domingo, 14 de junio de 2020

EL AÑO DE DELIBES (V)

LOS PÁJAROS DE DELIBES

Hemos visto en los tres artículos anteriores referidos al Año de Delibes pasar por el cielo de sus párrafos pájaros diversos. Por ejemplo, en Un año de mi vida (1972) aparecen muchísimas codornices (302 codornices, según la nota del 14 de septiembre de 1971, había cobrado la cuadrilla de cazadores a la que pertenecía el escritor en quince tardes). Y sólo en El camino (1950) hemos conocido a tres amigos, Daniel, el Mochuelo (apodado así porque precisamente sus amigos decían de él que fijaba mucho sus ojos en las cosas, vamos como un mochuelo, para entendernos), Roque, el Moñigo, y Germán, el Tiñoso (llamado de esta forma porque de pequeño le pegaron la tiña los pájaros que criaba su padre en casa), tres amigos entre cuyas numerosas conversaciones destacaban las que tenían que ver con los pájaros.

Pues bien, un día que discutían sobre el canto que oían los tres, Germán negó que se tratara de un jilguero, como aseguraban sus amigos, sino de un arrendajo, y, mientras porfiaban, vieron aparecer una culebra de agua que llevaba un pececillo en la boca; ahí se acabó la discusión porque inmediatamente empezaron a apilar piedras para bombardear a la culebra (un tonto de agua, la llamaban los tres amigos), y entonces fue cuando Germán resbaló con tan mala fortuna que cayó al río y se golpeó mortalmente la cabeza contra una roca. Posteriormente, causaría estupor entre los asistentes a su entierro, el hallazgo de un pájaro en su féretro, concretamente un tordo que Daniel había matado de camino a la casa de su amigo y depositado en su honor junto al cadáver.

En otra ocasión del libro, el padre de Daniel trae a casa un mochuelo gigante o Gran Duque y el niño lo cuida con esmero esperando ansioso la llegada del día de la caza del milano que su padre le había prometido. Y llegado éste, Daniel vive una de sus más grandes aventuras, en la que, además de presenciar la caza del milano, recibe accidentalmente en su piel un perdigonazo del cazador, obteniendo así una hermosa cicatriz de la que alardear siempre delante de sus amigos.

A propósito de los pájaros, el propio Delibes habla así de su presencia en sus libros en la nota que dirige a los lectores en Tres pájaros de cuenta (Miñón, Valladolid, 1982): “Habréis observado que los pájaros, bestezuelas por las que siento una especial predilección, se erigen a menudo en personajes de mis libros. Diario de un cazador está lleno de perdices, codornices, patos, tórtolas y palomas. Viejas historias de Castilla la Vieja, de avutardas, grajos y abejarucos. El gran duque es pieza esencial de El camino como la picaza lo es de La hoja roja. Las águilas, los cernícalos y los camachuelos forman el entorno del pequeño Nini en Las ratas… Finalmente, en mis dos últimas novelas, El disputado voto del señor Cayo y Los santos inocentes, intervienen también tres pájaros que juegan papeles fundamentales: el cuco y las grajillas en la primera, y éstas y el cárabo en la segunda. De los tres me he servido para componer el libro que ahora tenéis entre manos, no un libro de cuentos ni de historias inventadas, sino un libro de historias auténticas, vividas por mí y de las cuales son aquellos pájaros verdaderos protagonistas. Espero que su lectura no os deje indiferentes, antes bien sirva para acrecentar vuestro amor y vuestro interés por la Naturaleza.”

El cuento titulado La grajilla comienza del modo siguiente: Al llamar a la grajilla, al cuco y al cárabo pájaros de cuenta no quiero decir que sean malos. No hay pájaros buenos ni malos. Las aves actúan por instinto, obedecen a las leyes naturales, aunque, a los ojos de los hombres, algunas de sus acciones puedan parecer buenas y otras reprobables. Por ejemplo, el comportamiento de los tres protagonistas de este libro ofrece aspectos positivos y negativos. La grajilla, pongo por caso, roba la fruta de los árboles, especialmente de ciruelos y cerezos, pero, al mismo tiempo, nos libra de insectos perjudiciales y de carroña. El cuco, en la época de cría, deposita sus huevos en los nidos de otros pájaros más pequeños que él para que se los empollen, pero, en compensación, destruye orugas y arañas peligrosas para el hombre. Finalmente, el cárabo puede eliminar algún pinzón que otro, o cualquier otro pajarito que le molesta o le apetece, pero, a cambio, limpia el campo de ratas, ratones, topillos y otros roedores perjudiciales.
“A los tres les conocí siendo niño -aunque al cuco, que es un pájaro encubridizo, sólo de oídas-, cuando mi padre, que era un hombre maduro, serio y circunspecto, se volvía niño también, en contacto con la naturaleza, y nos enseñaba a distinguir el cuervo de la urraca, la perdiz de la codorniz, la alondra de la calandria y la paloma de la tórtola. Mi padre, ferviente enamorado del campo, conocía sus pequeños secretos, y el más remoto recuerdo que guardo de él es cazando grillos en una cuneta, haciéndoles cosquillas con una pajita larga y fina que introducía en la hura y movía con paciente tenacidad. A veces cazaba media docena y los guardaba bajo el sombrero, de forma que al regresar a casa, entre dos luces, armaban un alegre concierto sobre su calva, sin que a él, que en casa anteponía el silencio a todas las demás cosas, parecieran molestarle.
Así habla Delibes de su amado cárabo:
"A veces, en la soledad de nuestro refugio de Sedano, cuando el grito o la risotada del cárabo quiebran el silencio de la noche, nos preguntamos qué habrá sido de nuestro amigo, aquel pájaro afable, confiado y charlatán, con cara de viejecita escéptica, que sostenía nuestra mirada y soportaba los destellos de los flashes con la gracia y la naturalidad de una empingorotada estrella de cine".
“De las aves que conozco, el cárabo es –aparte la gaviota reidora– la única que tiene la propiedad de reírse: una carcajada descarada, sarcástica, un poco lúgubre, un ‘juuuj-ju-juuuuuj’ agudo y siniestro que le pone a uno los pelos de punta. Parece ser que estas risotadas del cárabo están relacionadas con el celo y la procreación, ya que, después de la puesta, su canto se dulcifica y, aunque se siguen produciendo, no es tan fácil escuchar aquellas carcajadas. El cárabo es rapaz de noche, hábil cazador, cabezón, ligero y, a diferencia de otras aves nocturnas, como el búho o el autillo, desorejado, con un cráneo redondeado y liso. Color castaño moteado, pico curvo amarillo-verdoso, y con unos discos grises o rojizos alrededor de los ojos que le dan la apariencia de una viejecita con gafas, escéptica y cogitabunda, el cárabo no tiene las pupilas amarillas como el resto de las rapaces nocturnas, sino marrones oscuras o negras. Semejante a un pequeño tronco de árbol debido a su plumaje mimético, al cárabo, cuando se inmoviliza de día en el interior del bosque, es difícil distinguirlo, parece una rama más. Pero, en ocasiones, las pequeñas avecillas lo descubren y, entonces, se arma entorno suyo una algarabía de mil demonios, con pitidos y silbidos de todos los matices, atemorizados intentos de agresión, etcétera. Pero el cárabo suele permanecer impasible, indiferente, como si la cosa no fuera con él. La tropa menuda del bosque siente hacia el cárabo una suerte de fascinación, mezcla de odio y pánico, fascinación semejante a la que experimentan las águilas y los córvidos hacia el búho gigante o gran duque, de la que se vale arteramente el hombre para cazarlos."

No hay comentarios:

Publicar un comentario