viernes, 20 de septiembre de 2024

ADIÓS AL VERANO

 


Mientras llueve en Tossa de Mar, le digo adiós al verano, que nos ha dado tantas cosas. Y doy la bienvenida al otoño, que nos dará otras, si no mejores, al menos tenemos la esperanza de la sorpresa y eso ya es mucho, ¿no os parece, amigos? 

Y lo hago, ya que hace este tiempo de menos luz pero igual en motivos románticos, dedicando un recuerdo a Londres, que siempre viene bien si tenemos en cuenta su clima y su espíritu.

Lo peor de Londres por las noches es sin duda tener el apartamento encima mismo de un pub. Voces desaforadas, ruidos de cristales hechos añicos, trompetas para despertar a los diablos, mensajeros de un infierno nocturno--.Asustan verdaderamente por las noches las colas de los bebedores de cerveza en las aceras de los pubs. Y lo mejor de Londres, deshacerse de un manotazo de olvido de las noches de infierno y entregarse a la paz de la mañana que se andamia de gente que cumple su destino.


Las colas de gente 
en la capital del país son tan típicas como los teléfonos rojos plantados en mitad de las calles. Nos enternece ver a los ejecutivos formar colas inmensas al mediodía para comprar el almuerzo minutos antes de refugiarse con las bolsas en un jardinillo delante de una iglesia o en las praderas de un parque para alimentarse en buena compañía.

La escalera del apartamento huele tanto a humedad y moho, que nos entran ganas de rebautizar el barrio con el nombre de Moho, en lugar de Soho --y eso que cerca tenemos un café que sirve deliciosas pastas y el aroma diverso de los cafés del mundo que emana de las Algerian Coffee Stores--.

A Portland Place se ha venido a vivir el siglo XVIII en pleno --en arquitectura debo añadir: ménsulas, columnas, carneros, semicírculos en las puertas, ladrillo marrón, almohadillado, balconajes de hierro, miradores blancos… ¡Vamos, el estilo de los hermanos Adam omnipresentes!--.


En el silencio y el sosiego
 
de Regent’s Park unos troncos muertos, alineados por la mano creadora del hombre, duermen sobre el césped. Escultura horizontal de savia fugitiva, de madera elevada a vida eterna.

Cantan cerca los chorros de las fuentes y los acompañan los ecos de nuestros pasos recorriendo los paseos que planificó John Nash, como un jardín de recreo, para el príncipe regente. Hay grandes jarrones que sirven de jardineras con tierra nueva para dar vida a plantas que adornarán en un futuro próximo esta callada belleza vegetal. No lo veremos, pero ya habitan igual nuestro recuerdo.

Hay rápidas e inquietas ardillas solitarias que corretean en los parterres sin asustarse de nosotros --verdaderos intrusos en esta paz que les pertenece--. Nos da miedo dar un paso, llevarnos una mano a la barbilla para no sacar del sueño esta belleza que convierte en eterna la mañ

Cuatro leones alados que mantienen las fauces abiertas aguantan en sus lomos una jardinera de aire dieciochesco. Recipiente agraciado para las estrellas azules de las clemátides que se encienden sobre la piedra volcánica.

Al final del paseo una fuente habla en voz baja para no molestar a una solitaria lectora que ocupa el cenador cercano. Y son nuestros pasos los que obligan a la mujer a levantar la vista de su libro y fijarla en nosotros. Y se queda pensando de repente --como si fuéramos los personajes de la novela que lee--. Nos sonríe en silencio. Y nosotros, ufanos, nos perdemos en la siguiente página del Parque.


Los rosales de la Reina Mary
 
tienen rosas con nombres sugerentes --Ingrid Bergman, Recuérdame, Lady Adorable, Magestic, Canción y baile, Nostalgia, Belle epoque, Sigue sonriendo, Ice Cream,..--, y también nombres contradictorios --Terciopelo fragante, rosas pobres y mustias, o Simplemente la mejor, por cierto, sin olor--.

Un alto en el paseo para admirar un gesto de imposible sangre. Un alto para admirar al niño de bronce que amenaza con su lanza invisible al buitre que le sirve de corcel.

Poesía en movimiento, rosas amarillas, perfume que se mece bajo un cielo cubierto. Nubes que buscan su posición. Gente que mira y habla como si todo formara parte de un poema. Poesía en movimiento.

En el estanque del Puente las ondas blancas que levantan los patos al nadar rompen los reflejos verdes de los árboles de la orilla.

Un águila de hierro, con las alas abiertas, se dispone a zambullirse en el fondo del estanque. Nos preguntamos si el plan de la naturaleza hará ahora un milagro.




(De Calidoscopio londinense)







 

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