Según van las cosas, creo que este año vamos a celebrar la Semana Santa en nuestro recuerdo. Para ayudar a sobrellevar eso desde aquí continúo aportando mi pequeño granito de arena recordando algunos aspectos más relacionados con nuestra Semana Mayor.
En la anterior entrada se tocaban la comida y la repostería propias de esas fechas tan señaladas. Así que sigo con el tema.
Debido al antiguo rigor
disciplinario de la religión para los tiempos de Cuaresma, se produjo una cocina
especial, muy restringida, que se adaptó a dicho rigor y que aún se conserva en
nuestra tierra, impuesta sobre todo por las condiciones geográficas y por la
forma de vida de nuestras gentes. Dicho esto, al arte culinario de Zamora le
faltaría uno de sus duendes principales si no contara en sus platos más
conocidos con un diente de ajo, el ajo que en la Feria de San Pedro luce en
soberbias ristras al lado de otros frutos de la tierra, cerámica y aperos de
labranza. Ahí están el ajo arriero tan presente en la merluza o en el
imprescindible y omnipresente bacalao, las suculentas sopas de ajo que los
portadores de los pasos de la madrugada del Viernes Santo consumen en el Alto
de las Tres Cruces para reponer fuerzas, o el ajo sin más que acompaña a tantos
guisos zamoranos.
El dramaturgo Ricardo de la Vega dejó escrito sobre las virtudes de las sopas en general:
“Siete virtudes
tienen las sopas
quitan el hambre,
y dan sed poca.
Hacen dormir
y digerir.
Nunca enfadan
y siempre agradan.
Y crían la cara
colorada.”
De todos los dulces
artesanos que se consumen en esta época tan emblemática para todos los
zamoranos, que es la Semana Santa,
me quedo con las aceitadas, si bien
debo decir aquí que yo las consumo todo el año en receta de mi mujer,
siguiendo, eso sí, el protocolo tradicional. Las aceitadas tienen forma
circular, son compactas y de color tostado debido al baño al huevo que se les
aplica antes de meterlos en el horno (nosotros le trazamos en la cima una cruz
para tener bien presente el tiempo para el que se crearon). Sus ingredientes
son: aceite, harina, azúcar, huevos enteros, yemas, esencia de anís y una
copita también de anís. Las aceitadas solían cocerse en hornos de panadería.
Son de alto contenido graso y aporte calórico también muy importante. Su origen
se desconoce pero tradicionalmente se elaboraban sin manteca ni mantequilla,
utilizando en su lugar aceite, para cumplir así con los preceptos cuaresmales.
Sea como fuere, las aceitadas son para mí el dulce de la Semana Santa que más
me trae el recuerdo de la familia, y de mi madre en especial, durante esas
fechas tan destacadas. Muchos ratos pasé en mi infancia viviendo aventuras de
aceitadas ocultas bajo el baúl de la sala materna, en las que mi mano de niño
palpaba en la sombra la cruz abierta en lo alto de la aceitada y enseguida mi
boca paladeaba deleitosamente la masa dulce y harinosa, con sabor a anís y a
tiempo que no muere.
Otros dulces propios de la Semana Santa son los rebojos zamoranos, las magdalenas, las torrijas y las almendras
garrapiñadas (estas últimas suelen venderse en puestos ambulantes instalados en la
calle de Santa Clara, aunque también los cofrades de Jesús Nazareno las
reparten en la madrugada del Viernes Santo, durante la procesión de esa mañana.
Y para concluir, deseo opinar sobre el verdadero secreto de nuestra ciudad, uno de cuyos emblemas principales es, preciamente, su Semana Santa.
Allá por los años sesenta mi profesor de Dibujo del Instituto, Jesús Francisco Hernández Pascual, también delicado poeta, autor, entre otras obras, de Poemas de viento y sol, escribió sobre Zamora lo
siguiente: “En pleno siglo XX he aquí una provincia necesitada de
descubrimiento.” Creo que a nuestra Zamora su peculiar característica de rincón
apartado de las rutas turísticas importantes le ha privado de ese
descubrimiento. Sin embargo, todos los amantes del arte y de la paz estética,
lograda amasando edificio y paisaje, han sabido siempre dar con nuestra
provincia, recorrer su corazón de parte a parte y registrar en su almario las
impresiones duraderas de esta tierra tan singular. Y sólo ha bastado la
voluntad de descubrirla. Porque sin voluntad no hay espíritu ni ansias de
conocer y saborear la belleza, que es la obra natural más humana. La comodidad
es el mal de los tiempos actuales y hay tres factores que nos condenan a ella: el folleto de
la agencia de viajes, la televisión y ciertas redes sociales.
Desvelar el secreto de
Zamora no es sólo saber, por ejemplo, que San Pedro de la Nave es un monumento
nacional que se halla enclavado en El Campillo, o que el monasterio de
Moreruela levantó sus venerables piedras en 1131, o que la Colegiata de Toro es
representativa del más puro arte románico, o que el Cristo de las Injurias es
uno de los mejores crucificados del renacimiento español, o que Jerónimo de
Corral, imaginero barroco, nació en Villalpando, o que el templo de Cristo Rey,
del barrio de la Candelaria ha sido construido bajo la línea estética más
actual…
Poseer los anteriores
conocimientos y otros muchos vienen bien para aumentar nuestro acervo cultural, pero se necesita algo más elevado para desvelar parte del secreto de Zamora. Desvelar el secreto de
Zamora es encontrarse en el camino durante una visita a la tierra con un
habitante de Zamora, charlar un rato con él y entrever en su habla, en sus
gestos, en su mirada, en su modo de ser, una postura determinada, una inquietud
única, la esencia de ser zamorano que ha hecho posible que en la misma tierra
donde crece el trigo y la viña, las jaras y los castaños, hayan brotado esas
joyas de piedra únicas, esos milagros del arte con el volumen de un templo
románico o de una escultura de Abrantes y ese sentir especial que se experimenta en la calle con los demás y en la casa con la familia durante la Semana Santa.
Esto sí es desvelar parte
del secreto de nuestra ciudad y nuestra provincia. Saber encontrar en cualquier
manifestación artística la esencia, la idiosincrasia, el modo de ser zamorano.
Vuelvo a citar a mi profesor de dibujo Francisco Hernández Pascual: “El
destino, la historia, en último término, nos quiso hacer así, como la tierra
que pisamos, llanos, limpios, desnudos en la fe y en la palabra.”
Para desvelar, pues, el
secreto de Zamora hay que apartarse de los itinerarios de enciclopedia, de los
datos, de las fechas y de los movimientos artísticos que los libros contienen
(siempre, no obstante, podemos volver a ellos para consultar alguna duda), y
decidirse a contemplar la ciudad y la
provincia en su presencia viva, palpitante, intemporal, precisamente por ello. Como se hace en los días que dura la Semana Santa de Ocellum Durii.
Salud y buenos recuerdos desde Barcelona. Un zamorano de la diáspora.
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