EL FUGITIVO
(Versión libre de un relato de Al Nussbaum)
En una cabina
telefónica de la sala de espera de una estación de autobuses de
Barcelona. Medianoche. El fugitivo.
--Me llamo Juan
Campos y aquí sigo escondido en esta cabina desde que he visto hace
poco aparecer en la puerta de la estación al Chivato. De buena me he
librado. Al menos de momento. Pero sin duda se preguntarán de qué
me escondo. Se lo explico brevemente. Resulta que hace unas semanas
mi jefe Ignacio Fernández me encargó en Madrid entregar un paquete
lleno de dinero, pero yo en vez de llevarlo a su destino, me quedé
con él y empecé a gastarlo a capricho hasta que descubrí que todos
los billetes tenían la misma serie, es decir, el muy cabrón me
había dado un paquete de billetes falsificados. Y como ya era tarde
para recuperar los que había gastado, añadí de mi bolsillo
billetes auténticos. Cerré el paquete y lo llevé a su destino
explicando mi tardanza alegando un problema con mi coche. Y creí que
todo iría bien. Pero me equivoqué. Pues finalmente apareció en los
periódicos la noticia de que medio centenar de personas habían sido
detenidas en varios lugares de España por pasar billetes falsos.
Enseguida pensé que Ignacio estaría echando pestes sobre mí y
algo mucho peor pues en los periódicos se contaba cómo la policía
había estado esperando una gran operación con billetes falsos
citando además su número de serie. También decían los diarios que
habían sido detenidos los distribuidores de Fernández. Así que
temiendo que ya andarían buscándome para darme el pasaporte, cogí
el coche y puse kilómetros por medio. Y como ven parece que me han
medio localizado porque hasta aquí ha llegado el Chivato y si no
encuentro pronto una oportunidad para seguir huyendo..., hará
intervenir al Ejecutor, el único pistolero que siempre acaba cazando
a su hombre, en este caso yo, que aumentaré su larga lista de
víctimas despachadas con su pistola de calibre cuarenta y cinco.
Ahora sólo falta que el Chivato me descubra y le indique que acabe
conmigo.
Sala de
espera de la estación de autobuses. Pasada la medianoche. Una mujer
solitaria, con una bolsa del brazo y signos de cansancio, se sienta
en una silla de la fila que hay frente a la cabina telefónica donde
está Campos. El fugitivo.
--Esa mujer
solitaria puede ser mi solución. El policía, que hace un rato echó
a la calle a los dos vagabundos que ocupaban varias sillas con sus
cuerpos, mochilas y demás enseres, ahora vuelve y acaba de fijarse en la
mujer. Ésta es la mía.
Campos
abandona la cabina telefónica, se acerca a la mujer y la coge de la
mano.
--Siento
haberte hecho esperar tanto, cariño. Ya podemos irnos.
La mujer solitaria pasea la vista
desde Campos hasta el policía que se acerca y luego se levanta de la
silla y coge del brazo a Campos. La mujer solitaria y Campos.
--¿Adónde vamos?
--¿Hambrienta?
--Sí.
--Yo también. Vamos a comer algo. A
una manzana de aquí hay un restaurante que permanece abierto toda la
noche.
En el restaurante. Sentados ante el
mostrador de comidas. La mujer solitaria y Campos.
--En la estación me sentía
mortalmente asustada ante la idea de que el policía me echase o,
peor aún, me detuviese por vagancia o algo parecido cuando viese que
no tenía dinero. Gracias por haberme ayudado. ¿Por qué lo ha
hecho?
--Me pareció que había llegado el
momento de hacerlo. Y ahora me alegro.
--Pues se lo agradezco de todo corazón.
--No hacía falta. ¿Qué quiere tomar?
--Un bocadillo de cualquier cosa y un
café.
--Yo tomaré lo mismo.
Se acercó un camarero para
servirles. Campos pidió dos bocadillos de queso y dos cafés. La
mujer solitaria y Campos los consumen con avidez.
--Se ve que tenía hambre, ¿eh?
--Ya se lo dije.
--¿Quiere alguna cosa más?
--Sí, por favor. ¿Podría ser un
pedazo de tarta?
--Claro.
El camarero le sirve la tarta a la
mujer. Ésta la devora de igual modo. Luego Campos paga la cuenta.
--Gracias
otra vez.
--Ha sido un placer.
--¿Me
lleva con usted?
--No
sabe adónde voy.
--No
importa. Ya he estado sola demasiado tiempo.
--Ni
siquiera sabe usted mi nombre.
--Tampoco
me importa.
--De
acuerdo, ¿nos vamos?
--Cuando
quiera.
--Encontraremos
algún lugar en que alojarnos, pero primero tengo que hacer algo.
--¿Hacer
algo? ¿El qué?
--Quiero
averiguar si me siguen. Pero lo haré de camino. Vamos.
En una calle desierta. Delante de
una especie de supermercado cerrado hay cajas de madera vacías.
Sentados satisfechos sobre dos de ellas, uno frente al otro.
--¿Ya
ha averiguado si le sigue alguien?
--No,
no me sigue nadie.
--Hace
un par de días me echaron de mi habitación por no pagar el
alquiler. Y llevo más de un mes sin trabajo.
La mujer saca una cajetilla de
cigarrillos arrugada del bolsillo de su chaqueta.
--¿Quiere
un pitillo?
--No tengo vicios.
--Tiene
suerte.
--Sí,
la tengo.
--¿Puedo
encender yo uno?
--Adelante.
Estamos lejos de la esquina como para que alguien pueda ver la luz.
La mujer enciende una cerilla y
acerca la llama al cigarrillo mientras Campo saca su pequeño
revólver de calibre treinta y ocho para apuntarle. La mujer
reacciona al ver el arma y mientras el pitillo se le cae de los
labios, se levanta de la caja de madera y se protege el cuerpo con la bolsa que lleva
siempre colgada del brazo.
--¿Qué va a... hacer con eso?
--Probablemente pegarte un tiro.
--Pero ¿por qué? Si yo no le he
hecho ningún daño.
--Sólo porque no te he dado ocasión
de ello, muñeca.
--¿Por qué iba yo a hacerle daño?
--Porque tú eres el Ejecutor. Todo el
tiempo que estuve escondido en la cabina telefónica de la sala de
espera de la estación de autobuses pensando que estaba burlando al
Chivato, él ya me había visto y te había avisado a ti. Todo estaba
preparado para que yo te recogiera y pudieras usar conmigo tu
cuarenta y cinco.
--¿Mi cuarenta y cinco?
--Sí, tu cuarenta y cinco. Esa bolsa
que aprietas contra tu pecho es justo lo que necesitas para llevarlo
de un lado a otro. Esa pistola es muy grande y no se puede llevar en
un bolsillo.
--Se equivoca, señor. De verdad. Yo
no intento hacerle ningún daño.
--El Chivato y tú habéis cometido un
error. Me has permitido darle esquinazo con demasiada facilidad. El
hecho de que haya podido escapar tan fácilmente de él cuando me
tenía tan cerca me parece hasta ridículo.
--Por favor, señor, déjeme ir. En ningún momento he intentado hacerle daño. Estoy sola en el mundo y necesito
compañía. Yo creí que usted también necesitaba a alguien.
Campos, ante las palabras de la
mujer empieza a tener alguna duda y baja el cañón de su pistola. La
mujer, visiblemente nerviosa saca del bolsillo de su chaqueta la
cajetilla de cigarrillos, pero ve que está vacía y la tira a un
lado con una mano mientras que la otra la introduce en la abertura de
la bolsa. Y Campos, sin vacilar, levanta el revólver y le dispara en
la cabeza. La mujer cae hacia atrás y queda tendida inmóvil en el
suelo, con la mano metida en la bolsa. Luego Campos inspira
profundamente y a continuación exhala lentamente el aire. Finalmente, gira
sobre sí mismo para abandonar el sitio.
--Parece muy tranquila, en absoluto
una perdedora. No he necesitado tocar la bolsa. No me importa saber
si es o no el Ejecutor. Si me he equivocado respecto de ella, no
tardaré en averiguarlo. Teniendo en cuenta todo lo que ha pasado,
estoy convencido de que he hecho lo que tenía que hacer en ese
momento.
Campos echa a andar hacia el final
de la calle, completamente en penumbra, y desaparece.
FIN