lunes, 23 de marzo de 2020

MEMORIA DE UN JUBILADO. La Semana Santa de Zamora (IV)





 Según van las cosas, creo que este año vamos a celebrar la Semana Santa en nuestro recuerdo. Para ayudar a sobrellevar eso desde aquí continúo aportando mi pequeño granito de arena recordando algunos aspectos más relacionados con nuestra Semana Mayor.
En la anterior entrada se tocaban la comida y la repostería propias de esas fechas tan señaladas. Así que sigo con el tema.


Debido al antiguo rigor disciplinario de la religión para los tiempos de Cuaresma, se produjo una cocina especial, muy restringida, que se adaptó a dicho rigor y que aún se conserva en nuestra tierra, impuesta sobre todo por las condiciones geográficas y por la forma de vida de nuestras gentes. Dicho esto, al arte culinario de Zamora le faltaría uno de sus duendes principales si no contara en sus platos más conocidos con un diente de ajo, el ajo que en la Feria de San Pedro luce en soberbias ristras al lado de otros frutos de la tierra, cerámica y aperos de labranza. Ahí están el ajo arriero tan presente en la merluza o en el imprescindible y omnipresente bacalao, las suculentas sopas de ajo que los portadores de los pasos de la madrugada del Viernes Santo consumen en el Alto de las Tres Cruces para reponer fuerzas, o el ajo sin más que acompaña a tantos guisos zamoranos.
El dramaturgo Ricardo de la Vega dejó escrito sobre las virtudes de las sopas en general:
“Siete virtudes
tienen las sopas
quitan el hambre,
y dan sed poca.
Hacen dormir
y digerir.
Nunca enfadan
y siempre agradan.
Y crían la cara
colorada.”



De todos los dulces artesanos que se consumen en esta época tan emblemática para todos los zamoranos, que es la Semana Santa, me quedo con las aceitadas, si bien debo decir aquí que yo las consumo todo el año en receta de mi mujer, siguiendo, eso sí, el protocolo tradicional. Las aceitadas tienen forma circular, son compactas y de color tostado debido al baño al huevo que se les aplica antes de meterlos en el horno (nosotros le trazamos en la cima una cruz para tener bien presente el tiempo para el que se crearon). Sus ingredientes son: aceite, harina, azúcar, huevos enteros, yemas, esencia de anís y una copita también de anís. Las aceitadas solían cocerse en hornos de panadería. Son de alto contenido graso y aporte calórico también muy importante. Su origen se desconoce pero tradicionalmente se elaboraban sin manteca ni mantequilla, utilizando en su lugar aceite, para cumplir así con los preceptos cuaresmales. Sea como fuere, las aceitadas son para mí el dulce de la Semana Santa que más me trae el recuerdo de la familia, y de mi madre en especial, durante esas fechas tan destacadas. Muchos ratos pasé en mi infancia viviendo aventuras de aceitadas ocultas bajo el baúl de la sala materna, en las que mi mano de niño palpaba en la sombra la cruz abierta en lo alto de la aceitada y enseguida mi boca paladeaba deleitosamente la masa dulce y harinosa, con sabor a anís y a tiempo que no muere.
Otros dulces propios de la Semana Santa son los rebojos zamoranos, las magdalenas, las torrijas y las almendras garrapiñadas (estas últimas suelen venderse en puestos ambulantes instalados en la calle de Santa Clara, aunque también los cofrades de Jesús Nazareno las reparten en la madrugada del Viernes Santo, durante la procesión de esa mañana.


Y para concluir, deseo opinar sobre el verdadero secreto de nuestra ciudad, uno de cuyos emblemas principales es, preciamente, su Semana Santa.

Allá por los años sesenta mi profesor de Dibujo del Instituto, Jesús Francisco Hernández Pascual, también delicado poeta, autor, entre otras obras, de Poemas de viento y sol, escribió sobre Zamora lo siguiente: “En pleno siglo XX he aquí una provincia necesitada de descubrimiento.” Creo que a nuestra Zamora su peculiar característica de rincón apartado de las rutas turísticas importantes le ha privado de ese descubrimiento. Sin embargo, todos los amantes del arte y de la paz estética, lograda amasando edificio y paisaje, han sabido siempre dar con nuestra provincia, recorrer su corazón de parte a parte y registrar en su almario las impresiones duraderas de esta tierra tan singular. Y sólo ha bastado la voluntad de descubrirla. Porque sin voluntad no hay espíritu ni ansias de conocer y saborear la belleza, que es la obra natural más humana. La comodidad es el mal de los tiempos actuales y hay tres factores que nos condenan a ella: el folleto de la agencia de viajes, la televisión y ciertas redes sociales.
Desvelar el secreto de Zamora no es sólo saber, por ejemplo, que San Pedro de la Nave es un monumento nacional que se halla enclavado en El Campillo, o que el monasterio de Moreruela levantó sus venerables piedras en 1131, o que la Colegiata de Toro es representativa del más puro arte románico, o que el Cristo de las Injurias es uno de los mejores crucificados del renacimiento español, o que Jerónimo de Corral, imaginero barroco, nació en Villalpando, o que el templo de Cristo Rey, del barrio de la Candelaria ha sido construido bajo la línea estética más actual…

Poseer los anteriores conocimientos y otros muchos vienen bien para aumentar nuestro acervo cultural, pero se necesita algo más elevado para desvelar parte del secreto de Zamora. Desvelar el secreto de Zamora es encontrarse en el camino durante una visita a la tierra con un habitante de Zamora, charlar un rato con él y entrever en su habla, en sus gestos, en su mirada, en su modo de ser, una postura determinada, una inquietud única, la esencia de ser zamorano que ha hecho posible que en la misma tierra donde crece el trigo y la viña, las jaras y los castaños, hayan brotado esas joyas de piedra únicas, esos milagros del arte con el volumen de un templo románico o de una escultura de Abrantes y ese sentir especial que se experimenta en la calle con los demás y en la casa con la familia durante la Semana Santa.
Esto sí es desvelar parte del secreto de nuestra ciudad y nuestra provincia. Saber encontrar en cualquier manifestación artística la esencia, la idiosincrasia, el modo de ser zamorano. Vuelvo a citar a mi profesor de dibujo Francisco Hernández Pascual: “El destino, la historia, en último término, nos quiso hacer así, como la tierra que pisamos, llanos, limpios, desnudos en la fe y en la palabra.”
Para desvelar, pues, el secreto de Zamora hay que apartarse de los itinerarios de enciclopedia, de los datos, de las fechas y de los movimientos artísticos que los libros contienen (siempre, no obstante, podemos volver a ellos para consultar alguna duda), y decidirse  a contemplar la ciudad y la provincia en su presencia viva, palpitante, intemporal, precisamente por ello. Como se hace en los días que dura la Semana Santa de Ocellum Durii.



 Salud y buenos recuerdos desde Barcelona. Un zamorano de la diáspora.
 


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