jueves, 12 de enero de 2023

CUENCA CIERTA Y CUENCA SOÑADA

 

CUENCA CIERTA Y CUENCA SOÑADA


Con la llegada del nuevo año me ha dado por desempolvar ecos de aventuras viajeras realizadas ya hace algún tiempo. La primera, ésta que he titulado CUENCA CIERTA Y CUENCA SOÑADA por razones personales, la más importante de las cuales es que mucho antes de pisar estas tierras singulares de la España interior, yo ya me había hecho una idea acerca de ellas, ensoñada quizás, ante las cosas que de Cuenca me contaba una colega del departamento de Castellano que tuve la suerte de conocer en mi primer IES donde enseñé la asignatura que más quiero y para la que nací; esa compañera de fatigas docentes era una acérrima conquense llamada Milagros, y ella va dedicado lo que sigue, que, como se ve, vien encabezado a propósito por un soneto revelador del poeta de Cuenca Federico Muelas.

«Alzada en limpia sinrazón altiva
–pedestal de crepúsculos soñados–,
¿subes orgullos? ¿Bajas derrocados
sueños de un dios en celestial deriva?

¡Oh, tantálico esfuerzo en piedra viva!
¡Oh, aventura de cielos despeñados!
Cuenca, en volandas de celestes prados,
de peldaño en peldaño fugitiva.

Gallarda entraña de cristal que azores
en piedra guardan, mientras plisa el viento
de tu chopo el audaz escalofrío.

¡Cuenca, cristalizada en mis amores!
Hilván dorado al aire del lamento.
Cuenca, cierta y soñada, en cielo y río».

                                    






Cuenca en la lluvia:

¿quién se atreve a reír

mientras escucha


el llanto humilde

que abrillanta la pena

de los jardines.





I.

Llovía cuando salimos de casa. Era de noche cerrada.

Y ahora, dos horas más tarde, con la primera luz temblorosa del día,

el autobús que nos lleva

se abre paso hacia el sur entre neblinas.

El paisaje apenas tiene color.

Sólo el verde, bajo el gris difuminado de la niebla,

va despertando poco a poco.


Tras desayunar y estirar las piernas,

reemprendemos la marcha.

Vamos dirección a Valencia.

A ambos lados de la ruta, desde hace un buen rato,

nos acompañan, a un lado y a otro, extensos y verdes naranjales.

Sobre nuestras cabezas,

grandes y grises manchas de nubes

y escasos milagros de azul.

Leemos, para que el tiempo no se nos haga tan largo,

alguna información histórica,

artística y literaria relacionada con Cuenca.


Dos horas más tarde

el autobús abandona la dirección a Valencia

para tomar la de Madrid.

La escasa luz anterior

empieza a apagarse

ante las cada vez más espesas capas de nubes.

Vídeo en la pantalla del autobús.

Y enseguida,

para hacer caso a los pronósticos del tiempo,

la lluvia hace su aparición en el parabrisas del autobús.



Y sólo media hora más tarde diluvia.

Los viajeros nos hacemos lenguas de lo que está cayendo.

La película del autobús sigue su propio camino:

amores y descubrimientos.

Continuamos por la Autovía del Este dirección a Madrid.

La lluvia cesa y aparece el sol momentáneamente

como un intruso en el paisaje,

habitado ahora, a un lado y a otro, por extensos viñedos.

Esto es lo que tiene atravesar media España.

Lluvia, sol, naranjos, viñedos.

Cielo caprichoso, clima y cultivos variados.


La una del mediodía y vuelve a llover cuando vamos,

definitivamente, por la N. 320 dirección a Cuenca

mientras acaba la película felizmente.

Nueva visita de la lluvia

cuando recorremos las últimas curvas de la carretera.

Cuenca se palpa en todos los ánimos.

Sol de nuevo. Amplios espacios azules en el cielo.

Amplios pinares a ambos lados de la carretera mojada.



Según lo previsto, sobre las dos atravesamos Cuenca

por la carretera que bordea la hoz del Huécar.

Camino del Hotel, La Cueva del Fraile,

que se halla a escasa distancia de la ciudad,

estallan las primeras

exclamaciones de admiración entre los viajeros

ante la vista de las Casas Colgadas,

el Puente de San Pablo,

las colosales rocas calcáreas y otros detalles de Cuenca

que tendremos ocasión de ver con más detenimiento.

De momento la primera impresión:

Cuenca en volandas,

como dijo su poeta Federico Muelas.

 

La carretera que lleva al Hotel está llena de sorpresas:

Huertas junto al salvaje Huécar, cascadas increíbles,

Rocas voladizas al borde de la ruta,

pinos y… ansias de llegar.



 

 II.

El hotel donde nos alojamos fue un antiguo convento.

De él queda aún el patio con su pozo

y la galería adonde se asoman las puertas de las celdas,

el comedor en cuyas paredes cuelgan pinturas sacras,

las vigas de los techos, rincones de estudiado sosiego,

el ladrillo asceta y los sencillos aperos de labranza,

los trillos, los arados, los fuelles, las cerandas…

Nuestra celda es un trozo de silencio

Con vistas a la lluvia y al charol

De los rojos tejados

Y al perfume labriego del tomillo.



La primera tarde en la Cuenca más nueva

se ha pasado por agua.

Armados de paraguas y paciencia,

nos arrimamos al moderno Auditorio

y escuchamos la música que toca

en su oboe el músico de hierro de la lonja.

Bajo el óxido rojo de la estatua

suena maga la lluvia y el rumor

encajonado del Huécar.

 


 

Junto al puente, el convento de clausura

de la Concepción, el silencio del torno

Y la muda imprenta en lo alto de la escalera.

Lo demás, el vuelo de la piedra, el cielo oscuro

Y las petacas de resolí.



III.

Llueve. De la noche pasada bastará recordar

que dormimos en un antiguo convento:

la penitencia… románticas apariciones…

Bromas aparte, lo que nos espera hoy

sigue siendo cosa de encantamiento.


 

¡La Ciudad Encantada!

Desde alturas escalofriantes

el autobús nos permite hacer de pájaros

y admirar paisajes extraordinarios.

Altos farallones de piedra erosionada,

Abajo el río Júcar salido de madre

Y la ciudad de Cuenca como un lugar de cuento.


Estamos en el reino de la niebla.

El árbol y la piedra son los reyes.

Y en medio, la serpiente oscura de la carretera.

El autobús asciende, asciende…

Y de repente, la Ciudad Encantada.


Dos horas de recorrido por el mundo de la imaginación.

Nuestros únicos acompañantes, la niebla y la lluvia

y al final hasta unos cuantos copos de nieve.

Aquí, en la Ciudad Encantada, a 1500 metros de altura,

en plena Serranía de Cuenca, todo es posible.

La piedra calcárea, ciclópea y erosionada,

es la verdadera protagonista de la mañana.

Puentes, arcos, gargantas, barcos varados,

cabezas de persona, animales fantásticos,

caminos de cuento, jardines imposibles,

musgos, líquenes, tomillos...

y hasta algún pájaro despistado

que de pronto rompe este profundo y pétreo silencio

con un gorjeo que es sorpresa y llamada del más allá.



 

IV.

A mediodía, aún sin desencantarse del todo los viajeros,

son llevados por el autobús casi en volandas,

a ras de precipicios vertiginosos,

hacia otro encantamiento: la Ventana del Diablo.

A la derecha queda el nacimiento del río Cuervo.

Y por un tobogán de escalofrío

vamos recordando

el Paraíso anterior de la Ciudad Encantada

hacia los dominios del Diablo.

Pinos y más pinos,

rocas y más rocas abren paso al autobús

que en manos del conductor

convierte el mareo y el vértigo en aventura.

 

Desde la Ventana del Diablo,

en contra de lo que pudiera esperarse,

admiramos un nuevo paraíso:

un Paisaje de alturas silenciosas y violetas,

vuelos de lluvias y nieblas.

Desde los arcos de piedra de la Ventana

del Diablo los ojos se emocionan tanto como el corazón.

Abajo, muy abajo, entre paredes de roca,

taludes de pinares enriquecidos por las lluvias,

baja formidable, retorciéndose en olas y en espumas,

el valiente Júcar.


 

V.

Ya en carretera plana, de vuelta a la Cueva del Fraile,

nos saluda momentáneamente el sol,

en otra tregua de la lluvia.


La única, la verdadera tregua la disfrutamos ahora,

las ocho de la tarde,

cuando estamos de nuevo en nuestra celda de convento,

intentando asimilar las emociones vividas en Cuenca,

en el casco antiguo de la ciudad de Federico Muelas,

sosegando la miranda en la galería del patio

que, acostados en la cama, vemos a través del ventanal.

Las tejas, las chimeneas, el cielo calmado…




VI.

La tarde, entre lluvia y lluvia, nos ha regalado.

alegría en el tren que nos llevó al Castillo,

la zona más alta de la ciudad en volandas

En el recorrido,

historia, arte, folclore...

Y la Casa Azul y San Felipe Neri

y el Ayuntamiento con sus tres arcos

y la Catedral y San Pedro…

 

Alegría que culminó en el Mirador del Castillo,

donde, bajo la lluvia ,

como un personaje sacado de una leyenda,

nos esperaba el guía artístico

 para desvelarmos secretos y misterios

del casco antiguo.


En el Mirador, bajo la lluvia,

recortado por unas vistas impresionantes,

El Sagrado Corazón del otro lado

de la hoz del Huécar, sobre los farallones

donde anidan los buitres leonados,

nos habla de la hoz del río abajo,

del Puente de San Pablo que en la altura

su hierro hipotecado salva abismos

entre el Parador Nacional, ayer convento,

y las Casas Colgadas y el gemido

de la Sirena en noches destempladas,

 


Nos habla de la historia y la leyenda

que conserva como oro en paño Cuenca,

tesoros de arquivoltas y retablos,

de amores y batallas, almenas y sillares

de esta parte más alta

que como proa de barco gigantesco

avanza en mares de vientos y celajes.


No nos damos sosiego

y entre abrir y cerrar de paraguas

por escalinatas, callejas, pasadizos

desfila ante nosotros la historia de esta Cuenca

que parece soñada en ocasiones.

Los templos, los museos, los palacios…

Los personajes que tejen a la vez

amores, guerras, muertes y milagros.

Desde San Pedro a La Merced

desenrosca su vida antigua Cuenca.

En medio del camino, la belleza

y la ruina de la Catedral,

las vaquillas de San Mateo,

la Torre de Mangana

que marca la hora que le da la gana

y los tiros de la plaza señalados

en la vieja piedra de las portadas,

sin que falte el alajú y el resolí

para cerrar con buen sabor el recorrido.




VII.

Cuenca en volandas que soñó el poeta,

misteriosa y monumental,

casi pájaro, casi ciprés, casi cielo…

Cuenca volada sobre piedra herida

de viento, agua y hielo…

Pensamos mientras el autobús nos lleva

de vuelta a nuestra Cueva del Fraile

y vemos, desde la carretera que sigue al Huécar,

las casas asomadas al abismo.

 

Repaso la emoción de la Plaza de la Merced

donde Tirso de Molina vivió un tiempo,

y las huellas de la guerra estropeando

 

la paz del Seminario,

el eco antiguo del barrio judío

que estuvo en estos lares,

la Torre de Mangana, luz en medio

de las sombras de la calle…

 

Ya  está cerca la Cueva del Fraile,

las huertas, la cascada,

la roca que vuela sobre la carretera.

Y damos un descanso a la mirada.


Pero aún resuena bajo nuestros pies

el alto puente de hierro de San Pablo

mientras buscábamos el lugar adecuado

para inmortalizar en nuestra cámara

las góticas Casas Colgadas.

Aquí llevo la cámara, abrazada.

¡Cuánto amor, cuánta admiración,

cuánto desvelo esperan en la galería callada

de la memoria de esta máquina!

Instantáneas y recuerdos

de momentos contemplados

por la atónita mirada.

 

Mañana, pasado un tiempo,

cuando volvamos a ver

estos paisajes, monumentos,

esquinas de calles y piedras extasiadas,

volverán a nosotros retazos de vida

vividos estos días en la Ciudad del Vuelo.



 

y VIII.

Los últimos días de todos los viajes

se parecen en la tristeza

que representan todas las despedidas.

Pero también reflejan

la satisfacción de conservar 

como en un tesoro de recuerdos

cada segundo vivido intensamente

en el tiempo que duró el viaje,

siempre un paréntesis

de sorpresas y aventuras

ajenas a la rutina de la vida cotidiana.

 

Y mientras el autobús nos devuelve a nuestra vida,

más significación adquiere este mágico paréntesis.

 


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