domingo, 7 de julio de 2019

MEMORIAS DE UN JUBILADO. EL SOLITARIO JÚBILO DE LA ESCRITURA (y 2)



Los verbos son la acción y la energía de la frase.

Todos los argumentos son buenos para escribir, pero no debemos acercarnos a ellos sólo con la mente y las ideas, sino con todo el cuerpo, con el corazón, con los brazos, con el estómago. Si lo hacemos así, descubriremos nuestra inteligencia, nuestras palabras, nuestra auténtica voz.

No nos cansemos de repetir que escribir es algo que requiere de una vida entera y mucho ejercicio.

Ser escritor y escribir significa sentirse libre para cumplir la propia función.

La libertad de ser escritor consiste en entender quiénes somos, qué tenemos que hacer en esta vida y hacerlo.

El nombre es lo que arrastramos durante toda la vida, y a él contestamos cuando nos nombran al pasar lista en clase, nos licenciamos o lo oímos en un susurro en la noche.

El escribir es nuestro amigo. Nunca nos abandonará, aunque nosotros reneguemos de él muchas veces.

Uno de los valores permanentes del arte es volvernos a despertar a la vida que estamos viviendo.

Ser escritores significa ser portadores de los detalles que conforman nuestra historia.

Presentar un libro no es criticarlo. Es decir lo que te ha hecho pensar y sentir, pero sin intentar convencer de ello a los que asisten a la presentación.

Registrar los detalles de nuestra vida significa tomar postura en contra de las bombas, en contra de las matanzas indiscriminadas, en contra de la velocidad excesiva, en contra de la eficiencia exagerada.

Nos conforta saber que cuanto escribimos posee vitalidad y lucidez. Pero sólo nos llenará de verdad cuando el escrito llega a resplandecer con luz propia.

Mientras escribimos debemos decir sí a la vida y a cada uno de sus aspectos. Nuestra tarea consiste en decir un sí sacrosanto a las cosas verdaderas de nuestra vida, tal como existen, a la auténtica verdad de lo que somos nosotros, tal como somos.

Si utilizamos los detalles, adquirimos una mayor capacidad para expresar nuestros dolores y nuestras alegrías.

Los detalles son los  componentes fundamentales del arte de escribir.

Al escribir con detalle, nos giramos para enfrentarnos con el mundo.

El proceso de la escritura es una fuente continua de vida y vitalidad.

El escritor vive dos veces. Tenemos suerte. Por eso tenemos mucho aprecio a nuestro tiempo y no tenemos prisa en venderlo.

Si queremos ser grandes escritores debemos transmitir más que nuestras palabras nuestra misma respiración en el momento en que estamos inspirados, es decir, la respiración del aliento de nuestra inspiración.

Si mientras nos proponemos escribir una poesía logramos captar las cosas como son, la misma poesía estará allí donde estemos al completo.

Cuando estemos ocupados en escribir, la llama de vida que intentamos ansiosamente expresar con nuestras palabras, debería tener su origen en la paz interior.

Si queremos aprender a escribir bien debemos hacer, cuatro actividades: leer bastante, escuchar intensamente y escribir mucho; y no pensar demasiado Será suficiente con entrar en el calor de las palabras, de los sonidos y de las sensaciones, seguir moviendo la pluma sobre el papel o golpeando las teclas del ordenador.

La revisión de nuestros propios escritos debería ser como un reconsiderar lo expresado. No una nueva escritura.

Escribir nos proporciona la posibilidad de tocar con la mano nuestra propia existencia y ello nos suaviza y nos permite sentirnos otra vez en contacto con nosotros mismos.

Si queremos aprender qué es poesía, leámosla y escuchémosla, y permitamos que aquellos modelos y formas se impriman en nosotros. Y desde luego no nos alejemos de la poesía para analizarla racionalmente, lógicamente. Entremos dentro de ella con todo nuestro cuerpo.

Debemos sentir ternura y determinación con respecto a lo que escribimos y cultivar el sentido del humor con la profunda convicción de que estamos haciendo lo que es justo.

La tarea de la literatura es mantener despiertos, presentes y vivos a los lectores. Pero por favor no crucemos la línea sutil que hay entre la precisión y la autocomplacencia.

Muchas veces el verdadero arte llega a rozar el sentimentalismo, pero nunca debe caer en ello.

Para ser auténticos escritores, siempre debemos tener en cuenta que la vida no tolera condiciones y que vivir y escribir son dos cosas diferentes.

En el arte de escribir existe un viejo refrán: “No digas; muestra.” No hay que explicar al lector lo que tiene que sentir; hay que mostrarle la situación y ésta despertará en él ese mismo sentimiento. Los escritores no hacemos psicología. No nos concierne hablar sobre sentimientos; nosotros sentimos emociones y mediante nuestras palabras las hacemos despertar en los lectores.

Cuando escribimos tenemos que quedarnos en estrecho contacto con nuestros sentidos y con la realidad sobre la que escribimos.

El escritor lo es todo: arquitecto, chef, agricultor, y al mismo tiempo el escritor no es nada de todo eso.

Si en nuestros escritos aparecen pasajes indecisos o poco definidos, sería suficiente recrear la imagen de la que se originaron y añadir los detalles que puedan acercar a nuestra imagen mental lo que habíamos escrito.

Mientras escribimos no debemos permitir al yo la menor oportunidad de manipular las cosas a su gusto y volverse escrupuloso.

Releer nuestros escritos puede ayudarnos a entender cómo funciona nuestra mente.

El verdadero valor del arte es convertir en extraordinario lo que es corriente.

En el habla familiar podemos encontrar expresiones insustituibles.

Nuestras raíces influyen en nuestra escritura y en la estructura misma de nuestro lenguaje.

Lo que hace grande a un poeta es, además de lo que dice, la capacidad de entrar en sintonía con ciertos ritmos del lenguaje.

Como el arte es comunicación, escribamos de manera que nos puedan entender los demás.

La soledad es un sufrimiento que lleva consigo la urgente necesidad de volver a estar en contacto con el mundo.

Seguir escribiendo es lo que nos abre el corazón de par en par hacia una nueva ternura y una nueva comprensión de nosotros mismos.

Escribir puede enseñarnos a respetar la verdad que desde la página se esparce por toda nuestra existencia.

Hagamos que el escribir nos enseñe a vivir y que la vida nos enseñe a escribir.

En todos los haikus tiene lugar un salto, un momento en el cual el poeta da un gran salto mental, y los lectores tienen que alcanzarlo también en su mente, como una sensación de espacio.

En un poema breve la utilización de las palabras está gobernada por la máxima economía, de modo que el título debería añadirle una dimensión suplementaria.

Escribimos porque amamos el mundo.

En nuestra sociedad ser artista significa vivir en soledad.

Escribir nos ofrece la gran ocasión de alcanzar a nado la libertad.

A menudo, mientras escribimos nuestras mejores obras, se nos está rompiendo el corazón.

Cuando estamos realmente dentro de lo que estamos escribiendo, no importa dónde nos encontremos, porque de todas formas es perfecto. Saber que podemos escribir en todas partes nos da la sensación de una gran autonomía y seguridad.

El trabajo del escritor consiste en dar vida incluso a lo más banal, en volver a despertar al lector a la excepcionalidad de todo lo existente.

Tendríamos que enfrentarnos a lo que tenemos que decir y escribir, no con agresividad o con vergüenza, sino rodeándolo festivamente y a paso de baile.

¿Quién ha dicho que el escritor necesite un estudio? Un estudio con aparente desorden indica fertilidad mental y creatividad. Un estudio perfectamente ordenado hace pensar que quien lo ocupa le tiene miedo a su propia interioridad y que en aquel espacio material se refleja una necesidad interior de control. Cuando la creatividad es precisamente lo contrario: una pérdida de control. Es mejor aprender a conocernos lo suficientemente a fondo para que no tengamos necesidad de perdernos en la decoración.

No hay comentarios:

Publicar un comentario