jueves, 13 de junio de 2024

CARCASSONNE (I)

     

       Hemos vuelto a vivir en la casa del año pasado desde donde podíamos contemplar a nuestras anchas la imponente silueta de la Cité de Carcassonne y hemos vuelto a crear nuevos recuerdos, tan emotivos como los primeros. Apenas he escrito esta vez, tan pendiente de las cosas que reclamaban su atención a la mirada y su chispa de sentimiento al corazón. Y me ha sido fácil relegar la pluma ante la revelación de las cosas, de las mismas cosas de la otra vez. Y lo poco que he escrito no es casi nada comparado con lo que siento aún días después de haber dejado aquel marco entrañable que nos ha revestido otra vez de luz, de emoción y de belleza.

       Mientras saboreábamos aquella cassulette del Languedoc, un lujo inimaginable para el paladar, una fabada increíble de saucisse de Toulouse y manchons de canard, bien regada por un buen tinto de la tierra (Minervais, Corbières)… Mientras sazonábamos todo eso con la conversación familiar sobre el recorrido que el guía tenía previsto realizar después de la siesta… Mientras veíamos desde la terraza en que estábamos comiendo la puerta del Aude y alzándose sobre ella el Castillo Condal, pavoneándose ante el resto de construcciones fortificadas que a un lado y a otro recorren las murallas, yo ya estaba, con perdón de mis acompañantes. Disfrutando como un sátrapa de la siesta.
       Momentos más tarde, casi sin haberme dado cuenta, ya estaba en la habitación, que a juicio de los dueños era la más tranquila de la casa, más que seguro de que la siesta me iba a sentar de maravilla y recuperaría sin duda las fuerzas y las ganas para disfrutar a fondo de la primera inspección de la Cité . Mis tres familiares más queridos se habían quedado charlando a la sombra de la terraza. Su murmullo me llegaba hasta la cama donde acababa de tenderme y reclinaba la cabeza y parte de la espalda en el juego de almohadas de que disponía. Comodísimo, cerré  los ojos mientras me decía a mí mismo: Carcasona ha dejado de ser un sueño para ti. Ahora ya puedes vivirla plenamente.

      Un trovador entra en el aposento de la dama del castillo, se desnuda y se mete en la cama de su amante. Ésta le dice que su esposo está fuera y tienen toda la noche para hacer nuevos fuegos. Y así lo hacen hasta que la estrella cruel que trae el alba les obligan a dejar la hoguera de amor y a despedirse hasta la noche siguiente. Pero el marido burlado, celoso, se venga de la manera más cruel: mata al trovador y ese día durante la comida el señor del castillo da de comer a la esposa infiel el corazón de su amante. Más tarde, una sirvienta le revela a su señora lo que acaba de comer. Ésta, deshecha por el dolor, se arroja al vacío por la ventana más alta de la torre. El golpe que se da el cuerpo sobre las rocas en que se asienta la fortaleza me despierta.

         

        Momentos después, los cuatro de familia iniciábamos una subida de calvario de escalinatas y cuestas al final de la calle de nuestra casa y, tras recuperar el resuello al pie de la ronda entre las dos murallas que salvaguardan la Cité, veíamos sobre nuestras cabezas el cielo azul acribillado de vencejos que buscaban en pleno vuelo los mechinales de las torres, cubos, murallas… Al fin llegamos, rodeando la fortificación principal, a la zona de  la Puerta de Narbonne. 
 
     
      Con ayuda del guía familiar descubrimos a un lado la efigie de la reina Carca, y nos pusimos a hacerle alguna foto. Y sin darnos cuenta nos vimos rodeados de una nube de inquietos fotógrafos que buscaban ansiosos el mejor ángulo para inmortalizarla con sus móviles. Nos apartamos como pudimos para iniciar la primera exploración de la Cité por ese lado y enseguida nos encontramos de golpe con dos ríos de gente entrando y saliendo de la barbacana de San Luis. Por la Puerta de Narbona ascendimos a la parte de la ciudadela más concurrida de visitantes, siguiendo las explicaciones de nuestro guía familiar sobre la historia de Carcasona (casi una docena de personajes: otra vez Carca, Carlomagno, los cátaros, los cruzados, Montfort y Trencavel…), salpicada de curiosidades y leyendas… Por la Rue Raymond-Roger Trencavel, apenas concurrida, (¡qué tranquilidad!) llegamos al rincón mágico y sagrado de la basílica románico-gótica de San Nazario (pido perdón al guía por emplear el castellano, él me sonríe comprensivo). El templo era nuestra primera visita importante; pero, al llegar ante la hermosa doble fachada, románica la primera, y gótica la segunda, nos llevamos un chasco enorme: el templo estaba cerrado a las visitas. La cola de gente que había allí mostraba la misma cara de decepción que nosotros. El guía familiar nos dijo apartándonos del bullicio: "Mañana vendremos antes. Pero ahora, y ya que estamos aquí os explicaré por qué veis dos fachadas de estilos diferentes en el mismo templo."









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