domingo, 3 de noviembre de 2019

MEMORIAS DE UN JUBILADO. LECTURAS DE AYER (II)

 


 


Paso a hablar de lo que se solía leer durante el franquismo.
Recuerdo que las primeras lecturas que cayeron en nuestras manos estaban basadas, en la mayoría de los casos, en los tebeos y las novelas populares que podían encontrarse fácilmente y por poco precio en los quioscos de nuestras ciudades. El Cachorro, el Guerrero del Antifaz o Roberto Alcázar y Pedrín, entre los primeros, y entre las segundas, las Novelas del FBI, las del Oeste, de Marcial Lafuente Estefanía o las Policiacas, de Silver Kane. Paralelamente, estaban los primeros textos literarios y las primeras poesías de los libros de la escuela y, al poco tiempo, los del Instituto.

En la lectura de los tebeos interesaba, más que el lenguaje o la calidad artística, el mensaje ideológico o los condicionamientos de la época, por ejemplo, el anticomunismo visceral del régimen franquista. Y obtuvieron un gran éxito porque ayudaban a evadirse de una realidad envuelta por la escasez de medios económicos o el recuerdo doloroso de la guerra civil recién pasada. Los tebeos y las novelas citados más arriba, y otros y otras por el estilo, lo mismo que la radio, el cine, el fútbol o los toros, sirvieron para olvidar el entramado político e ideológico que había derivado de los vencedores de la guerra civil. Uno de los casos más interesantes lo representó el cuaderno de aventuras llamado Hazañas Bélicas, cuyos relatos sucedían en escenarios exóticos: el desierto de Sahara, las  selvas del sudeste asiático o las estepas rusas, para evitar el recuerdo tan cercano y propio de nuestra guerra. Y en cuanto a los motivos o temas principales tratados en ellos, tres elementos de gran significación en el franquismo se conjugaban en los cuadernos: el amor o la amistad, el patriotismo y Dios o la providencia divina que estaba siempre dispuesta a ayudar a los buenos.

 
Pero al lado del sentimentalismo relacionado con los puntos anteriores, se ensalzaba la guerra hasta el punto de hacerla necesaria para acabar con cualquier cosa que tuviera que ver con el comunismo, ideario capital de la ideología franquista, como ya hemos apuntado.

Uno de esos tebeos, editado por el Frente de Juventudes, tenía un nombre muy sonoro, pegadizo, Balalín, al que seguía el subtítulo Semanario de todos los niños españoles.

El antecedente de Balalín habría que buscarlo en otro de nombre eufónico, Jeromín, surgido en los años 30, que ya incluía entre sus páginas apartados que veremos en Balalín: Concursos de la revista, Cuentos breves, Conoce nuestra Patria, su historia, sus hombres, sus monumentos, Cromos para recortar, etc. Durante la Guerra surgieron otras revistas semanales como Pelayos, Flechas, Flechas y Pelayos, y en la posguerra, Chicos, Mis chicas y, así, hasta llegar al mencionado Balalín.

 
Además de la aventura cuyo protagonista era el chico que daba nombre a la revista, el Balalín incluía secciones como las siguientes: en formato de cómic, episodios de Historia Sagrada (“José, virrey de Egipto”, “En la tierra prometida”, “Los jueces, Gedeón”...), Historias de grandes hombres (Livinstone, Gravelet, W. Mitchell...), Historias de las cosas (la sal, el café, el fútbol...), Los animales (el mapache, el caribú, animales con pinchos...); también había relatos y cuentos (“La última vez”, de M. Alcántara, “El muchacho que tenía el corazón triste”, de Feliu, o las grandes tiradas de “Miguel”, de Joaquín Aguirre Bellver), Juegos, con sus reglamentos y normas (“Las zapatillas”, “El cangrejo en círculo”, “María subiré”...), El gran concurso de Balalín, que, además de publicar semanalmente las fotos de los chicos ganadores en anteriores certámenes, presentaba las preguntas del presente basadas en las más diversas materias, desde la historia más reciente hasta inventos, gánsteres, medicina, geografía, música, literatura...

De las cosas que más nos gustaban a los chicos del Balalín era la historieta del Tío Mandarino, un labriego inocentón y cazurro que no lograba dar buen fin a ninguna empresa, y una historia policiaca titulada “Redada en el búho rojo”, que a mí me recordaba las aventuras del FBI, aquellas que eran protagonizadas tan trepidantemente por Jack, Bill y Sam. No había poesías entre las páginas amplias y generosas del Balalín, pero sí brotaba cierto lirismo de las imágenes en color de algunas viñetas y de los relatos que intentaban apresar el sentir y el pensar general de la gente menuda de entonces, aunque con algunas dosis de propaganda velada referida a los vencedores en la Guerra.


Las  exigencias artísticas y educativas de todas estas revistas eran escrupulosas y atendían a unos principios básicos y a un programa de acción para la elevación religiosa, moral, social, literaria y estética, según el P. Vázquez dice en su libro La prensa infantil en España, citado por Carlos Castro Alonso en su Didáctica de la Literatura. He aquí algunas afirmaciones de esos principios y de ese programa de acción mencionados:

.- Bondad en el aspecto ideológico,
.-orientación cristiana,
.-contenido fiel a la verdad,
.-valoración equilibrada de la fuerza, salud y belleza del cuerpo,
.-el héroe debe practicar las virtudes humanas: generosidad, sinceridad, valentía, honestidad, discreción..., y combatir las burlas a impedidos, ancianos...,
.-fomento del servicio a la comunidad,
.-respeto al sexo contrario,
.-acercamiento entre las clases sociales,
.-preparación para la vida real y la orientación profesional,
.-cultivo de la poesía,
.-combatir cuanto pueda producir temor al niño, etc.
 

1 comentario:

  1. Silver Kane, que fue también Taylor Nummy, Fernando Robles, Enrique Muriel, Rosa Alcázar, Francisco Gonzalez Ledesma y otros más, cada uno con su particular estilo. En heterónimos no creo que lo superara nadie.
    Seguramente esta cultura popular, definitivamente barrida por la TV, bebía más del cine que de la literatura.
    Gracias por traerla a colación.

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