martes, 26 de abril de 2016

REFLEJOS DE VIENA IV


 
 
Y cerca de la sinagoga, se levanta el sencillo románico de la iglesia más antigua de Viena, San Ruperto, Ruprechtskirche en alemán, construida sobre los restos de una puerta romana. Ahora, aislada en esta recoleta plaza, la iglesia se acerca al cielo a través de un campanario de ventanales de medio punto, y en un ángulo del exterior, aguanta con la paciencia de un mártir el cáncer del verdín la estatua de un prelado. Mientras que delante de la entrada al templo otras dos lápidas doradas denuncian la injusticia atroz de las deportaciones y asesinatos en los campos de exterminio.

 

Café Central. Repetimos nada más entrar el saludo a Altenberg y ocupamos el reservado ahora presidido por otro escritor vienés, el novelista Musil, el hombre ocupado en escribir sobre el hombre desocupado. Los platos que hemos elegido saben a lo mejor de las plantas y los animales de esta tierra, mientras las lámparas, las maderas nobles, las cristaleras, las columnas o los cuadros que decoran este santo recinto conservan en silencio las animadas conversaciones de otros tiempos más nobles y elegantes pero también decadentes o transgresores. De eso sabe mucho el Altenberg de la entrada, que sobre los libros apoya un brazo y con los ojos no pierde detalle de la vida que entra y sale del Café.

 


No puedo creerme que me encuentre sentado ahora quizá a la misma mesa que ocuparon ayer figuras tan importantes del arte, la música o la literatura como Otto Wagner, Gustav Mahler, August Klimt o los citados Altenberg y Musil y hasta el checo Kafka, que también respiró el aire de Viena y habló de su luz y su sombra. Y a pesar de todo, la comida me ha sentado perfectamente. ¿O por eso mismo? ¿O ha sido la pinta de cerveza tostada que ha acompañado de manera especial los poderosos raviolis de ganso que me he metido entre pecho y espalda?

 

 


 
Por las galerías del palacio Ferstel, reverberación del agua de la fuente de la ninfa del río, juegos de cristales de los escaparates, poses para fotografías y ganas de siesta, salimos a lugares que ya conocemos buscando una sombra, un sitio donde comentar lo vivido hasta el momento para poderlo asimilar mejor y desembocamos en la plaza de la Bolsa. El cicerone familiar no descansa y prepara el recorrido de la tarde: Gutenberg en el Lugeck, exteriores de San Esteban, Casa de Mozart, los Jesuitas y su cúpula pintada a la manera de Roma San Francisco, parada y pasta Sacher con café y cubilete de cristal de agua en otro Aida que encontremos de camino…

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