domingo, 21 de noviembre de 2021

DEL TEATRO AL CINE (V) Eloísa está debajo de un almendro, de Jardiel Poncela


 

Eloísa está debajo de un almendro es una obra teatral escrita, como quedó dicho en una entrada anterior, por Enrique Jardiel Poncela (Madrid, 1901-1952), que fue periodista, novelista y dramaturgo. Aunque se inició como periodista, colaborando en la revista La correspondencia de España y en diversos diarios, y cultivó la novela (caricaturizando personajes y ambientes y empleando un lenguaje hábil y brillante) en títulos como Amor se escribe sin hache, Espérame en Siberia, vida mía o La tournée de Dios, su fama de escritor la obtuvo como dramaturgo, adscribiéndose al teatro del absurdo (dejando a un lado el humor de siempre para abrazar un humor intelectual pero muchas veces fuera de toda lógica y otras verdaderamente inverosímil), lo que le situó al margen del teatro español de su época. Antes de la Guerra estrenó piezas como Usted tiene ojos de mujer fatal y Angelina o el honor de un brigadier. Tras la Guerra llevó a las tablas varias obras más, entre las cuales destaca Eloísa está debajo de un almendro, la pieza que estamos tratando aquí y ahora.

Su argumento, grosso modo, es como sigue: Mariana está enamorada de Fernando porque lo considera portador de un gran secreto, en el que ella tiene algo que ver, pero a la vez lo odia cuando el hombre ase enmascara de persona corriente. Según Clotilde, la única persona de la familia en su sano juicio y tía de Mariana, el afecto amoroso de ésta no es normal, y eso se explica porque forma parte de una familia de locos, en la que su padre, sin ir más lejos, no ha pisado la calle desde hace muchísimos años, pero viaja en un tren imaginario todas las semanas; su tía Micaela está obsesionada con los ladrones y con coleccionar búhos, y su hermana, la loca oficial de la familia, está desaparecida. Por ello no es demasiado raro que Mariana necesite que su  novio sea un hombre misterioso y que le oculte algo grave para ser feliz. Por su parte, Ezequiel, el tío de Fernando, puede que también esconda algún turbio secreto…


     He aquí una conversación entre Mariana y su tía Clotilde sobre Fernando y el amor que siente por él la sobrina:

“MARIANA.—Entonces, ¿por qué no encontrar normalidad en mis sentimientos?

CLOTILDE.—Porque no es muy corriente que digamos que una muchacha espere para marido a un hombre misterioso y , a ser posible, provisto de un secreto grave...

MARIANA.—Tampoco yo esperaría eso de otro; pero de Fernando sí.

CLOTILDE.—¿Y por qué esperarlo de él?

MARIANA.—Porque él ha sido el único que me hizo pensar al conocerle, y porque, a veces, me lo hace pensar todavía.

CLOTILDE.—¿Eh?

MARIANA.—(Confidencialmente, a media voz.) No siempre, ¿sabes?; pero a ratos hay algo en él, en sus ojos, en su gesto, en sus palabras y en sus silencios, hay algo en él, ¿no lo has notado?, inexplicable, oscuro, tenebroso. Su actitud entonces conmigo, la manera de mirarme y de tratarme, las cosas que me dice y el modo de decírmelo, aunque no me hable de amor, todo ello no puede definirse, pero es terrible; y me atrae y me fascina. (Subiendo el tono de la voz.) En esos momentos siento que hemos venido al mundo para unirnos y que ya hemos estado unidos antes de ahora. (Vibrantemente.) En esos momentos, tía Clotilde, ¡le adoro!... (Rápidamente; explicativa.) Pero esto no significa que exista en mí algo anormal; ¿acaso soy yo la única muchacha a quien le fascina y le atrae lo misterioso y lo que no puede explicarse? (Volviendo al tono de antes.) Y en otras ocasiones, que, por desgracia, son las más frecuentes, él reacciona, como alarmado y arrepentido de haber descubierto quizá el verdadero fondo de su alma: sus ojos miran como los de todo el mundo, sus gestos y sus palabras son los gestos y
las palabras de cualquiera, y sus silencios están vacíos; se transforma en un hombre corriente; pierde todo encanto; bromea y ríe; se recubre de esa capa insulsa, hueca e irresistible que la gente llama simpatía personal... (Elevando el tono de voz, como antes.) Y entonces siento que uno y otro no tenemos nada de común, y me molesta que me hable, y si me habla de amor me crispa, y no puedo soportar su presencia y estoy deseando perderle de vista (Vibrantemente.) porque entonces me repele y
me repugna ¡y le detesto!”

Eloísa está debajo de un almendro se estrenó en el Teatro de la Comedia de Madrid en 1940, interpretando sus principales papeles Elvira Noriega, Guadalupe Muñoz Sampedro, que fue sustituida posteriormente por María Luisa Moneró, Mariano Azaña, José Orjas, Carlos Lemos, Fernando Fernán Gómez y María Asquerino. Y fue luego muchas veces representada en teatros madrileños como el María Guerrero, el Centro Cultural de la Villa o el Español, y en los años 2016-17 en una gira por toda España.

Dicho lo anterior, Enrique Jardiel Poncela también fue un gran devoto del cine pues escribió guiones cinematográficos, viajó a EEUU para colaborar, siguiendo a Arranz, “en películas basadas en sus obras, como Angelina o el honor de un brigadier (…); dirigió algunos cortometrajes y puso hilarantes diálogos a la película muda Mauricio o Una víctima del vicio).” Conviene añadir, antes de hablar de la adaptación al cine de su Eloísa está debajo de un almendro, que varias piezas teatrales suyas fueron llevadas también a la gran pantalla, como Es peligroso asomarse al exterior, Un adulterio decente y Blanca por fuera y rosa por dentro.


  Eloísa está debajo de un almendro
fue adaptada al cine con el mismo nombre por Rafael Gil en 1943 de manera bastante libre pues, según Arranz, el cineasta le dio al texto de Jardiel Poncela “un tratamiento de cine de suspense bastante atractivo y que no perdía nunca la perspectiva humorística de su original. Incluso en algunos tratados fílmicos se dice que entronca con el cine de terror gótico, quizá por la presencia de la fallecida (Eloísa), que parece impregnarlo todo.” En cuanto al humor absurdo característico de Jardiel, el director no sólo lo mantiene vivo en el filme, sino que lo concilió “con el romántico, interpretado por la pareja de moda Durán y Ribelles, que se repitieron poco después en El clavo.”

En la película lo primero que aparece, a diferencia del orden de las escenas teatrales, es el regreso de Fernando a su hogar después de haber estudiado en Bélgica. Una vez en casa, descubre una misteriosa carta de su padre, en la que le pide que averigüe las extrañas circunstancias de la muerte de Eloísa, a quien años atrás había amado fervientemente. Fernando en sus investigaciones encuentra varios objetos relacionados con Eloísa que lo llevan a la casa de la familia de Mariana, de la que se enamora. Etcétera.

Rafael Gil además de dirigir la película escribió su guion cinematográfico, mientras que la fotografía corrió a cargo de Alfredo Fraile y la música de Juan Quintero. Sus principales actores fueron Rafael Durán (Fernando), Amparo Ribelles (Mariana), Guadalupe Muñoz San Pedro (Clotilde) y Alberto Romea (Ezequiel).



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