A medida que se acerca la Semana Santa, aumenta en mi corazón el recuerdo
de Zamora, ciudad que me vio nacer, en días tan entrañables. Y uno de los
momentos que más presentes tengo es el relacionado con el Yacente de
Gregorio Fernández, que desfila la noche de todos los Jueves Santos y cuya imagen
solíamos ir a ver en familia a la antigua iglesia de la Concepción, cuyo
edificio hoy alberga la biblioteca pública de la ciudad, los
días previos a la Semana Santa. De ahí que le haya dedicado las décimas que
copio a continuación.
LECCIÓN DE VIDA
Yo me acuerdo del Yacente
cuando en Zamora pasaba
por las calles que Él amaba,
entre su querida gente.
Corríamos por el Puente
para verlo en Balborraz.
Su pálida y blanca faz
por la sangre recorrida
era la lección de vida
sacrificada y veraz.
COMO A OTRO MUERTO CUALQUIERA
Lo veíamos pasar,
dolidos, desde la acera,
como a otro muerto cualquiera
que lo llevan a enterrar.
Rezaba el viento al temblar
las llamas de los hachones
y en todos los corazones
se escondía el mismo llanto.
La noche era un limpio manto
de lágrimas y oraciones.
LA SEMILLA VERDADERA
El Yacente sigue unido
al dial de mi memoria,
forma parte de la historia
de mi dolor aprendido.
Jueves Santo repetido
en noches de primavera
cuando el río Duero era
el mismo Dios que lloraba
mientras la muerte sembraba
la semilla verdadera.
EL MISERERE
En la plaza del Pastor,
que fue terror del Romano,
en solemne gregoriano
un Miserere de amor
canta el pueblo a su Señor.
Vela el hachón encendido
el Sufrimiento esculpido
mientras la humilde tristeza
ensalza, a la vez que reza,
a su Muerto preferido.
LA FRAGANCIA DE LA FE
Vestido de alba estameña,
el fiel cofrade acompaña
al Jesús que en llanto empaña
la triste noche abrileña.
El tambor solemne enseña
que el tiempo es breve en la vida,
que la vida más vivida
es la vivida en la infancia.
Sólo dura la fragancia
de la fe bien aprendida.
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