LA CÁRCEL DEL SONETO
La cárcel del soneto sólo vale
para librar el ritmo de la ira
que contiene en sus cuerdas la alta lira
que sólo suena cuando el verso sale
del cerebro en penumbra del poeta
como una luz de música encendida
que va volviendo el signo en otra vida
no sujeta a las horas, y es secreta.
Secreta porque nada dice recto
juicioso, pertinente, real ni vivo.
Tan sólo si el soneto es imperfecto,
rebelde, airado, sórdido y reactivo;
o sea, si el soneto es incorrecto
puede llegar a ser un revulsivo.
DE AMOR
Para escribir un soneto de amor,
hay que encenderse antes, como el fuego
que barrunta un volcán, para que luego
se esparza por el folio con ardor
tan grande, que los versos sean lava
del puro sentimiento del poeta,
y el alma del lector arda en secreta,
inagotable hoguera mientras graba
con la dura firmeza de un diamante
en su cuerpo el amor más encendido
y el estertor postrero del amante.
Y al morir el soneto, en un instante
el poeta se queda sin sentido
y el alma se le marcha por delante.
COMO BORGES
Como Borges, escribo de la vida
como de un laberinto que indicara
cómo hallar la salida libre y clara
o cómo regresar a la partida,
cuando no quedarse siempre extraviado
en el enredo vegetal y oscuro
sin poder comprender el vil futuro
que a todos nos reserva el sino airado.
Y todo, en un soneto que se eleva
en sílabas contadas a deshora
y en un andamio de elegidos versos
para inventar una existencia nueva,
para encontrar perdidos universos
y una muerte feliz en mi Zamora.
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