martes, 28 de enero de 2020

MEMORIAS DE UN JUBILADO. DEFENSA DE LA POESÍA (III)






Para defender la poesía, ¿qué mejor que dedicar unos versos a un artista que pintó verdadera poesía?

Hace unas horas que en la entrañable conversación con un amigo de toda la vida salió a relucir su nombre.

CASADEMONT

¿Quién le enseñó a soñar el sueño libre,
calmado y gris eterno del paisaje?
¿Quién le enseñó a entender
la soledad pensante de las barcas?
¿Quién le enseñó a mirar con alma niña
la prístina blancura de las casas?
¿Quién le enseñó a sentir
el lírico ascetismo de los árboles?
¿Quién le dio el poder de traducir
el lenguaje inmortal de la naturaleza?


Hay placeres serenos,
estallidos de corazón en calma,
fieles cristales
donde se mira intacta
la belleza del pueblo.
Una barca faena
sin romper el silencio.
Las velas son de sueño,
Los peces de esperanza.
Asomado al milagro,
el artista confiesa
su desnudez callada.

También sabe el poeta de la luz
cruzar umbrales de misterio exótico
y entrar con pies de agua
en patios blancos
donde vaga la sombra del profeta
por arcos de guitarras silenciosas
y fuentes donde se lava el alma.


Las hijas de la tierra,
saya y pañuelo que cobijan juntos
latidos de una edad hecha al trabajo,
salen a misa. El campo aguarda,
justo en su frontera
de mineral y vida.
Y dentro, en el arcón con alma,
altar siempre encendido,
queda atenta la casa.

Camino de la lluvia,
la vista besa enamorada
el llanto del espejo.
Dios aguarda
en la seda de la niebla
navegando en cristales.


Los porches,
atentos a la vida,
son ojos asombrados.
Los campos puros
se solazan
al beso de la luz.
Y en la sombra,
Sobre el limpio silencio de las losas,
una aspidistra escribe su poema
en la aceptada prisión de la tinaja.

Al alba
la vida vuelve y sube
al cielo decidida,
latiendo en la costumbre
de alcanzar esperanzas.
Invierno y muy temprano.
Por caminos de escarcha
se abre paso el carro.
Tras él marcha la hombría
del honesto hortelano.

 Desde el pueblo,
donde el hombre confirma que está vivo,
se ve todo más justo:
El mar tranquilo,
que llena la mirada de proyectos,
y el cielo limpio,
donde el sol es un fuego de esperanza.

Ángeles de la tarde
vuelan en sangre de la herida
del sol agonizante.
El agua sueña espejos
de paz limpia.
En ese tiempo
la noche reza
sobre surcos dormidos
en la paleta.

El día ha recogido sus andamios
en el taller de las sorpresas.
El silencio derrama sus cristales
sobre los ojos magos del artista.
Sólo queda en la playa,
recién nacido, el mar
como una tela de oro.
Y asomadas al brillo de la paz,
como noches que aguardan,
las barcas del poema.

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