viernes, 4 de diciembre de 2020

UNA REFLEXIÓN NECESARIA SOBRE EL QUIJOTE

 


EL QUIJOTE EN DOS PASSOS

Antes de que acabe el año, y sin saber que nos deparará el coronavirus en el próximo, aprovecho para comentar una lectura que tiene que ver con nuestro Libro más emblemático y universal.

John Dos Passos, escritor estadounidense (1896-1970) y autor de obras de fama universal como Manhattan Transfer (1925), había escrito tres años antes de dar a conocer la novela citada Rocinante vuelve al camino, fruto de un viaje por España.

Rocinante vuelve al camino es el primer libro de ensayos sobre arte y cultura española de Dos Passos y data de la época en que el escritor americano peregrinaba por Europa después de la Primera Guerra Mundial.

La España de este libro, “España prerrevolucionaria” la llama Max Dickmam, prologuista de Rocinante vuelve al camino (Santiago Rueda Editor, Buenos Aires, 1943), está captada con ojos muy sutiles. Hombres, paisajes y cosas son contemplados con agudo y benévolo temperamento por Dos Passos.


La presencia de Cervantes, del Quijote, ya visibles casi en el título del libro, es constante. En el Capítulo II encontramos pronto una alusión certera relacionada con un asunto español donde los haya, lo flamenco. Don Diego, personaje natural de Nerja, afirma en un momento determinado: “En España vivimos del estómago y de los riñones, o de la cabeza y del corazón; entre el místico don Quijote y Sancho, el sensual, no hay término medio. El Sancho más bajo es lo flamenco”. Y al comentario que se le hace de que al menos los españoles viven, replica: “En un ambiente de suciedad, de enfermedades, de falta de educación, de bestialidad... La mitad de nosotros nos morimos de comer demasiado o de no comer lo suficiente.” (Pág. 36) Finalmente, preguntado don Diego qué proponía él para solucionar el problema, responde: “Educación, organización, energía: el mundo moderno.” Eso es lo mismo que ya Mariano José de Larra y antes algunos de nuestros escritores ilustrados habían preconizado.

En el Capítulo III las palabras del panadero de Almorox hacen reflexionar a Dos Passos en el sentido de que en el espíritu ibérico predomina la idea de que la vida es sueño. Como se ve, siguen estando presentes nuestros clásicos del Lazarillo y del famoso monólogo de Segismundo en la obra inmortal de Calderón. Y añade: “Sólo lo individual o aquella parte de la vida que depende directamente de lo individual, tiene realidad. La suprema expresión de lo cual radica en dos grandes figuras que simbolizan a España eternamente: don Quijote y Sancho Panza”. (Pág. 50) Don Quijote es individualista porque cree en el poder del alma sobre todas las cosas; por eso llevó el mundo entero en sí mismo. Y Sancho Panza es también individualista porque en el mundo no ve otra cosa que comida para su estómago. Creo que ésta es la idea más original del escritor estadounidense, aunque no faltan otras de máximo relieve sobre distintas disciplinas, como la del arte. Por ejemplo, en la página 54 leemos unas palabras que me parecen reveladoras del arte español: “Ni el más tranquilo y más ordenado de los espíritus españoles puede resistir la tentación a los excesos de todas clases; al recargamiento, a la grotesquería (sic), al fatal amaneramiento.” Y concluye: “Lo más grande de su arte raya, sin duda alguna, en la extravagancia, donde lo sublime se desliza por el delgado hilo de lo absurdo.” Y como ejemplos aduce precisamente obras pictóricas y literarias españolas fundamentales; entre otras, La Resurrección del Greco, los enanos de Velázquez, La vida es sueño de Calderón y “la gran epopeya” del Quijote. Y también las tradiciones, donde se mezclan elementos verdaderos y falsos, sin que se sepa cuáles son unos y otros. Y Dos Passos enumera: “...la tradición de la España católica, la tradición de la grandeza militar, la tradición de las luchas contra los moros, de la hospitalidad, de la truculencia, de la sobriedad, de la hidalguía de don Quijote, del Tenorio”. (Pág. 59)


     Asimismo el novelista americano advierte la presencia de Cervantes en las manifestaciones populares cotidianas españolas. No sé por qué en las palabras siguientes de Dos Passos veo también al Camilo José Cela de El Gallego y su cuadrilla: “En la plaza sonaba la alegre música de un organillo y de las pisadas de la gente que bailaba en la grava. Había soldados y criadas, aprendices coloradotes con sus novias y respetables tenderos con sus mujeres, que sobre su pelo negro y brillante lucían la clásica mantilla. Bailaban todos por entre los delgados troncos de los árboles, y en el aire sonaban las risas y los gritos de un regocijo infantil e ingenuo. Aquí está el evangelio de Sancho Panza, pensé yo; la fácil aceptación de la vida, la sencilla alegría de la comida y del color y la morbidez del pelo en las mujeres. Pero al salir de la aldea, a través de la ceñuda llanura de Castilla, verdegrís y violeta al oscurecer, me vino el recuerdo del Caballro de la Triste Figura, don Quijote, tratando desatinadamente de reformar el mundo, seguro del poder de su ideal.” (Pág. 63)

Hasta aquí las referencias más importantes a los personajes principales de Cervantes hechas por Dos Passos en la primera mitad de su libro. En la segunda mitad el escritor americano recurre a la intervención de dos jinetes que se parecen mucho a las dos criaturas de nuestro máximo escritor español. En el Capítulo X nos encontramos esta reveladora descripción: “Delante de ellos, proyectando gigantescas sombras azules sobre los campos llenos de surcos, cabalgaban dos hombres, uno en burro y el otro a caballo.” (Pág. 68) Y enseguida: “Se volvieron a saludarles una cara redonda y roja, llena de rayas, como un tomate demasiado maduro, y una cara exangüe, terminada en una barba pardusca y puntiaguda.” Si estos dos personajes no nos recuerdan todavía a Sancho Panza y a don Quijote respectivamente, leamos las líneas que siguen: “ --Tempranito llegan ustedes, caballeros—dijo el hombre alto que montaba el caballo rucio. Su voz era profunda y sepulcral, con una intermitente vibración de ternura, como un destello de luz en un río negro. --Tarde--dijo Lieo--. Venimos de Madrid andando. El hombre rechoncho se santiguó. --Están locos—dijo a su compañero. --Esa--dijo el del caballo rucio—es siempre la respuesta de la ignorancia cuando se encuentra con lo desusado. Estos caballeros, sin duda alguna, tienen muy buenas razones para hacer lo que hacen; y además la noche es el tiempo de las largas caminatas y de los hondos pensamientos (…) El hábito de la vigilia es uno de los que más necesitamos en este descarriado mundo moderno. Si más hombres pensaran y anduvieran toda la noche, habría menos miserias bajo el sol.” (Pág. 69) 


¿Aún no es suficiente? Pues leamos las palabras que dice en la siguiente página el hidalgo que monta el caballo rucio : “Quizá habré cavilado demasiado en la injusticia humana (…) Hace años yo hubiera salido a endereczar entuertos, porque nadie sino un hombre, un individuo solo, puede enderezar un entuerto.” Y en la 73: “Estas generaciones (…) están empeñadas en enterrar con infinita ternura el cadáver suntuosamente vestido de la vieja España (…) Señores míos (…): tenemos que salir otra vez con la lanza y el yelmo de la caballería andante a libertar a los esclavos, a enderezar los entuertos de los oprimidos.” Tales palabras son pronunciadas por un caballero,  cuyo nombre curiosamente es don Alonso, nació en la Mancha y su caballo se llama también Rocinante.

Pero lo más curioso todavía es que Dos Passos se encariña de este don Alonso, lo mismo que Cervantes de su don Alonso Quijano, y le hace cumplir su misma misión, es decir, criticar el estado de la situación española. Y salvo las páginas 77 a 86 que dedica a Baroja para considerar al novelista vasco el único, a excepción de Rusia, interesado por todo lo que la sociedad y la respetabilidad rechazan, es el hidalgo manchego, homónimo del otro que es criatura de Cervantes, quien toma la palabra.


Sin embargo, antes de comentar las intervenciones de este nuevo Quijote, no quiero dejar de referirme, aunque sea brevemente, a las mencionadas páginas dedicadas a Baroja, cuyo título global es Un novelista revolucionario. Dos Passos, tras afirmar que el interés por los parias en la literatura española es lo de siempre porque España es la patria de la novela picaresca, confirma la herencia que Cervantes legó al autor de La busca y Zalacaín el aventurero como sigue: “Estos haraganes y vagabundos de Baroja, como sus artistas y sus grotescos soñadores y sus fanáticos, son todos descendientes de los personajes del Quijote y de las Novelas Ejemplares”. (Pág. 82) La diferencia que separa los pícaros de Baroja de los del Siglo de Oro reside, según el escritor americano en que los de Baroja “eran pícaros alegres. Tenían siempre la lengua suelta y el éxito premiaba sus ingeniosas audacias”. Y aclara: “Los moldes de la sociedad no estaban tan endurecidos como lo están ahora; había menos presión de generaciones hambrientas o, más probablemente la piedad no había llegado a minar los cimientos”. (Pág. 83) Y, sin abandonar el aspecto de la piedad de la religión católica, más adelante afirma: “En los siglos XVI y XVII la monarquía católica empuñó la espada de la fe con tan buen resultado, que el sentimiento comunal fue muerto y el genio español forzado a entrar dentro del dominio de la mística donde cada ego tendía hacia la soledad de Dios. El siglo XVIII redujo a Dios a una abstracción, y el XIX trajo la piedad y la loca esperanza de corregir las injusticias de la sociedad. El español, como su don Quijote, montó el caballo de batalla de su idealismo y partió solo a libertar a los oprimidos.” (Pág. 85)

A todo esto, y volviendo ya al hidalgo don Alonso de la época de Dos Passos, el caballero muestra su preocupaciçon por España de un modo muy valiente, y así, en la página 89, después de haber afirmado que nuestra patria nunca se ha visto limpia de invasores, sentencia: “La conquista ha torcido y esterilizado nuestra alma ibérica sin cambiar un átomo de ella. (…) No hemos tenido en realidad reforma y, sin embargo, la inquisición fue aquí más dura que en ninguna parte.” Existe, pues, una necesidad de limpieza general, para don Alonso, y esa limpieza la llevará a cabo el campesino.

En la página 175 don Alonso parece un noventayochista esperanzador, incluso un novecentista idealizado, al considerar a Castilla como el escenario más idóneo para los grandes pensamientos. Y leyendo un poco más encontramos, a propósito de ello, esta afirmación, : “Hay en Castilla una belleza potencial (…), algo humano, tolerante, vívido, robusto. Yo no digo que esté en mí. Mi solo mérito consiste en reconocerlo, en formularlo, porque yo no soy más que un pensador. (…) Pero un día vendrá en que esta tierra áspera dé flores y frutos.” (¡Vamos, como el mejor Antonio Machado!) Y dos páginas más adelante concluye categóricamente: “Esta España nuestra hace camino lo mismo durmiendo que despierta.”

 


Para ir terminando esta modesta reseña de Rocinante vuelve al camino, de Johm Dos Passos, típico pensador español, Don Alonso elige Toledo como símbolo del alma de España y cree que todas las Españas poseen una corriente subterránea de tragedia. Y cita al Greco, a Goya, a Morales... y a continuación afirma que la vida humana “es un súbito canto de triunfo, surge de espacios desolados, abandonados, sombríos”. (Pág. 202) Para concluir: “Para mí, Toledo expresa la suprema belleza de esa trágica farsa. (…) Y la cúspide, la victoria, la inmortalidad de esto está en el Greco”. Para finalizar comentando la incomprensión de que fue objeto el autor del Entierro del Conde Orgaz, lo mismo que don Quijote. De uno y de otro pensaron todos que estaban locos.


 

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