viernes, 8 de abril de 2016

REFLEJOS DE VIENA II




Vamos buscando el Danubio Viena arriba, afluente condenado a ser cubierto para convertirse en cauce de coches y tranvías, hasta dar con el parque de Strauss, el Stadtpark, arca de secretos para la vista y el corazón. Espejos de lagunas, blancas garzas, pinos, mirlos… Con una pequeña decepción: la torpe y sucia canalización del río Viena paralela al principal camino del parque, que apenas logra paliar el conjunto modernista formado por escaleras, pabellones y columnas realizado por Ohmann, el discípulo más aventajado de Wagner. Tres músicos vieneses disfrutan de esculturas con distinta suerte dentro del parque: la más fotografiada, la chillona de Strauss, situada en un lugar estratégico para que todo el mundo la vea y se retrate junto a ella; más tranquila, la de Schubert, que invita al recogimiento; y la más desgraciada, la de Bruckner, buen seguidor de Wagner, cuya cabeza aparece pintarrajeada por las incontinentes palomas.

 

Cuando el sol se va de las bellas fachadas y aparece tímidamente el neón en los escaparates, entonces Viena empieza a ceder su actualidad vertiginosa y moderna al pasado sentimental y artístico. El viajero está tan pleno de emociones que el cansancio acumulado es el precio que más gustosamente paga, y más cuando las farolas del Burggarten de vuelta al apartamento ponen punto final a la segunda jornada.

 


 
Bien empezamos el tercer día mezclando la realidad con la mitología: la emperatriz María Teresa, Hitler y Teseo, los dos primeros separados por una monumental puerta neoclásica, y el tercero en el Jardín del Pueblo, muy cerca de Sisí, otra realidad de película, y los rosales brotando por todas partes. Columnas y frontón blancos al sol de la mañana recién estrenada y ganas de caminar en busca de nuevas emociones.

 


 
Junto a Grillparzer, el poeta sueña versos que no acaban de brotar, como la rosas de los rosales cercanos, abrumado por la grandiosidad del monumento que la madre Viena levantó a su hijo dramaturgo, donde Medea y Safo excelentes relieves de mármol realizados por Rudolf Weyr, ocupan lugares destacados por referirse a dos de sus personajes femeninos más emblemáticos de sus tragedias. Los versos del poeta nadan entre el sueño de la vida de Calderón, admirado por Grillparzer, y Raquel, la judía de Toledo, de Lope, otro de los dramaturgos que el vienés llevó a su propio teatro.

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