domingo, 15 de septiembre de 2024

ESTE VERANO CADA SEMANA UN TEXTO (XII) LOS GUANTELETES DE PIEDRA

 


La última vez que estuve en la ciudad amurallada de Ávila fue con motivo de un viaje cultural que patrocinó el Colegio donde yo era profesor. De eso ya hace muchos años; sin embargo, jamás he podido olvidar los momentos emocionantes que viví en compañía de mis colegas de profesión. Había uno en especial apellidado Guerrero que tenía una gracia inigualable para explicar las cosas más peregrinas surgidas a raíz de las visitas que efectuábamos a los museos, las iglesias, los palacios o los conventos que jalonan el recorrido artístico de la mágica ciudad.

Evidentemente, nos confesó que antes de realizar ese viaje había reunido todo tipo de información sobre el arte, la historia, la literatura y las tradiciones de la tierra de santa Teresa y san Juan de la Cruz. De tal modo que, cuando el grupo de profesores nos encontrábamos admirando una escultura, una pintura o una construcción del pasado, de la naturaleza que fuera, enseguida Guerrero echaba mano de su copiosa información para ilustrarnos sobre la autoría y peculiaridades de la talla, el motivo del cuadro o el estilo arquitectónico del edificio que teníamos delante. Había que ver cómo a más de uno se nos abría la boca de admiración y sorpresa ante el cúmulo de conocimientos que poseía nuestro colega, y sobre todo la amenidad, la gracia y en muchas ocasiones el suspenso con que los exponía.

 

Recuerdo a propósito que, al entrar en el convento de Santo Tomás, que en su tiempo habían usado los Reyes Católicos como residencia habitual y en cuya iglesia puede contemplarse aún hoy la tumba del malogrado primogénito de los monarcas, el príncipe don Juan, Guerrero nos anunció que allí dentro, en el silencio y la penumbra de la iglesia había tenido origen una de las leyendas más emocionantes de toda Castilla, por no decir España. Guerrero, que para entonces se había convertido en nuestro más eficiente cicerone, nos llevó hasta la tumba del desgraciado príncipe, la cual, construida por el artista florentino Domenico Fancelli, se elevaba a considerable altura sobre el piso de la nave central; en lo alto del túmulo funerario aparecía tendida sobre un lecho de mármol la imagen de don Juan con armadura, la cabeza mirando hacia el altar. Allí Guerrero nos llamó la atención sobre los guanteletes de piedra que reposaban a ambos lados del lecho marmóreo y nos dijo con voz grave:

Resultado de imagen de tumba de don juan avila 

--Existe, en relación con estos guanteletes de piedra del príncipe, una leyenda cuya acción transcurre en los tiempos en que existía el derecho al sagrado, es decir, el derecho de poder ampararse en la casa de Dios aunque se estuviera perseguido por la justicia, sin que los perseguidores pudieran hacer nada por impedirlo.

La voz de Guerrero sonaba solemne bajo las bóvedas del templo:

--El caso es que en aquellos tiempos de continuas batallas y peligros internos y externos desfilaba por una calle aledaña a la iglesia un grupo de presos condenados a galeras, vigilado en todo momento por tres soldados del rey. Uno de los presos, que tenía mujer y niños pequeños que atender, se dolía de su mala suerte y más cuando había sido injustamente delatado por un vecino envidioso. Por nada del mundo quería verse alejado de sus seres queridos que tanto le necesitaban y, en su camino hacia la desgracia, no dejaba de pedir ayuda al cielo. Cuando de pronto el grupo de infortunados torció la calle y dio con el templo de Santo Tomás. Entonces el preso creyó al punto que sus oraciones habían obtenido respuesta de los cielos y vio llegada su salvación. Sin pensárselo más, de un salto abandonó la formación y entró corriendo en la casa de Dios. Las sombras lo rodeaban. Sólo vislumbraba allá en lo alto del altar las luces temblorosas de las velas. Avanzó por la nave decidido mientras dejaba atrás el hermoso sepulcro del Príncipe. Finalmente, sin dejar de dar las gracias al Señor, se hincó de rodillas sobre las losas del frío pavimento y escondió su rostro entre las manos.

Resultado de imagen de presos a galeras 

En eso estaba cuando el silencio sagrado del templo fue interrumpido por los pasos de alguien que se acercaba. Era uno de los guardias que, sin hacer caso a sus compañeros que le recordaban el derecho que asiste al preso a guardarse en sagrado, había entrado en la iglesia para capturar al fugitivo. Éste, al escuchar los pasos que venían hacia él, se puso a temblar de miedo y comprendió al instante que la hora de abrazarse con sus seres queridos no se haría realidad. Con la cabeza entre las manos y el corazón a punto de estallar, siguió escuchando cómo los pasos del guardia se acercaban a él cada vez más. Había llegado el momento de encomendarse a Dios y de aceptar resignadamente lo que el destino le tuviera reservado. Pero, de repente los pasos se detuvieron a la vez que hasta el oído del condenado llegaban unos sonidos guturales como de alguien que se ahoga entre estertores y casi al instante el ruido sordo de un cuerpo pesado chocando con el suelo.

El preso, angustiado por las circunstancias, aguardó unos segundos antes de ponerse en pie para girarse y ver qué había pasado. Sus ojos no podían dar crédito. Allí, sobre el pavimento, tendido e inmóvil, se hallaba uno de los vigilantes que lo llevaban a galeras.

Resultado de imagen de guanteletes de piedra  

Al día siguiente el sacristán del templo encontró al soldado del rey muerto en el suelo de la nave. Las autoridades certificaron su muerte debida a estrangulamiento. En el cuello del difunto aún seguían las profundas marcas amoratadas de diez fortísimos dedos.

Guerrero concluyó:

--Así hicieron justicia los guanteletes de piedra del príncipe don Juan.

 

(De HISTORIAS NEGRAS)






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