viernes, 7 de agosto de 2015

EL CINE INTEMPORAL






Una jornada particular, de Ettore Scola, 1978, protagonizada en sus principales papeles por Sophia Loren y Marcello Mastroianni, se trata de un film lleno de emociones en el que lo que más importa es ver cómo hasta la soledad más marginada o humillada encuentra en medio de su curso sin esperanza un breve paréntesis, que no llega a un día pero que es suficiente, de vida plena, de amor, de liberación en una palabra. La primera soledad es la de Antonietta (Sophia Loren), ama de casa, madre de seis hijos y esposa de un fascista fanático, machista a ultranza por más señas, que se siente explotada por la vida doméstica y ahogada por la rutina conlleva. La segunda soledad es la de Gabriele (Marcello Mastroianni), un locutor de radio que ha sido despedido de su trabajo por ser homosexual, con lo que se siente marginado y discriminado injustamente de la sociedad. ¿Y cuál es la historia que relaciona a ambas soledades haciéndolas vivir una jornada de intensa felicidad? Brevemente expuesta, sería más o menos así. La jornada del 6 de mayo de 1938 toda Roma se vuelca en acudir al desfile militar que el duce Mussolini ha preparado para honrar la visita que le ha hecho Hitler. Y mientras, como digo, todos los romanos, incluida la familia de Antonietta, salen de sus casas para vitorear a los dos máximos dirigentes del Fascismo, y el edificio donde viven los dos protagonistas se queda vacío, salvo ellos dos y la portera, a Antonietta se le escapa Rosamunda, un pájaro parloteador que repite sin cesar su nombre, que va a parar a los ventanales de enfrente, justo donde vive Gabriele. Y para recuperar a su pájaro, la mujer acude a la vivienda del hombre. Y ahí empieza una relación que ambos parecían estar buscando desde siempre para liberar sus respectivas frustraciones por medio de confidencias y confesiones, unas hechas en casa del locutor de radio, y otras en la del ama de casa. En diálogos y escenarios sumamente cuidados asistimos a la evolución de los sentimientos amorosos que unen a los dos solitarios, a quienes no les importa absolutamente nada, ni siquiera el qué dirán de la gente, de la portera por ejemplo que informa a Antonietta de la situación personal en que se encuentra Gabriele y su razón. Apoyándose mutuamente, dejarán que se cumpla lo que el destino ha elegido para ellos, en una jornada particular, y no por la visita de Hitler a Roma precisamente, que podría ser así históricamente considerada, sino la del amor y la inmensa felicidad que viven los dos solitarios, los dos marginados, aunque sepan que cuando acabe toda la parafernalia del desfile (de hecho sirve de verdadero fondo sonoro de la película la voz del locutor de la radio que está radiando los pormenores del desfile), se reencontrarán con sus respectivas vidas, Antonietta volviendo a las labores del hogar, completamente serviles y sin reconocimiento alguno por parte de su marido el fascista fanático, y Gabriele recogiendo sus últimas cosas antes de que dos policías secreta lo acompañen hasta  el barco para ser confinado en un campo de concentración, suerte que ya corrió su amigo Marco, con el que le vemos hablar por teléfono en un momento clave del film. Sin embargo, conviene dejar bien claro que la historia está narrada sin estridencias, sin fáciles sentimentalismos, lo que convierte a Una jornada particular en una película simbólica y representativa del mejor cine italiano de todos los tiempos, modelo de buen hacer, tanto en la dirección como en la interpretación, que se combinan de la mejor forma posible.
 
Resultado de imagen de una jornada particular


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