miércoles, 22 de febrero de 2017

MEMORIAS DE UN JUBILADO. ALBORÁN. NOTAS Y REFLEXIONES





                              

A punto de salir para el aeropuerto de El Prat aún tengo muy presente la fiesta familiar de mi cumpleaños de ayer, con los regalos de mis nietos, dos ranas que viven de noche con su luz y la frase de Feliz Cumpleaños con su mejor caligrafía. De mi mujer, un par de polos para el buen tiempo y hacer real la esperanza, y de mis hijos una petaca para licor y libros para amenizar esa esperanza activa, El Danubio, de Magris, y Número Cero, de Eco, cuya voz física acaba de desaparecer, y que me llevo de viaje.

En el hotel, 6 de la tarde, 6ª planta. A la vista, el mar de Alborán, muy movido, y aullando el fuerte viento al otro lado de los cristales de la terraza. Si el tiempo sigue en contra nuestra, dejaremos la primera exploración de los alrededores para otra ocasión. Lectura en la habitación, y en la cafetería el partido de fútbol entre los dos equipos más importantes de Madrid, con derrota del Real por 0-1, y el gol del Atlético de Madrid marcado por Griezmann. Adiós triste de Ronaldo a la liga de este año.
El protagonista de Número Cero, Colonna, un escritor por encargo, me narra la historia de un negocio basado en un periodismo sensacionalista. Milán, 1992. Todo está dispuesto para que nazca una amistad entre Colonna y yo, su confidente incondicional en este caso.


Al fin el viento parece habernos concedido una mañana de sol tranquila, así que nos hemos echado al paseo marítimo y, chino chano, cruzándonos con otros valientes, hemos llegado hasta el Faro, el Castillo de Santa Ana y el puerto pesquero y recreativo de Roquetas de Mar. Ha sido un reto para las piernas pero ha valido la pena aceptarlo. El faro, el baluarte, el espejo quieto del agua del puerto, los trabajadores remedadores de redes, los jubilados tomando el sol… Vida sin más.

Cuando el viento feroz hace su reaparición, hasta la luna tiembla de miedo al ver las esbeltas ramas de las palmeras convertidas, bajo su empuje, en tristes y feos escobajos.

Las araucarias del paseo marítimo son raspas de sardina secándose al sol.
En cambio, las araucarias que adornan los jardines de los chalets se vuelven aristocráticas y aspiran a convertirse en nobles candelabros judíos.

Hay un momento en la lectura en que Colonna llama a la puerta de mi habitación. Le abro y lo encuentro agitadísimo. Quiere hablarme urgentemente de Braggadocio (menudo nombre, pensé, siempre con las bragas--¿de quién?-- por delante, je je). “¿Se ha dado cuenta de que Braggadocio se ha fijado más que yo en Maia?”, me preguntó visiblemente molesto. Ni le contesté. Acababa de leer que precisamente era él, Colonna, quien había dicho de Maia que era un poco delgada para su gusto, que hasta no tenía tetas, pero que podría pasar. Acto seguido, sin transición, me propuso que le acompañara a Milán. “No se sorprenda”, me animó. “Con solo desearlo estaremos allí”. “¿Qué voy a hacer en el Milán de 1992?”, le dije. “Ser otra persona, ¿no le gustaría ser otra persona?”  “No, me gusta ser la que soy, con sus pocas virtudes y sus muchos defectos”. Me miró fijamente, como para hipnotizarme. Cerré los ojos instintivamente. En ese momento los golpes acostumbrados de mi mujer en la puerta de la habitación (sin duda volvía de su clase de gimnasia) me despertaron.

El trayecto en autobús a Almería encierra sus sorpresas. A un lado y a otro, sin oleajes de ningún tipo, se extiende el mar de plástico, y el autobús lo abre en dos partes como la magia de Moisés en su huida hizo con el mar Rojo. Están también por ambas partes las eternas palmeras, traídas en su día desde Elche, y la enorme mole de la sierra de Gádor, que nadie trajo y que aquí ya estaba cuando nació lo de la despensa de Europa, los invernaderos y el mar de plástico, la sierra pelada del color de la perdiz, bravía como ella.

En Aguadulce (“agua dulce, agua salá, por agua viene, por agua se va, agua dulce agua salá, bendita la vida, te quita y te da …”; Julio Iglesias sí que sabía) es tan angosto el espacio entre el mar y la sierra, que las casas se ven obligadas a escalar las laderas de las montañas.

Al salir de un túnel, el autobús, que corre colgado sobre el mar, nos muestra las piscifactorías circulares que roban el agua al mar para realizar sus negocios.


En la avenida Federico García Lorca las palmeras son poemas de fuego escritos a la libertad… Libertad que, precisamente, no tuvo el poeta granadino.

Atlantes y cariátides soportan la belleza arquitectónica en medio del tráfico y el vértigo cotidianos.

 

Frente a la fachada roja del Teatro Apolo dos ciclópeos espectadores de piedra lo contemplan extasiados en medio de un mudo ansioso de morir deprisa.

La vieira de Santiago sueña en la fachada de su templo luchas y caminos redentores.

El fantasma del Hotel Zafiro se aparece una vez al año al vagabundo de turno que osa pasar la noche en el edificio hoy en ruinas. Esa única vez se da todos los 20 de febrero, día y mes en que tuvo lugar el incendio que arrasó el Hotel hace ahora 6 años. Y por lo que dicen los periódicos este año ha vuelto a ocurrir. Un vagabundo ha sido encontrado muerto junto a las ruinas. Tenía una cerilla en la mano y la colilla de un cigarro entre los labios. El fantasma del niño vestido con un pijama con la cabeza de Micky Maus ha vuelto a causar una nueva muerte con su aparición.

En el Paraje Natural de Las Entinas- Sabinar, el mar de Alborán, que se encuentra a un centenar de metros separado del solitario lugar, juega al escondite apareciendo aquí y allá de golpe entre las sufridas sabinas, unas veces en forma de pequeñas lagunas y otras de charcos salinos.

Charcos de sal reflejan la soledad y abandono del raso bajo un viento tan feroz que despeina hasta las pisadas.

Varios grupos de palmeras juegan a crear pequeños oasis en la playa.

Es sólo casualidad que el Hotel Playasol, donde estuvimos alojados en otro viaje anterior hace 5 años, se encuentre a escasa distancia del Hotel Trinidad, que nos aloja ahora. Pero de ningún modo lo es que, movidos por la música que suena en la memoria, algunas noches hayamos acudido a él para bailar. Más bien ha sido pura querencia. ¿O ha sido por defecto del Trinidad en el campo de la danza?

Desde aquí arriba, 6ª planta del Hotel donde se encuentra nuestra habitación, casi en las chapelas del cielo, contemplo con tristeza las copas de las palmeras agitarse por la violencia del viento como si fueran meros escobajos, mientras que allá abajo el mar amenaza la orilla con olas furiosas, que finalmente dejan en la arena sus espumarajos de rabia. ¿Qué le habremos hecho a los elementos naturales para que estén tan enfadados con los humanos? Pero la respuesta es obvia y la conocemos demasiado bien.

Se hace eco el periódico de lo que la gente del pueblo cuenta del incendio del Hotel Zafiro y de la aparición del fantasma del niño vestido con un pijama con la cabeza de Micky Mouse. La noche del 20 de febrero de 2010, por causas que aún no se conocen del todo, se declaró un incendio en la parte más alta del edificio. Cualquiera que pase a su lado por la calle y mire hacia arriba podrá descubrir aún las ventanas superiores ennegrecidas por el humo del incendio. Era de madrugada y mucha gente fue sorprendida por el fuego mientras dormía, encontrando así una horrible muerte entre las voraces llamas del incendio o por inhalaciones causadas por la espesa humareda. Especialmente los alojados en la planta superior. Uno de los muertos era un niño de unos diez años de edad, que llevaba puesto un pijama con la cabeza de Micky Mouse.

Durante otra sesión lectora Colonna me llevó, ahora con mi consentimiento, al Milán de los canales para mostrarme la casa donde vivía Maia Fresia. Apareció la joven en la puerta y se me acercó como si yo fuera un amigo de siempre. Me besó en la mejilla y despidiéndose de Colonna me condujo al interior de la vivienda. “Enseguida te devuelvo a tu amigo”, dijo, y yo sonreí como un poseso. Los golpes acostumbrados de mi mujer en la puerta de la habitación me obligaron de nuevo a abrir los ojos y a tirarme de la cama lo más rápido que pude. Mi mujer, al verme, me dijo: “¿Qué hacías?” No supe contestarle.

Dicen que el fantasma del niño cada 20 de febrero se aparece al infortunado que se atreve a pasar la noche allí y para calentarse intenta hacer fuego con el material combustible que encuentra tirado entre los escombros. Supone la gente que el fantasma no quiere hacer ningún daño al intruso. Que sólo quiere impedir que vuelva a arder en llamas el Hotel Zafiro. Lo que debe de ocurrir es que el vagabundo, espantado, en su huida encuentra la muerte por un ataque al corazón.

Dudo que sea verdad lo que un personaje de Número Cero dice de los periódicos, que enseñan a la gente a pensar. Puede que algún periódico, serio y responsable, cuyo director sea más o menos independiente y sus redactores principales íntegros, honrados y respetuosos con la verdad, la bondad y el buen gusto, y expertos conocedores de la lengua que emplean.

También considero arriesgado afirmar que en la vida, como en el periodismo, la actualidad es descubrir que alguien nos ha estado engañando hasta ahora. Más bien creo que la actualidad cuesta encontrarla y que una vez localizada necesita la criba exhaustiva de diferentes puntos de vista lo más objetivos posible.

Braggadacio revela a Colonna, sin darse cuenta de que yo estoy presente, la rocambolesca historia del doble de Mussolini, que no murió asesinado, tal como se cuenta en los libros oficiales de la historia de Italia.

A la vista de algunas de las “obras de arte” expuestas en ArcoMadrid 2016, creo que el Arte (con mayúscula) en manos de este arco (con minúscula) no tiene ni flechas ni diana fiables.

Bailar es poner el cuerpo en contacto con la música y dejar que suba con ella al ámbito del alma, donde el tiempo se convierte en siempre ahora.

Hemos pasado cuatro días envueltos de calima y polvo rojo africanos. Por fin el viento los ha disipado y los humanos podemos descubrir tras la cercana Sierra de Gádor las cumbres de Sierra Nevada con su corona blanca.

Entre el mar de Alborán y la Sierra de Gádor se extiende el sueño de plástico, sueño de inciertas riquezas y seguras frustraciones.

Cuando las palmeras de los paseos se ven amenazadas por el rodar constante de los coches, recogen sus esbeltas figuras y bajan a la playa a bailar sardanas.

Velas de barco de mármol sueñan pasados que no volverán mientras las acompañan surtidores de presente, puesto su afán en un futuro incierto.

Al contrario que el faro, que ha olvidado pronto las antiguas navegaciones para acoger entre sus muros exposiciones de pinturas, ventanas abiertas a la representación de la vida y la belleza, bodegones de flores y figuras humanas.

Como el Castillo de Santa Ana, puro envoltorio de la historia (en pie sigue la traza de su fortificación), puro recuerdo de sus glorias guerreras (en los cañones que toman el sol como otros jubilados en la explanada), conserva eso sí un mirador desde el que se puede gozar de una vista espléndida de la bahía de Almería. Hoy sus ataque de piratas y moriscos, incendios y terremotos como mucho se han convertido en una exposición de los Desastres de la Guerra de Goya en lo alto de su claustro renacentista, que es quizá el elemento arquitectónico más digno de ver del conjunto del Castillo.

Me entero por Braggadocio de que el verdadero Mussolini fue llevado solapadamente al Vaticano mientras su doble sufría la masacre del piazzale Loreto. Psado un tiempo el verdadero Mussolini, disfrazado de fraile, enfermizo y con barba, tomó un barco para Argentina con pasaporte vaticano. ¡Menuda historia! ¿Se me ocurrirá algo a partir de ella?

También oí a Colonna decir a su amada Maia que el Número Cero, es decir, el diario Domani, no iba a salir nunca. Y me quedé tan tranquilo. ¿Para eso había seguido con atención las idas y venidas, las discusiones y los proyectos del equipo periodístico formado por Simei, Braggadocio, Colonna, Lucidi, Cambria y demás a través de casi 150 páginas del libro de Umberto Eco?

En Mentes Criminales, serie televisiva de las pocas que se salvan, a veces oyes frases que te hacen pensar. “En los momentos que tomas decisiones se modela tu destino” es una de ellas. Creo que en parte es verdad. El destino de cada uno es algo superior a nosotros mismos que no llegamos a comprender del todo, pero algo aportamos cuando, ante las múltiples ocasiones que nos ofrece la vida de tener que elegir una opción frente a otras, nos inclinamos por una determinada.

Te sientas en la orilla y te descalzas para jugar a ser diosa de tu destino por un momento y caminas por la orilla de las olas felizmente, entre las posidonias relajadas. Y yo te sigo al lado como un siervo de amor callado y seguro de recoger el premio algo más tarde. No hay nadie más que tú y el mar (yo apenas cuento: sólo soy tu sombra enamorada), y el mar lo sabe porque rubrica a tus pies con su blanquísima y afiligranada caligrafía su disposición a seguir embelleciéndote.

A todo esto, Braggadocio se metió por medio una noche que Maia se marchó antes de terminar la reunión para contarme al llegar a la via Bagnera lo que le pasó a Mussolini (¿al doble?, ¿al verdadero?) después de muerto. Un tal Leccisi, admirador acérrimo del Duce, exhumó sus restos del cementerio de Musocco y los ocultó en casa de uno de sus compinches durante un tiempo hasta que se los entregó al padre Zucca, prior franciscano del convento de Sant’Angelo de Milán, donde finalmente los emparedó.

Una de las cosas que más me gustó del libro de Eco fue sin duda el momento cumbre de la declaración de amor de Colonna a Maia y a su propuesta de denunciar a Simei y todos sus tejemanejes en torno a Domani a los periódicos de verdad. Pero en un despiste previsto del relato Braggadocio conduce a Colonna a San Bernardino alle Ossa, templo que despliega por doquier calaveras, clavículas, rótulas, astrágalos, un sinfín de huesos. ¿Un lugar ideal para esconder los restos del Duce?

Es una tarde gris como las aguas del mar, como las nubes que pesan en el cielo y amenazan desplomarse de un momento a otro. Desde el balcón de la habitación contemplo lo único blanco que permanece a esta hora en su sitio: la curva de la espuma de las olas dibujada en la arena de la playa. Lo demás es gris y el lamento prolongado que vuela con el viento hasta enredarse en los escobajos de las azotadas palmeras. Pero mi corazón está en paz y ningún pensamiento negativo turba mi cabeza. Por otra parte esta tarde gris como las aguas del mar, como las nubes que pesan en el cielo, mañana será un recuerdo del pasado y en su lugar habrá otro cielo y otro mar, como es costumbre entre los elementos naturales. Sin embargo, pido que siga la paz reinando en mi corazón y en mi cabeza.

Otra frase que hace pensar: “Los periódicos no están hechos para difundir noticias, sino para encubrir noticias”.



Como la tarde se ha vuelto imposible, hoy toca lectura. “El Duero en Machado”. No es cierto, como dice el ensayista, que Campos de Castilla sea un poemario pesimista. Hay mucho amor, mucha belleza y mucha esperanza en muchos versos de sus poemas. Si no me cree, que el autor vuelva a leerse los versos que Machado dirige a su amigo Palacio. “Elogio de la sombra”, Borges. “Las estéticas no pasan de ser abstracciones inútiles”. No le falta razón, aunque a veces fomentan el respeto y el buen gusto en el género humano, tan ciego, por otra parte, respecto a este tipo de trascendencias.  “A los espejos, laberintos y espadas se han añadido la vejez y la ética”. ¡Suma perfecta!

Anoche lluvia torrencial, y ahora, por la mañana, sol radiante, aunque acompañado en todo momento, para no perder su violenta costumbre, por un viento verdaderamente enloquecido. El ruido de las palmeras azotadas por el invisible elemento impide oír el rezo constante del mar. Aun así, nos hemos atrevido a salir un rato al paseo aunque bien abrigados, eso sí. Nuestra heroicidad ha recibido la recompensa de poder disfrutar de la impresionante vista blanca de las cimas nevadas de Sierra Nevada. Nos animamos a seguir caminando. La vida es camino, no sofá de hotel. Mientras demos un paso adelante, seguiremos vivos.

Aquí estamos los dos, al pie del faro y de cara al mar, sin grandes preocupaciones y con las justas esperanzas, disfrutando de estas horas que nos regala el tiempo. Después Dios dirá y lo que la suerte nos tenga reservado. Aquí y ahora, sentados al sol en un banco de madera al pie del faro, lo que cuenta es que seguimos juntos, con esta salud otoñal que todavía tenemos.

La historia de España, desde que yo vine al mundo (febrero de 1944) hasta el momento actual (finales de febrero de 2016), durante los primeros 6 lustros giró alrededor de la presencia endiosada del general Franco, y el resto de los años se ha visto nublado igualmente por la sombra alargada del Dictador. Casi igual ha ocurrido en la vecina Italia con el Duce.

En la novela de Eco sobreviene la última noche feliz de Colonna y Maia. Ésta le habla de Música de la buena y lo demás viene dado. Y al día siguiente, zas, la muerte repentina de Braggadocio de una puñalada en la espalda en la Via Bagnera, seguramente ejecutada por alguien que no quería que el periodista diera a conocer lo que había averiguado acerca del final de Mussolini y pensaba publicarlo en algún periódico de Milán.

Descubro desde el balcón del Hotel la primera señal de vida humana en la playa. Dos hombres, acompañados de sus perros, caminan indolentemente por la orilla del mar. Es domingo y un sol radiante ilumina el azul del cielo y el verde bailarín de las inquietas palmeras. ¿Dónde iremos hoy? ¿Daremos nuestro paseo acostumbrado o nos dejaremos llevar por el azar? Tenemos tiempo de pensarlo mientras desayunamos en el casi vacío comedor del Trinidad (la mayoría de los clientes lo han debido de hacer ya para incorporarse al impaciente ir y venir de las excursiones de Mundosenior). Finalmente, nos inclinamos a subir al autobús que lleva al mercadillo de Vícar, más por descubrir alguna sorpresa arquitectónica o paisajística que por visitar el tan renombrado mercadillo.

Luego resulta que el viaje a Vícar es una gran decepción. Las únicas sorpresas artísticas no son más que unas sonadas horteradas con intención de convertirlas en monumentos (a la mujer, al agua, a los trajes regionales, a la bola del mundo…) que el dinero salido del mar de plástico ha ido colocando en las rotondas de la gran avenida flanqueada de palmeras, todas traídas desde Elche en épocas más prósperas que las presentes.

Maia, carne abierta a la carne de Colonna, escucha de labios de éste la historia de Braggadocio antes de ponerse ambos a la fuga y tras recibir de manos de Simei sus respectivos honorarios por la labor realizada en el imposible Domani. Maia y Colonna viven felices en Orta, a la vista incomparable de la isla de San Giulio.
                                                                                                   
Febrero se acaba y nuestro viaje también. Sol estallando en el balcón. Y sin viento. Así que de momento las palmeras están quietas. Al fondo del mar, a la derecha, vemos con más claridad que nunca la franja de tierra del Cabo de Gata (una lengua de gato lamiendo el horizonte marino). Es la hora de los adioses. Durante el paseo de la mañana, el último, nos despedimos del Paraje Natural de Las Entinas-Sabinar. Antes, el Obelisco, la pérgola de los surtidores, las baldosas rojas y blancas que forman olas bajo nuestros pies, las pequeñas gaviotas, el césped aún mojado por el relente de la pasada noche, la corona blanca de Sierra Nevada al fondo, tras la parda Sierra de Gádor… En el Paraje Natural, espejos de lagunas, pequeños charcos de sal, caminos para viandantes, sabinas enanas, suave susurro de la brisa entre ellas, las últimas fotos del viaje.

En el jardín del Hotel hacemos tiempo para la hora de comer (último servicio). Olor a pintura, gorriones que bajan volando a las piscinas para beber agua, voces lejanas de jubilados que juegan a la petanca al otro lado del Hotel, tinajas que han olvidado contener líquidos que alegran y curan la vida humana para convertirse en nidos de rojos geranios y cactos punzantes y retorcidos.

Agua, palmeras, un soplo de brisa que susurra bajo el cielo azul. Hora quieta como un pensamiento de paz. ¿Dónde la dificultad de encontrar las palabras precisas? Basta sentir en la piel este sol de marzo recién estrenado para hallar la sosegada luz del poema o de la vida sencilla, que es lo mismo.

Rimábamos ayer perfectamente con la verdad de una luz entretejida con amables crepúsculos a la orilla del mar, con amores de alcoba consentidos. Rimábamos ayer tan fácilmente con la bondad de las cosas de la vida sencilla, que hoy nos duele hasta acordarnos de ello, a la vista de tanta indiferencia, tanto engaño y tanta cobardía. Hoy rimamos con la tiranía de los desplantes y noches de indigentes con lechos de cartón y hoteles de cajeros automáticos, con trajes de satén en los platós y zumos de lujuria, con  prosa sazonada de baratas politiquerías. Hoy rimamos difícilmente con abrazos sinceros y ocasos contemplados desde algún chiringuito. Poco más. Porque el verso sincero cuesta mucho cazarlo y se encuentra escondido en pozos inaccesibles y apenas quedan limpios cangilones que saquen como ayer el agua pura.

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