Otras disciplinas, Revistas y Enciclopedias
Hasta para enseñar otras disciplinas se empleaban ejercicios
basados en la lectura y trabajo de poesías. Un botón como muestra. En el Libro
de Álvarez, Sugerencias y ejercicios, hallamos en las llamadas Unidades
didácticas multitud de ejemplos que se proponen para ser recitados,
aprendidos de memoria y comentados: en “El agricultor”, Crepúsculo matutino,
de Francisco Villaspesa, “El pastor” cuenta con El zagal y las ovejas, de
Samaniego y así hasta una treintena de composiciones, entre las que sobresalen Plegaria
por el nido, de G. Mistral, El sapo y el mochuelo, de Iriarte, El
Teide, de Gerardo Diego, El lagarto está llorando, de Lorca, La
ola, de Ricardo E. Pose, Castilla, de M. Machado, El niño bien
criado, de Calderón de la Barca, El barquito de papel, de A.
Nervo...
Por supuesto que la
asignatura de Lenguaje basaba el
conocimiento y práctica del idioma en la lectura, copia y aprendizaje de textos
poéticos, tanto en prosa como en verso, de manera que encontramos entre sus
páginas poemas y composiciones de todo tipo, desde juegos líricos como Chiquitín,
de Aurora Medina, hasta Las siete vidas del gato, de R. Pombo o Bien
por mal, de Hartzenbusch, pasando por La señora luna, de J. de
Ibarbourou, ¡A dormir, que llueve ya!, de Gloria Fuertes o Abril
florecía, de A. Machado.
Pues bien, muchos de estos trozos literarios y poemas los hice
míos, como también empecé a sentir como propios aquellos textos que el Libro
de Lengua de Segundo, ya en el Instituto, insertaba entre lección y lección
el romance del Infante vengador los versos vocacionales de Amado Nervo,
que luego hizo universales la famosa canción de los Panchos,
“Si Tú me dices: ¡Ven!,
lo dejo todo.
Pero dímelo fuerte, de tal
modo
que tu voz, como toque de
llamada,
vibre hasta en el más
íntimo recodo
del ser, levante el alma de
su lodo /
y hiera el corazón como una espada....”,
los cantares populares de las tierras de España la Elegía del
niño mariscador, de José María Pemán, el serio y fervoroso soneto de Gerardo
Diego al ciprés de Silos la misteriosa Balada de la placeta donde Lorca
pide a Dios que le devuelva su antigua alma de niño la Canción del pirata,
que todos aprendíamos de memoria Los motivos del lobo de Rubén Darío,
señalada la página con una hoja seca de chopo del Duero o la Oriental de
Zorrilla donde el moro que habla se confiesa cautivo en la prisión de los ojos
de su cristiana.
Antes de terminar este apartado, me gustaría comentar una Antología
poética juvenil que la editorial Mateu dio a conocer en Barcelona en 1965 y
que yo tuve la suerte de encontrar en un puesto del Mercadillo de San Antonio
por aquel entonces. Resulta que ojeando su contenido, llegué a la conclusión de
que había seguido los pasos de aquel “Versos para niños”, de Antonio
Fernández del que ya me ocupé en otro lugar de este trabajo. Me explico. Trece
años después, los poetas principales del libro de Antonio Fernández, volvían a
aparecer en el libro de la editorial Mateu, y lo hacían con los mismos poemas
de entonces. Siguiendo un riguroso orden alfabético, he aquí los poetas y
poemas repetidos: Anónimos: El señor don Gato, el Soneto a Cristo
que comienza: “No me mueve mi Dios para quererte” (en el de Antonio Fernández
se titula “Acto de contrición” y lo firma San Francisco Javier). Ávila, Francisco
de : el Villancico que comienza: “Portalico divino...” Berdiales, Germán : Mañana de domingo y
En tus brazos. Bernárdez, Francisco Luis: El establo.
Cané, Luis: Romance de la niña negra. Darío, Rubén: Marcha
triunfal y A Margarita Debayle. Diego, Gerardo: Letrilla (en el de
Antonio Fernández se añade “de Navidad”), Si la palmera pudiera (“Canción del
Niño Jesús”, en Antonio Fernández) y ¿Quién ha entrado en el Portal? Fernández,
Antonio (por lo del favor con favor se paga): Tienen alma. Gabriel
y Galán, José María: Idilio y Dos nidos. García Lorca, Federico:
Canción (“El lagarto está llorando...”). García Nieto, José: Canción del
pastor en vela. Góngora, Luis: Hermana Marica. Góngora, Manuel de:
Romancillo del desvelo de la Virgen bordadora. González Hoyos, M. : Bajo
el palio azul del cielo. Ibarbourou, Juana de: Lirio del Valle y La
higuera. Jiménez, Juan Ramón: Lo
que Vos queráis, Señor, Novia del Campo, amapola, La estrella y La cojita. León,
Ricardo: Sonetillos. Machado, Antonio: Caballitos, Sueños de
felicidad (en Antonio Fernández, Anoche cuando dormía) y Canciones (“Abril
florecía...”). Machado, Manuel: La primera caída y Castilla. Marquina,
Eduardo: La hermana. Mesa, Enrique de: Voz del agua y ¿Por qué
corriendo te alejas? Nervo, Amado: Buen viaje y El puente. Pemán,
José María: Sol de las cinco, Yo me levanté a la aurora, Ya mi galera de
oro, la infanta jorobadita y Arroyuelo del molino. Pérez de Ayala, Ramón:
La muñeca. Pose, Ricardo E. : La ola y El capitán. Rueda, Salvador:
El mirlo. Selgas, José: La cuna
vacía. Villaespesa, Francisco : La hermana. Zurita, Marciano: Los
ojos del huerfanito.
Como vemos, Pemán gana a todos, incluidos A. Machado y Juan Ramón
Jiménez. Se incluyen poetas poco conocidos (Ávila, González Hoyos, Zurita o el
mismo Fernández, que entonces copaban todas las audiencias de notoriedad) y
también hispanoamericanos de parecida entidad
como Berdiales, Bernárdez, Cané o Pose al lado de los mundialmente
reconocidos, casos de Nervo o Rubén Darío.
Sin embargo, conviene anotar que esta Antología poética juvenil gana en presentación y cuidado editorial a la de Antonio Fernández y, sobre todo, en organización, pues en la que comentamos aparecen los poemas distribuidos en apartados que la convierten en un trabajo didáctico y altamente pedagógico, siempre, claro está, según las directrices de la época, a saber: Poesías ingenuas, religiosas, España y los españoles, Hogareñas y Amenas. Además, todo hay que decirlo, incluye nombres que en aquél no aparecían como Acuña, Campoamor, Espronceda, N. Fernández de Moratín, Fray Luis de León, Bernardo López García y algún otro que, con los anteriores, formarían habitualmente la nómina de los libros de versos del franquismo.
Por otra parte, los mayores y pequeños lectores, disponían de
lecturas que les ponían en contacto con el mundo cultural y literario de casa y
de fuera, generalmente en formato de revista. Para todos los públicos y
respecto a España existían revistas de ideología muy cercana al Régimen y
revisadas constantemente por algún organismo eclesiástico, como La familia,
que era una “revista mensual ilustrada del hogar”, como reza en el subtítulo, y
que había sido fundada en 1908 en Barcelona. Cada ejemplar (escogemos la de
enero de 1947) contenía las siguientes secciones: “En torno a nuestra
portada “ (sobre la ilusión infantil de la noche de Reyes), “El problema
de hoy” (el de que los hombres “han empezado a perder el sentido del
pecado”, Pío XII), Un personaje de nuestra historia (el del Cardenal
Cisneros), “Cuando nuestros abuelos eran niños” (un cuento de Julia
García Herreros sobre la noche de Reyes titulado “El zapato de Angelito”), “El
humor de aquel tiempo” (cuatro viñetas mudas que cuentan una historia), “La
iglesia enseña” (Declaración colectiva del Episcopado norteamericano), “Poesía”
(de varios autores; Federico Yarza de San Pedro, el más presente), “Páginas
de hoy” (otro cuento, “Un milagro en la Noche de Reyes”, de Marina de
Castarlenas), “En la cocina” (recetas y remedios caseros), “Relato”
(“El impromptu de Chopin”, de A. P. De Olaguer), “Historia en serie”
(“Bienaventurados los misericordiosos”, por J. Spillmann, S. J. ,
conclusión), “Chispas de ingenio”
(variedades, epigramas, chistes, poemas...), “A ratos perdidos”
(pasatiempos, crucigramas, jeroglíficos...), “Libros y críticas” , “Notas
de historia” (sobre fray Francisco Ximénez de Cisneros), “Los cuentos de
la familia” (en viñetas, “El sueño de Rosalía”), “Con pluma ajena”
(Glosa de F. Valdés, comentando la antología de la poesía española e hispanoamericana
de Federico de Onís y centrando su comentario en Antonio Machado, Juan Ramón
Jiménez y Gabriela Mistral); leamos lo que
dice sobre la poesía, precisamente, F. Valdés: “...La poesía ha de
contener sentimiento y emotividad. Tiene que nacer de una intención pura y
limpia. Ha de ser sencilla y espontánea. Y creará en nosotros una esencia de
vida nueva, depuradora y santificante. Poesía es redención.” Y acaba, tras
comentar tres poemas de A. Machado, Juan Ramón Jiménez y Gabriela Mistral, con
esta especie de resumen: “Es lo permanente y lo eterno, porque Dios ha guiado,
por sendas misteriosas, el aliento poético, encarnado en estos tres poetas. En
su vida externa pueden estar alejados de los rigurosos mandatos, pero en su
conciencia obra el espíritu divino, dirigiéndolos a la perfección, en medio de
sus inquietudes; y ellos, a su vez, inundando de salud a quien se ponga en
contacto con su obra. Poesía: aliento angélico. Eternidad. Pureza. Camino de
Dios.”; la última sección de la Revista es “Arte contemporáneo”
(reproducción de un cuadro y comentario crítico sobre él; aquí “Paisaje de
invierno”, de Ceferino Olivé; la crítica está firmada por las iniciales E. F.).
Los poemas que aparecen en sus páginas obedecen los dictados
anteriores. Son ejemplos de ello la Canción de Reyes, de Susana March,
que empieza
“Álamos tristes, álamos secos,
juncos marchitos,
amarillentos...
o Un soneto, de Federico Yarza de San Pedro, o la Navideña,
de Lope de Vega que lleva como estribillo
“Norabuena vengáis al mundo,
Niño de perlas;
que sin vuestra vista
no hay hora buena.”
Otra revista de la época era la titulada De broma y de veras,
ésta editada en Bilbao y dirigida por
Enrique de Larracoechea, S.J., en cuya última página podía leerse, sobre sus
intenciones morales y religiosas: “La dirección de la Revista ‘De Broma y de
veras’ garantiza a sus lectores que los artículos o trozos seleccionados se
ajustan a la más estricta moral y ortodoxia...” Veamos el sumario de una de
ellas (ejemplo, el número correspondiente a julio de 1959): “Vayamos al
pobre”, “El compañero Martín no es
peligroso, pero...”, “Las posibilidades del cine”, “Tres poemas”, “La familia
de don José”, “Himno al Señor”, “De la noticia al lector, pasando por la
rotativa”, “La prensa de la Iglesia hace iglesia” y “Examen de cultura”.
Había alguna que era monográfica, sin embargo, como la dedicada al humor, a la
Navidad o la que lleva como título “Un obrero habla con Dios” (Diario íntimo de
Luis Felipe del Moral).
Para informar al lector de cómo iba el mundo exterior, existía,
entre otras, la revista Meridiano, “síntesis de la prensa mundial”,
según rezaba en el subtítulo. Era madrileña, y durante muchos años fue su
director Manuel Jiménez Quílez. Aunque sus temas eran más bien generales y de
ámbito universal, de vez en cuando incluía artículos que atañían concretamente
a lo español, como el “Elogio de la lengua española” del entonces
secretario de la Academia Española Julio Casares, “Don Alfonso XIII”, “Nuevas
normas de prosodia y ortografía”, “Don Leonardo Torres Quevedo, genio español
de la Automática”, “Historia de Numancia “ o “La mejor singladura de una
escuadra española”, sin contar con las fotografías que se refieren a
diversas calles, plazas, parques y monumentos de Madrid, a los hijos de los
hombres célebres (de Menéndez Pidal, Primo de Rivera, Ortega y Gasset, Concha
Espina, Juan Belmonte, Ricardo Zamora...)
Los niños y adolescentes tenían también sus lecturas y sus
colecciones. Entre las más conocidas se hallaban la Enciclopedia Pulga,
con su famoso logotipo del libro abierto y el pie “El saber no ocupa lugar”, y
su lema famoso: “Todo el maravilloso mundo de la ciencia, del arte, de la
técnica, de la literatura, Historia, Viajes, Biografías, etc., a su alcance”. O
la Enciclopedia Popular Ilustrada, con su lema “La tierra, el
pensamiento, el hombre, las musas”. O la Colección Araluce, “Las obras
maestras al alcance de los niños. Declaradas por Real Decreto de utilidad
pública y de uso para las Bibliotecas Circulantes”, como rezaba su subtítulo. O
la muy parecida Colección Ortiz, ésta sólo de clásicos castellanos.
Y hablando de clásicos, había también una Biblioteca de
clásicos escolares, publicada bajo la dirección del R. P. Ramón Ruiz Amado,
S.J., con tomos de Cervantes, La cristiada de Hojeda, Calderón de la Barca, La
epopeya de América, Lope de Vega, Quevedo o Tirso de Molina.
Asimismo había un Don Quijote de la Mancha escolar adaptado
a las mentes niñas y redactado pensando en ellas, que yo mismo, como ya he
dicho, leía de pie y en corro con mis compañeros de clase, ante la mirada
atenta del hermano Salesiano en el colegio que tenía esta Orden en mi ciudad
natal. Este libro tenía una innovación y era que las partes descriptivas y
“escenas menos convenientes a las mentes pueriles” habían sido suprimidas y
resumidas gráficamente como en los Tebeos y demás historietas ilustradas, de lo
que ya se ha hablado aquí de forma breve por salirse un poco de los límites de
este trabajo, pero que constituían un gran alimento lector para los chicos de
entonces. ¿Lo siguen siendo en la época actual?
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