miércoles, 6 de abril de 2016

REFLEJOS DE VIENA I


 
Viena a las tres de la tarde del sábado 2 de abril es una realidad que está a cinco grados de temperatura menos que en Barcelona. Una realidad de verdes humaredas en movimiento y córvidos planeando al borde de la autopista, cordón umbilical entre el aeropuerto y la ciudad imperial. Una luminosa realidad de incendios de forsythias cuando el autobús nos deja a un lado del Teatro del Pueblo y frente al Museo de Historia Natural, a escasa distancia de la calle Geitredemark, donde nos espera la que será nuestra residencia durante los siguientes días de sueño. 

 

 
Viena a las ocho de la tarde del sábado 2 de abril es una realidad completa y compleja bajo nuestros pies incansables, a la vista de nuestros ojos atentos y ante la consideración sentimental y artística nuestro corazón, hoy moldeable como una blanda arcilla. Una realidad de bellos monumentos, columnas, estatuas, escalinatas, escaparates, atlantes y cariátides, fachadas de cristal y de piedra sagrada, de torres y chimeneas, de conversaciones, claxons de coches y tranvías y repiques de campanas. Una realidad prácticamente estrenada cuando ya la noche ha caído sobre la ciudad y sobre nosotros, sus asombrados visitantes españoles, que ya formamos parte de su ambiente cosmopolita. Una realidad que cierra con broche culinario el primer peregrinaje justo en el rincón de Lugeck donde Gutenberg sueña con el primer incunable, en el primer piso del restaurante del mismo nombre con un plato de ternera empanada típico de Viena.

 

 
Cuatro impresiones me traigo al apartamento de Geitredemark tras la maratoniana salida del primer día: el lujoso interior de la Ópera, mármol, cristal, estatua, tapiz rojo impregnados de arias y sinfonías; el reflejo mágico del gótico empinado de San Esteban en la fachada curvilínea del Haas-Haus;  el arcángel San Miguel, caída ya la noche de regreso a casa a nuestro paso por el Hofburg; y la última, a punto de llegar, la alta y mayestática serenidad de Goethe, junto al Burggarten, mirándonos desde su trono de perennidad literaria.
 
 

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