: “En Madrid siguen las guerrillas literarias con un encarnizamiento lastimoso; se tratan como verduleras, e escriben prosas y versos ponzoñosos, se ridiculizan unos a otros, se zahieren y se calumnian, en términos que nada falta para llegar a los puños, y concluirse las cuestiones de crítica y buen gusto con una tollina general. Ni sé lo que puede ganar en esto la instrucción pública, ni alcanzo cómo es posible que los que hacen profesión de literatos se olviden tanto de lo que enseñan la buena educación y la cortesía.”

Sobre su decisión irrevocable de no regresar nunca a Madrid y de llevar una vida retirada (evocación del Beatus Ille de Horacio y su versión en fray Luis de León), además de una negativa definición de los españoles y otra positiva de los catalanes, en una carta a su gran amigo el abate Juan Melón, enviada desde Barcelona en 1816: “Una sola cosa tengo decidida y decretada irrevocablemente, y es el no volver jamás a entrar por las puertas de mi Lugar (Madrid), aunque viva más años que el patriarca Enoch. En este supuesto, si esa nación deja de ser loca, si no alborotan, si no se matan por hacerse felices, si sufren como deben el freno y la cincha y el albardón que les han puesto, y que por tantos títulos han merecido, en una palabra, si quieren ser hombres de bien  por unos pocos años (que es lo que yo necesito), dígote que en este caso cargaría con mis libros y mi calcetas, y previa la superior licencia (porque no quiero hacer papel de delincuente fugitivo), me iría a establecer a Aix, en Provenza. (,,,) Entretanto, mi resolución es la de no moverme de aquí, no trocar este pueblo por otro ninguno de España, si he de vivir y morir en ella. En este caso, es necesario hacer una vida oscurísima y retirada; no hablar, no escribir, no imprimir, no dar indicio alguno de mi existencia; y esto, entre unas gentes las más tolerantes, las menos chismosas, las menos perseguidoras de toda la Península, donde cada cual atiende a negocios e intereses, y no se mezcla en los ajenos.”

Sobre el intento del propio Moratín de librarse de los Secretarios que daban licencia en cualquier asunto literario, social o político, en una carta a su amigo el abate Juan Melón, enviada desde Montpellier en 1817: “Mi único intento ha sido librarme de aquella infame canalla de Secretarios, de quien habrá mucho que recelar que, en vez de la tal licencia, me enviasen alguna orden que diese conmigo en otro nuevo destierro, o les ocurriese la necedad de enviarme a Montoro o a Ceuta; porque todo se puede temer del deseo constante que manifiestan de incomodar y aburrir a cuantos acuden a pedirles algo; Bástame por ahora saber que nadie me perseguirá donde estoy, ni por traidor, ni por Gaditano, ni por Masón, ni por libertino, ni por afrancesado, ni por conspirador, ni por sospechoso: No puedes figurarte con qué facilidad, con qué impunidad se atropella a cualquiera en aquel desventurado país.”

Sobre el trato diferente que da la patria a sus ciudadanos dependiendo de su condición política, en una carta a Dionisio Solís, enviada desde París en 1819: “Sea influjo del clima, de las circunstancia, sea el demonio, que en todo se mete, lo cierto es que nuestra dulce patria no permite que ninguno de sus hijos sobresalga en ella impunemente, y paga con amarguras los esfuerzos del talento y la aplicación, al paso que recompensa con premios y honores la ignorancia, el error y los delitos. Trate Vmd. De vivir feliz con su familia, tranquilo y honestamente divertido; lea y no escriba; conozca el mundo, pero no lo pinte, y pase esto pocos instantes que llamamos vida lo más alegre y holgadamente que le sea posible (de nuevo referencia a Horacio y a nuestro fray Luis).” 

 


Sobre la resolución que tomó el propio Moratín de abandonar España para acabar con las amarguras que sufría en el país por su condición de afrancesado, en una carta a Paquita Muñoz (de quien estuvo mucho tiempo enamorado), enviada desde Burdeos en 1824: “Salí de ellas (las tribulaciones que padecía) con vida y con mayor conocimiento del mundo que el que antes tenía, tomé la única resolución que podía convenirme, y al cabo de siete años que determiné no vivir en compañía de locos y pícaros, todavía no he tenido motivos de arrepentirme de mi resolución. Así vivo tranquilo, oscuro, estimado de los muy pocos que me conocen, gozando de aquella honesta libertad que sólo se adquiere en la moderación de los deseos (loable definición de la auténtica libertad). Ni aspiro a más, ni espero recuperar lo que me han robado (que es imposible), perdono a los que me han ofendido, y toda mi ambición se reduce a poder continuar con lo poco que he podido salvar de tan desecha tormenta, y acabar en paz el curso de mi vida, que ya es tiempo de que termine (aún viviría cuatro años más después de mostrar esta estoica actitud ante la vida).

 

 

 

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