domingo, 2 de febrero de 2020

EL AÑO DE DELIBES (II)


EL TESORO (1985)


A escasas hora de morir 2019, y a la espera de juntarnos en casa del hijo menor para celebrar la Noche Vieja y recibir con los brazos abiertos al desconocido y lleno de incógnitas pertenecientes a todos los ámbitos sociales y políticos 2020, me puse a releer esta simpática novela donde, el encuentro fortuito de un tesoro prerromano (orfebrería celtibérica), oculto en una tinaja, en los límites de dos pueblos castellanos rivales, Gamones y Pobladura, lleva a sus habitantes a un conflicto serio en medio de reuniones y comidas entre los arqueólogos que se van a ocupar del trabajo de orden y clasificación del tesoro descubierto y los representantes de la Administración, que no cuentan con las hostilidades de que son objeto por parte de unos cuantos campesinos y personas de la primera localidad mencionada más arriba.
Y como el tema principal de este modesto trabajo es tratar cualquier referencia que se haga a la cocina delibeana, empezaré con lo que ocurre  ya en el primer capítulo de la novela, en que Jero, arqueólogo y protagonista principal, acompañado del Subdirector General, se dirige en coche al pueblo del hallazgo, para tratar del asunto con Pablito, otro arqueólogo de Madrid, compañero del anterior, y don Lino, descubridor del tesoro, que los esperan en un bar-restaurante. Llegados que hubieron los primeros al lugar concertado y hechas las debidas presentaciones, don Lino, “demorando deliberadamente entrar de golpe en el tema, dijo: --He pedido ancas de rana y lechazo asado para todos. Si alguno quiere cambiar, aún estamos a tiempo.”  Y empiezan los recelos y las preguntas, como la que Jero, mientras escancia vino en los vasos, pregunta a don Lino, que está inquieto, si conocía a don Virgilio, el Coronel, que era el dueño del castro de Aradas donde el tesoro ha sido hallado. Don Lino contesta afirmativamente y a continuación explica dónde dio con él, por lo visto fuera del castro, cuando iba a desbrozar un cortafuegos en el monte, que es comunal. Jero, viendo que la cosa no está nada clara, le dice irónicamente: “Y según franqueaba el cortafuegos, zas, se da de bruces con la tinaja, así de fácil.”  

 En la conversación don Lino saca a relucir el azar, que en la vida juega siempre un papel importante. “Además”, añade, ¿quién puede asegurarnos que desde la muerte de don Virgilio no se haya producido en el castro alguna falla o algún corrimiento de tierras?” Pone un poco de calma en el debate el Subdirector General al pedir al camarero, tras consultar a sus acompañantes, “un helado y cuatro cafés, por favor.” Pero el debate parecía no tener fin hasta que surgió nuevamente el tema del monte comunal, detalle que aprovechó el representante de la Administración para poner las cosas aún más difíciles para don Lino diciendo: “En ese caso el Estado decidirá.”
Y esta tesitura lo dejo porque no quiero robar al posible lector las emociones que resultan de una lectura atenta y solitaria.
Y prefiero hablar de la señora Olimpia, uno de los personajes más directos y simpáticos del libro, a quien veo acuclillada ante el fuego, de espaldas a la camilla donde comen Jero y Ángel, Cristino y el Fíbula, tres alumnos suyos que le ayudan en las labores de limpiar lo que van sacando de la tierra. Al incorporarse,  la mujer “tomó del fogón una fuente de patatas fritas y la puso en el centro de la mesa camilla donde ellos comían con apetito, sujetando el hueso con los dedos, unas chuletas de cordero. Sobre la cabeza del Fíbula se abría un ventano a través del cual se adentraban  tenues cacareos de gallinas y el metálico quiquiriquí de un gallo.” (…) “La señora Olimpia quedó un rato plantada ante ellos, gruesa, cachazuda, los brazos en jarras, observando las necesidades de la mesa y, durante el tiempo que permaneció así, Cristino mantuvo vuelta la cabeza, mordisqueando distraídamente el hueso que sostenía entre los dedos.”
Después de los cafés, que les preparó igualmente la señora Olimpia, los cuatro subieron al monte a trabajar en el yacimiento del tesoro. 
Dejo de nuevo descubrir al lector los pormenores de la trama novelística, y entro de rondón en el capítulo 6, en la escena en que un semicírculo de hombres hostiles del pueblo se ha ido cerrando en torno al grupo de arqueólogos que están metidos en faena. Jero detiene el trabajo para encararse con la persona que parece comandar el semicírculo violento, apodada el Papo, otro de los personajes tipo de la novela. “Su rostro imberbe, flojo, gelatinoso, con grasa hasta en los cartílagos de las orejas, se fruncía en mil pliegues en la sotabarba, desproporcionada a pesar de su corpulencia.” El cual, antes de pronunciar palabra, “recostó en la muleta todo el peso de su cuerpo y, con la mano izquierda, extrajo del morral de cazador que portaba una pera que miró y remiró varias veces antes de arrancarle el rabillo y clavarle en el pezón la uña negra y larga de su pulgar. 


Parsimoniosamente desgajó un pedazo y se lo llevó a la boca.” Con la boca llena y sin dejar de mirar la fruta rota en su mano, recordó a los arqueólogos la prohibición de los carteles respecto a no tocar la mina del tesoro. Jero advirtió que la orden de la excavación venía de Madrid. “Un pedacito de pulpa blanca de la pera se le había adherido al Papo en una mejilla, junto a la comisura de la boca y, conforme hablaba, subía y bajaba sin llegar a desprenderse.” Y mientras los ánimos se encendían cada vez más entre los hombres que lo acompañaban, “el Papo se metió en la boca otro pedazo de pera” antes de decir con chulería que Madrid no era nadie para dar órdenes en Gamones. Un poco después “escupió el corazón de la pera y, al hacerlo, se le desprendió de la mejilla el pedacito de pulpa. Parsimoniosamente extrajo otra del morral y, con estudiada prosopopeya, repitió, como un rito, la operación anterior; pero, como quiera que al hincar la uña del pulgar en el pezón de la fruta, escurriese entre sus dedos amorcillados un reguerillo de zumo, se lamió golosamente la mano” antes de hacer estallar la bomba de la pelea y la huida de los arqueólogos con sus violentas palabras y azuzando al resto de sus secuaces. Pero averiguar eso y el desenlace final de la novela, le corresponde al lector.

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