viernes, 27 de septiembre de 2024

OTOÑO, LA LUZ MELANCÓLICA

 



I.

Vivir este presente, esta caricia

de otoño y de cerveza, estos donaires

de andamio consentido y cama alegre

donde el amor es cómplice del sexo.

Vivir la luz de ahora,

comprobar que la trama de la vida

no es alma de novela:

sólo huella y rastro y gesto y canto

de latido presente,

sencillo compromiso con la esencia

de ser antes que nada flor que muere,

fuego humilde que arde con la leña

del tiempo bien vivido.


Y aprender de los pasos cotidianos

que todos somos barros en los dedos

de algún dios despistado

que al azar en pie nos puso una mañana

y al instante se olvidó de nosotros.

Sin embargo, madurar con la fe

de la uva que algún día será vino.





II.

El viento está que acosa, hiere y mata

las ramas de los sauces. Vuelan muertas

las hojas amarillas y se posan

como plumas sin vida de oropéndolas

en la orilla del río, lluvia de oro

que llena de nostalgia nuestras vidas

al pensar que también fuimos felices.

“Ven; no pases de largo. Para; quédate.
Ya no hay remedio, salvación posible”.

La belleza es tirana: obliga a verla,

a darle el corazón, a amarla siempre

aunque nada nos deje en su partida.

Así mi amor por ti, que fuiste el viento

que arrasó los ramajes de mi vida.

(A José García Nieto)




III.

Mañana otoñal.  Ahora esperas

sobre el andén al tren que vendrá pronto

mientras lloran las letras en las hojas

del diario gratuito.

No discriminem les persones amb SIDA

Nuevas pistas señalan al vecino de los McCann

Kidman teme seguir los pasos tristes

de la Princesa de Gales.

¿Qué te reportará el día en Barcelona?

¿Saldrá tal vez el sol? ¿Habrá alguna incidencia en la salida

cultural con los chicos?

El manco de Lepanto y dos novelas

pasadas al teatro y luego el vicio

de recorrer los pasos del Manchego

por las calles vetustas de Barcino.

Pensamientos de miedo y esperanza

El miedo al aire entre las hojas secas

que se mueren con quejas amarillas

y el aire quieto de ausencias transparentes.



El tren llega, lo coges. Dentro el mundo

del libro y del trabajo

enzarzan

sus ardientes condenas.

Barcelona expectante

te aguarda tras el vientre de los túneles.

Llega Clot, el teatro, Cervantes

y una boda engañosa.

Dos actores

se multiplican en soldados,

licenciados, doncellas,

damas taimadas que ocultan sentimientos.

Abren cestas de mimbre,

izan velas, dialogan, cantan

simulando voces dulces de mujer...

todos los trucos

de la tramoya que no da más de sí,

un telón y las sombras

y la Portada

de las doce Novelas Ejemplares.

Los premios del aplauso y se fini.

La humedad de la calle, el barrio suelto,

ruidoso entre semáforos, las tiendas

y la gente de espaldas a la muerte,

caminando con luz en la mirada

hacia los duros mercados de la vida.



De nuevo los andenes, los billetes

del tren de cercanías

que alejan los olvidos y los miedos

y acercan en suspiros virtuales

la esperanza de los últimos andenes.

Y abandonas el vientre subterráneo.

Profesores y alumnos como topos.

Ascendéis a la luz de la Plaza.



Devenís aves libres

de vuelos callejeros,

ríos habladores

en busca del Quijote por el Gótico,

el Call, la Sinagoga,

los balcones que antaño voceaban

al paso de los héroes.

El mar estaba cerca. El fin al borde

de una herida en la arena, velas rotas

por arcabuces ciegos. Y en la playa

de la imaginación

Sansón Carrasco vence al caballero,

pone punto final a la locura.


Cerca está la casa de Cervantes.

Desde ella otea aún el mar caliente

de aventuras, galeras y grilletes,

y ve caer vencido a su otro yo

a punta cruel de lanza de destierro.

Madrid le espera ya sin tumba fija

a la deriva entre docenas de esternones,

calaveras y tibias. Eso piensas

mirando la fachada

que frente al mar recuerda el paso vivo

del Manco de Lepanto en Barcelona.



Mientras arriba, el cielo encapotado,

aguanta la tristeza del momento.

Cruzáis la Layetana, gotas frías

os ungen de repente. El muro gris

de Santa María del Mar lava

su silencio con lluvia de otro otoño.


Mientras sigue la llama

del vecino Fossar de las Moreras

diciendo Cataluña no quiere ya más eñes,

no quiere más palabras de Castilla en la lista

de los muertos por la Comunidad.


Pero la lluvia cae con eñes de cien sueños

sobre las duras baldosas de la plaza.

Los alumnos descansan mientras comen

en los bares cercanos.

Y tú con tus colegas

visitáis las Caputxes.

Sentados a la mesa en la ventana

veis el arco apuntado de la iglesia.


Lasaña y vino. Y lluvia

tenaz sobre la plaza.

Cada adoquín es ya charol humilde,

y en tu alma se moja la semilla

de la nostalgia inútil.


Se reanuda el paseo, ya de vuelta,

hacia los vientres trepidantes de los túneles

con la fatiga hiriendo

los escudos más fuertes.

Os saluda Picasso al pasar por su patio

y os muestra la ropa hecha jirones

de un arte de entreguerras de una guerra

pintada en las Meninas y en cerámicas,

en trastiendas de polvo y oro viejo

de la calle Montcada.


Pasáis por Arcos Rojos

con murciélagos regios en los bordes

y leyendas de finales de siglo

cuando Onofre Bouvila imitaba al Quijote

en manos de Mendoza, otro Cervantes

sin deriva y sin ganas de soñar

en anónimas tumbas.



Como tú,

a quien de toda la salida cultural

te queda solamente el ruido de la plaza

de San Felipe Neri, los zumbidos

de unos niños jugando a la pelota

y los gritos callados de los tiros

grabados para siempre en las paredes.

Cervantes, el teatro, Barcelona.

Y el fusilamiento impasible del olvido.

(A los profesores y alumnos de La Románica)








viernes, 20 de septiembre de 2024

ADIÓS AL VERANO

 


Mientras llueve en Tossa de Mar, le digo adiós al verano, que nos ha dado tantas cosas. Y doy la bienvenida al otoño, que nos dará otras, si no mejores, al menos tenemos la esperanza de la sorpresa y eso ya es mucho, ¿no os parece, amigos? 

Y lo hago, ya que hace este tiempo de menos luz pero igual en motivos románticos, dedicando un recuerdo a Londres, que siempre viene bien si tenemos en cuenta su clima y su espíritu.

Lo peor de Londres por las noches es sin duda tener el apartamento encima mismo de un pub. Voces desaforadas, ruidos de cristales hechos añicos, trompetas para despertar a los diablos, mensajeros de un infierno nocturno--.Asustan verdaderamente por las noches las colas de los bebedores de cerveza en las aceras de los pubs. Y lo mejor de Londres, deshacerse de un manotazo de olvido de las noches de infierno y entregarse a la paz de la mañana que se andamia de gente que cumple su destino.


Las colas de gente 
en la capital del país son tan típicas como los teléfonos rojos plantados en mitad de las calles. Nos enternece ver a los ejecutivos formar colas inmensas al mediodía para comprar el almuerzo minutos antes de refugiarse con las bolsas en un jardinillo delante de una iglesia o en las praderas de un parque para alimentarse en buena compañía.

La escalera del apartamento huele tanto a humedad y moho, que nos entran ganas de rebautizar el barrio con el nombre de Moho, en lugar de Soho --y eso que cerca tenemos un café que sirve deliciosas pastas y el aroma diverso de los cafés del mundo que emana de las Algerian Coffee Stores--.

A Portland Place se ha venido a vivir el siglo XVIII en pleno --en arquitectura debo añadir: ménsulas, columnas, carneros, semicírculos en las puertas, ladrillo marrón, almohadillado, balconajes de hierro, miradores blancos… ¡Vamos, el estilo de los hermanos Adam omnipresentes!--.


En el silencio y el sosiego
 
de Regent’s Park unos troncos muertos, alineados por la mano creadora del hombre, duermen sobre el césped. Escultura horizontal de savia fugitiva, de madera elevada a vida eterna.

Cantan cerca los chorros de las fuentes y los acompañan los ecos de nuestros pasos recorriendo los paseos que planificó John Nash, como un jardín de recreo, para el príncipe regente. Hay grandes jarrones que sirven de jardineras con tierra nueva para dar vida a plantas que adornarán en un futuro próximo esta callada belleza vegetal. No lo veremos, pero ya habitan igual nuestro recuerdo.

Hay rápidas e inquietas ardillas solitarias que corretean en los parterres sin asustarse de nosotros --verdaderos intrusos en esta paz que les pertenece--. Nos da miedo dar un paso, llevarnos una mano a la barbilla para no sacar del sueño esta belleza que convierte en eterna la mañ

Cuatro leones alados que mantienen las fauces abiertas aguantan en sus lomos una jardinera de aire dieciochesco. Recipiente agraciado para las estrellas azules de las clemátides que se encienden sobre la piedra volcánica.

Al final del paseo una fuente habla en voz baja para no molestar a una solitaria lectora que ocupa el cenador cercano. Y son nuestros pasos los que obligan a la mujer a levantar la vista de su libro y fijarla en nosotros. Y se queda pensando de repente --como si fuéramos los personajes de la novela que lee--. Nos sonríe en silencio. Y nosotros, ufanos, nos perdemos en la siguiente página del Parque.


Los rosales de la Reina Mary
 
tienen rosas con nombres sugerentes --Ingrid Bergman, Recuérdame, Lady Adorable, Magestic, Canción y baile, Nostalgia, Belle epoque, Sigue sonriendo, Ice Cream,..--, y también nombres contradictorios --Terciopelo fragante, rosas pobres y mustias, o Simplemente la mejor, por cierto, sin olor--.

Un alto en el paseo para admirar un gesto de imposible sangre. Un alto para admirar al niño de bronce que amenaza con su lanza invisible al buitre que le sirve de corcel.

Poesía en movimiento, rosas amarillas, perfume que se mece bajo un cielo cubierto. Nubes que buscan su posición. Gente que mira y habla como si todo formara parte de un poema. Poesía en movimiento.

En el estanque del Puente las ondas blancas que levantan los patos al nadar rompen los reflejos verdes de los árboles de la orilla.

Un águila de hierro, con las alas abiertas, se dispone a zambullirse en el fondo del estanque. Nos preguntamos si el plan de la naturaleza hará ahora un milagro.




(De Calidoscopio londinense)







 

domingo, 15 de septiembre de 2024

ESTE VERANO CADA SEMANA UN TEXTO (XII) UNA LEYENDA DE ÁVILA: LOS GUANTELETES DE PIEDRA

 


La última vez que estuve en la ciudad amurallada de Ávila fue con motivo de un viaje cultural que patrocinó el Colegio donde yo era profesor. De eso ya hace muchos años; sin embargo, jamás he podido olvidar los momentos emocionantes que viví en compañía de mis colegas de profesión. Había uno en especial apellidado Guerrero que tenía una gracia inigualable para explicar las cosas más peregrinas surgidas a raíz de las visitas que efectuábamos a los museos, las iglesias, los palacios o los conventos que jalonan el recorrido artístico de la mágica ciudad.

Evidentemente, nos confesó que antes de realizar ese viaje había reunido todo tipo de información sobre el arte, la historia, la literatura y las tradiciones de la tierra de santa Teresa y san Juan de la Cruz. De tal modo que, cuando el grupo de profesores nos encontrábamos admirando una escultura, una pintura o una construcción del pasado, de la naturaleza que fuera, enseguida Guerrero echaba mano de su copiosa información para ilustrarnos sobre la autoría y peculiaridades de la talla, el motivo del cuadro o el estilo arquitectónico del edificio que teníamos delante. Había que ver cómo a más de uno se nos abría la boca de admiración y sorpresa ante el cúmulo de conocimientos que poseía nuestro colega, y sobre todo la amenidad, la gracia y en muchas ocasiones el suspenso con que los exponía.

 

Recuerdo a propósito que, al entrar en el convento de Santo Tomás, que en su tiempo habían usado los Reyes Católicos como residencia habitual y en cuya iglesia puede contemplarse aún hoy la tumba del malogrado primogénito de los monarcas, el príncipe don Juan, Guerrero nos anunció que allí dentro, en el silencio y la penumbra de la iglesia había tenido origen una de las leyendas más emocionantes de toda Castilla, por no decir España. Guerrero, que para entonces se había convertido en nuestro más eficiente cicerone, nos llevó hasta la tumba del desgraciado príncipe, la cual, construida por el artista florentino Domenico Fancelli, se elevaba a considerable altura sobre el piso de la nave central; en lo alto del túmulo funerario aparecía tendida sobre un lecho de mármol la imagen de don Juan con armadura, la cabeza mirando hacia el altar. Allí Guerrero nos llamó la atención sobre los guanteletes de piedra que reposaban a ambos lados del lecho marmóreo y nos dijo con voz grave:

Resultado de imagen de tumba de don juan avila 

--Existe, en relación con estos guanteletes de piedra del príncipe, una leyenda cuya acción transcurre en los tiempos en que existía el derecho al sagrado, es decir, el derecho de poder ampararse en la casa de Dios aunque se estuviera perseguido por la justicia, sin que los perseguidores pudieran hacer nada por impedirlo.

La voz de Guerrero sonaba solemne bajo las bóvedas del templo:

--El caso es que en aquellos tiempos de continuas batallas y peligros internos y externos desfilaba por una calle aledaña a la iglesia un grupo de presos condenados a galeras, vigilado en todo momento por tres soldados del rey. Uno de los presos, que tenía mujer y niños pequeños que atender, se dolía de su mala suerte y más cuando había sido injustamente delatado por un vecino envidioso. Por nada del mundo quería verse alejado de sus seres queridos que tanto le necesitaban y, en su camino hacia la desgracia, no dejaba de pedir ayuda al cielo. Cuando de pronto el grupo de infortunados torció la calle y dio con el templo de Santo Tomás. Entonces el preso creyó al punto que sus oraciones habían obtenido respuesta de los cielos y vio llegada su salvación. Sin pensárselo más, de un salto abandonó la formación y entró corriendo en la casa de Dios. Las sombras lo rodeaban. Sólo vislumbraba allá en lo alto del altar las luces temblorosas de las velas. Avanzó por la nave decidido mientras dejaba atrás el hermoso sepulcro del Príncipe. Finalmente, sin dejar de dar las gracias al Señor, se hincó de rodillas sobre las losas del frío pavimento y escondió su rostro entre las manos.

Resultado de imagen de presos a galeras 

En eso estaba cuando el silencio sagrado del templo fue interrumpido por los pasos de alguien que se acercaba. Era uno de los guardias que, sin hacer caso a sus compañeros que le recordaban el derecho que asiste al preso a guardarse en sagrado, había entrado en la iglesia para capturar al fugitivo. Éste, al escuchar los pasos que venían hacia él, se puso a temblar de miedo y comprendió al instante que la hora de abrazarse con sus seres queridos no se haría realidad. Con la cabeza entre las manos y el corazón a punto de estallar, siguió escuchando cómo los pasos del guardia se acercaban a él cada vez más. Había llegado el momento de encomendarse a Dios y de aceptar resignadamente lo que el destino le tuviera reservado. Pero, de repente los pasos se detuvieron a la vez que hasta el oído del condenado llegaban unos sonidos guturales como de alguien que se ahoga entre estertores y casi al instante el ruido sordo de un cuerpo pesado chocando con el suelo.

El preso, angustiado por las circunstancias, aguardó unos segundos antes de ponerse en pie para girarse y ver qué había pasado. Sus ojos no podían dar crédito. Allí, sobre el pavimento, tendido e inmóvil, se hallaba uno de los vigilantes que lo llevaban a galeras.

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Al día siguiente el sacristán del templo encontró al soldado del rey muerto en el suelo de la nave. Las autoridades certificaron su muerte debida a estrangulamiento. En el cuello del difunto aún seguían las profundas marcas amoratadas de diez fortísimos dedos.

Guerrero concluyó:

--Así hicieron justicia los guanteletes de piedra del príncipe don Juan.

 

(De HISTORIAS NEGRAS)