sábado, 27 de marzo de 2021

MEMORIAS DE UN JUBILADO Curiosidades de la Semana Santa de Zamora

 


 Ahora que llega a Zamora su Semana Santa, si bien este año, por culpa de la pandemia, será especial porque no habrá procesiones en sus calles y todo el fervor de siempre tendrá lugar en el recuerdo, quiero, como zamorano de la diáspora, traer aquí los ecos de algunas curiosidades relacionadas con la Semana Santa zamorana que viví en otro tiempo.

De todos los dulces artesanos que se consumen en esta época tan emblemática para todos los zamoranos, me quedo con las aceitadas, si bien debo decir aquí que yo las consumo todo el año en receta de mi mujer, siguiendo, eso sí, el protocolo tradicional. Las aceitadas tienen forma circular, son compactas y de color tostado debido al baño al huevo que se les aplica antes de meterlas en el horno (nosotros les trazamos en la cima una cruz para tener bien presente el tiempo para el que se crearon). Sus ingredientes son: aceite, harina, azúcar, huevos enteros, yemas, esencia de anís y una copita también de anís. Las aceitadas solían cocerse en hornos de panadería. Son de alto contenido graso y aporte calórico también muy importante. Su origen se desconoce pero tradicionalmente se elaboraban sin manteca ni mantequilla, utilizando en su lugar aceite, para cumplir así con los preceptos cuaresmales. Sea como fuere, las aceitadas son para mí el dulce de la Semana Santa que más me evoca el recuerdo de la familia, y de mi madre en especial, durante esas fechas tan destacadas. Muchos ratos pasé en mi infancia viviendo aventuras de aceitadas ocultas bajo el baúl de la sala materna, en las que mi mano de niño palpaba en la sombra la cruz abierta en lo alto de la aceitada y enseguida mi boca paladeaba deleitosamente la masa dulce y harinosa, con sabor a anís y a tiempo que no muere. Otros dulces propios de la Semana Santa son los rebojos zamoranos, las magdalenas, las torrijas y las almendras garrapiñadas, que suelen venderse en puestos ambulantes instalados en la calle de Santa Clara, aunque también los cofrades de Jesús Nazareno las reparten en la madrugada del Viernes Santo, durante la procesión de esa mañana.

 

La calle del Troncoso debe de ser aún una de las calles más fotografiadas de Zamora. Fotografiadas o dibujadas. No recuerdo cuántas veces llegué a dibujar en mi inquieto cuaderno de dibujo esa sorprendente vista del arco en que termina la calle y la Catedral, enmarcada en él. Y los que  han visto la calle y han tenido ocasión de presenciar en ella la procesión del Cristo del Espíritu Santo, aconsejan coger un buen sitio ahí para verla pasar y escuchar a los hermanos del coro cantar el Crux Fidelis (Antífona e himno  de la Misa de los presantificados) la noche del Viernes de Dolores, hermoso canto gregoriano que comienza así: “Crux fidelis inter omnes arbor una nobilis: nulla silva talem profert fronde, flore, germine." (“Oh cruz fiel, el más noble entre todos los árboles! Ningún bosque produjo otro igual: Ni en hoja, ni en flor ni en fruto".)   Y en cuanto al mirador del Troncoso, debo decir que se encuentra en el extremo opuesto de la calle, y que es un lugar privilegiado desde el que se puede contemplar uno de los paisajes más interesantes y hermosos del río Duero a su paso por nuestra ciudad, con sus puentes, aceñas, azudas y el fondo paisajístico que lo enmarca, sin olvidar, entre otras maravillas, la Catedral con su torre y su cimborrio, los campanarios de las iglesias que asoman sobre las murallas y las rocas de Santa Marta. Una curiosa circunstancia sobre el Mirador del Troncoso es que existe por casualidad. Resulta que en el solar del actual mirador había una vivienda con un patio ajardinado que fue donada al MOPU por una señora, mediante una rara herencia a principios del siglo XX para que fuera utilizada por los servicios del MOPU (Ministerio de Obras Públicas). Finalmente, entre el personal del servicio dicha vivienda era conocida como la Casa de la Rosa, en recuerdo del nombre de la donante.


 

El Museo de Semana Santa, contiguo a la iglesia de Santa María la Nueva, fue creado en 1957 por la Junta Pro Semana Santa de nuestra ciudad con el fin de conservar y exhibir al público los pasos procesionales de las cofradías, hasta entonces alojados en diversos locales, en algunos casos en precarias condiciones. Tras adquirir el solar ese mismo año, el Museo se abrió finalmente al público a principios de septiembre de 1964. En 1972 la Junta adquirió un local anexo, aunque sin comunicación con el Museo, para instalar en él su archivo y el de las distintas cofradías. En 1990 se adquirieron dos solares más que se utilizaron para ampliar el espacio de exposición y para ubicar las oficinas, el salón de juntas y el taller de restauración. Finalmente, el Museo se reinauguró en febrero de 1994. Desde entonces es el museo más visitado de su categoría en toda España y también el que más visitas recibe de todos los de nuestra ciudad.​ Expone 37 pasos procesionales, entre los que destacan los de los imagineros Ramón Álvarez, Mariano Benlliure, Ramón Abrantes, Hipólito Pérez Calvo y Enrique Pérez Comendador, entre otros, La Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén (popularmente, La Borriquita), La Santa Cena, La Oración del Huerto, Camino del Calvario (popularmente, El Cinco de Copas), Las Tres Marías y San Juan, Jesús Nazareno, La Crucifixión, La Elevación de la Cruz, El Descendimiento, La Piedad, La Conducción al Sepulcro, El Santo Entierro (La Urna), Cristo Resucitado o La Virgen de la Amargura, además de otros objetos relacionados con nuestra Semana Santa, como hábitos de cofrades, accesorios de las procesiones, etc. A pesar de la ampliación que ha tenido a lo largo del tiempo, su espacio resulta insuficiente para las obras que exhibe, por lo que existen diversas propuestas para solucionar el problema. Sigue en pie el compromiso del Ayuntamiento para adquirir un nuevo solar que dé cabida holgada a los pasos expuestos, de la Diputación para realizar el proyecto y de la Junta para aportar la financiación. Ya veremos. Sería una pena que todo quedara en agua de borrajas, como decimos en nuestra tierra, si bien ya se empiezan a acometer diversas mejoras respecto a la señalización e iluminación de lo expuesto en el Museo, así como un servicio de audioguías. Todo esto del Museo está muy bien para quien está de visita en Zamora en cualquier época del año, me atrevo a opinar, pero la verdadera seducción se vive en la Semana Santa de las calles y las plazas día y noche, en los hachones de los cofrades proyectando sus sombras en las fachadas de las casas, en los roces de las cruces y los pies desnudos de los penitentes en el frío e insensible pavimento de alquitrán o de adoquín, en el Merlú llamando a los cofrades con su tambor y su corneta la madrugada del Viernes Santo, en el Barandales haciendo voltear y sonar sus campanas atadas a las muñecas, encabezando las procesiones, el silencio jurado y las solemnes matracas rompiendo la quietud de las noches, el llanto silencioso de los zamoranos apostados en las aceras para ver pasar la procesión que más quiere… y, sobre todo, los pasos que desfilan solemnes en cada una de ellas y las dolientes figuras de las Vírgenes y Cristos que, instalados sobre ellos, portan reflejados en sus gestos y en sus propios cuerpos todo el dolor del mundo, la agonía y la muerte; ahí sí que se siente la seducción verdadera, en las manos retorcidas de La Soledad, en las lágrimas de La Esperanza, en la Sangre derramada del Cristo de las Injurias, en la postración final del Yacente o en la desolada escena del Descendimiento…Me temo que este año los visitantes de Zamora en estos días tendrán que conformarse con el Museo.


 

Quizá una de las procesiones más representativas de nuestra Semana Santa, junto a las del Cristo de las Injurias, del Miércoles Santo, del Yacente, del Jueves Santo,  la de Jesús Nazareno, del Viernes Santo, o la de la Santísima Resurrección, del Domingo de Gloria, sea la procesión de las Capas Pardas, nombre popular que recibe la Hermandad Penitencial del Santísimo Cristo del Amparo, que todos los Miércoles Santos a las doce de la noche sale en procesión de la iglesia de San Claudio de Olivares, acompañando a la imagen de Jesús en la cruz. El Crucificado, que data del último cuarto del siglo XVIII  y atribuido a José Cifuentes Esteban, posee tamaño natural. Va colocado sobre una sencilla mesa que representa el Gólgota, con el único adorno de una calavera y unos cardos. Su aspecto sobrio resultaba plenamente adecuado para la procesión que se estaba diseñando, y por ello fue elegida esta imagen. El hábito de los cofrades es la capa alistana (la de los pastores de Aliste, Carbajales y Sayago, aunque no la de trabajo, sino la utilizada en días especiales)​, que por su color oscuro da nombre a la denominación popular de Capas Pardas. Los cofrades, que además portan un farol de hierro forjado, desfilan dispuestos en forma de cruz latina. El Cristo es llevado sobre unas sencillas andas portadas por doce hermanos a dos hombros, con la iluminación de sólo cuatro faroles rústicos, para realzar el patetismo de la imagen en la oscuridad de la noche. Las matracas anuncian el paso de la procesión. Un bombardino y un cuarteto de viento interpretan piezas fúnebres a lo largo del recorrido, marcado por las calles en torno al Castillo, produciéndose su momento más significativo al pasar bajo la Puerta del Obispo. Y cuando la Cofradía regresa al templo de salida, un coro entona el Miserere Popular Alistano (“Ten mi Dios, mi bien, mi amor, misericordia de mí. Ya me ves postrado aquí, con penitente dolor: ponga fin a tu rigor una constante concordia, acábese la discordia, que causó el yerro común, y perdóname según tu grande misericordia...")


  Un momento clave de los muchos con que cuenta nuestra Semana Santa, es la alianza especial que forman el tiempo, el espacio y la música en el templo de San Juan Bautista poco antes de la salida de la procesión de la cofradía de Jesús Nazareno (vulgo, Congregación) en la madrugada del Viernes Santo. Esa alianza especial se produce cuando el paso denominado el Camino del Calvario (popularmente, Cinco de Copas, por la disposición de sus figuras en el paso a semejanza del naipe) obra de Justo Fernández y guión de la procesión, se pone a bailar en el interior del templo de un modo singular que todos los zamoranos conocemos a la perfección, acompañado de la fúnebre Marcha de Thalberg. El paso representa el momento en que Jesús, cargado con la cruz es conducido al calvario escoltado por un centurión romano, que apunta hacia delante con el brazo extendido, un sayón que tira de la cuerda atada al cuello de Jesús, y dos soldados. Quien ha vivido ese momento del baile majestuoso de las cinco figuras y oído esa música que taladra el corazón de los tiempos, no los olvidará en su vida. Después a lo largo del recorrido del desfile formado por miles de cofrades (hábito de percal negro con cola, sin capa y el rostro cubierto con un caperuz sin punta) y por numerosos pasos (entre otros, además del mencionado, La Caída, La Redención, La Crucifixión, La Elevación de la Cruz, La Agonía y la Virgen de la Soledad), seguirá sonando, junto con otras músicas, la marcha fúnebre de Thalberg. Música que ya es inmortal para el zamorano que se precie.

El personaje de la Semana Santa que en mi infancia llamaba más mi atención es sin duda el Barandales, que era y es la persona que, haciendo sonar las campanas que lleva atadas a las muñecas, avisa al público de la marcha de las procesiones.​ Antiguamente debido a la prescripción litúrgica, las campanas de las Iglesias de Zamora enmudecían desde la tarde del Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección, de ahí surgió la necesidad de la figura del Barandales. Para que la percusión metálica de sus campanas recordara a los fieles la celebración de los distintos oficios y acontecimientos que se fuesen sucediendo en la pasión zamorana. Así pues, con el sonido característico de esas dos campanas que llevaba pendientes de sus muñecas, este singular “campanillero” abría la marcha de tres cofradías: la Santa Vera Cruz, el Santo Entierro y Nuestra Madre de las Angustias. Doscientos años después las cofradías de la Borriquita, la Tercera Caída, el Vía Crucis, la Virgen de la Esperanza y Luz y Vida, no queriendo ser menos, introdujeron esta figura humana tan emblemática es sus desfiles procesionales con el mismo cometido. En mi obra Zamora entre la ausencia y el reencuentro incluí estos versos dedicados a España, la primera persona que hizo de Barandales y que conocí de niño: “Tío Barandales, dales, dales…, suena en el alma de los chavales, mientras los pasos pasan perennes por las callejas viejas, solemnes. Esas campanas, como latidos, suenan a tiempos nunca perdidos en lo más hondo del corazón, como una eterna, viva canción…Semana Santa de mi ciudad. Los pensamientos son de piedad mientras voltean esas campanas y toda la gente tras las ventana mira con ojos tiernos, llorosos, los latigazos tan dolorosos que Dios padece en su soledad. Sigue sonando, tío Barandales, tío Barandales, dales, dales…Para que nunca nos olvidemos de aquellas cosas que bien sabemos que forman siempre nuestra Verdad.” 


 

 

 


 

 

 

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