martes, 12 de abril de 2016

REFLEJOS DE VIENA III




A media mañana, con media Viena en los ojos y el cosquilleo en las piernas de las primeras caminatas, probamos los cruasanes inspirados en la media luna de los árabes, que dicen que nacieron aquí. Hacemos tiempo para asistir a la ronda de los doce personajes vieneses del reloj modernista, Ankerurh, situado en un pasadizo elevado en la parte más romántica de la plaza Hoher Marka. Antes, la fuente de los desposorios de la Virgen, conjunto monumental creado por Erlach el Joven, uno de los artistas que más se prodigan en la belleza  pétrea de la ciudad, junto a su padre; la escultura que trepa hacia el cielo entre cuatro columnas acanaladas se debe a Corradini.

 

 
Con las campanadas del mediodía y rodeados por grupos de curiosos que esperan con sus cámaras para eternizar el momento del desfile, asistimos a la ronda de los doce personajes históricos-autómatas de Viena, desde el primero, Marco Aurelio, hasta el duodécimo, la emperatriz María Teresa y su acompañante, pasando por Eugenio de Saboya o el músico Haidn, con su violín arrimado al pecho y el arco en una mano. Durante los minutos que ha durado la ronda, se ha detenido el ritmo vertiginoso de Viena.

 

 

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Hemos pasado por el Café Central para reservar mesa para la una y media o dos menos cuarto, y allí estaba, entre los dulces del mostrador, el poeta Altenberg, sentado en su papel maché, bigotes en punta y ojos saltones, mirando curioso a la puerta para ver quién entraba en el local donde él tantas veces soñó con escalar altas cotas de poesía. Le decimos hasta luego mientras nos lo llevamos con nosotros en nuestros móviles hacia la calle de los judíos, donde el cicerone familiar dice que nos esperan nuevas sorpresas.

 

A esto lo llama hoy el hedonismo fácil el Triángulo de las Bermudas: un lugar trágico del pasado alemán, con deportaciones de judíos vieneses a los campos de exterminio nazi es hoy una fiesta nocturna de cánticos obscenos y embriaguez vomitera en bares infames ahora a esta hora del mediodía con puertas cerradas y cómplices silencios. En el suelo, sobre la gris acera, quedan las lápidas doradas con nombres y apellidos de personas inocentes que en noches de oprobio fueron arrancadas de sus hogares y llevadas en camiones a campos de concentración para morir gaseadas para vergüenza de la humanidad de todos los tiempos. Para que no se olvide del todo.

 


Hay también como recuerdo de la locura de los hombres en la calle de los judíos un palacio barroco que conserva en una hornacina de su lujosa fachada una bala de cañón otomana, piedra deletérea que sembró el miedo y una lápida debajo denunciando su eterna amenaza. Paradójico maridaje entre el presente que avanza hacia el futuro y el pasado recalcitrante que no olvida.
 
 
 
Hay sin embargo un instante para saborear la calma y darle el gusto a la reflexión de libro, junto a la librería Shakespeare. Es sólo un momento para verse a uno mismo reflejado en un escaparate con Literatura de la de antes, la que busca educar el corazón y enriquecer la mente. El bardo inglés supo tocar la fibra de todas las religiones en discordia, desde la anglicana a la judía, la católica, la musulmana, la precristiana... y a todas las unió en el respeto a la libertad personal por encima de clases sociales y raciales: Otelo, Julio César, Hamlet, Ricardo III... Aquí, junto a Shakespeare, el barrio judío respira más aliviado. Pero aun así...
 
 

 

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