viernes, 10 de febrero de 2017

CARTAS DE UN TIEMPO INMEMORIAL (I)




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11 de mayo de 1972.
A seis años de tu partida, padre, he bajado a la calle y he comprado dos rosas para llevártelas. He de decirte una cosa: aún se sigue esperando media hora para tomar el autobús de Casa Valero. Y al llegar aquí, me he visto de repente en un paisaje envuelto por el silencio. Algún pájaro canta escondido entre los escombros de las casas derrumbadas. El sendero por el que veníamos desde hace años se ha ido estrechando considerablemente ante el empuje imparable de las hierbas salvajes que crecen en sus orillas. Aquí hay matas de margaritas tan altas como un hombre, y las higueras que crecen a su antojo en el lugar refrescan con ellas sus oscuras rodillas. Apenas hay viento, y el cielo se ha vestido con ropajes de neblina.
La entrada del cementerio está desconocida.
Un momento. Oigo voces. Es de gente que baja por tu calle.

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--¿Has visto, mamá, qué geranios más hermosos? Parecen de terciopelo.
--Con el agua de los jarros hasta arriba, creo que durarán.
--El candelabro que le compró el tío Lucas queda bien en el centro.
--Y es más económico que las bombillas de pilas.
--El día acabará estropeándose. Cada vez hay más nubes.
--Seguro que llueve a la tarde.

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La gente pasa de largo. Silencio de nuevo.
Como te iba diciendo, la entrada está desfigurada. Nuevos edificios de nichos se han ido levantando para daros cobijo. Pero enseguida he reconocido el paseo de los cipreses. De camino, me he encontrado en el suelo el esqueleto de un pájaro, posiblemente un gorrión, y escuchado la algarabía de muchos ellos que deben de andar escondidos en los cipreses. En la esquina del paseo he vuelto a ver la foto de aquel novio con cara de enfermo que mira desde detrás del cristal de su nicho. Se ve junto a su brazo un trozo del vestido blanco de su reciente esposa. Pensando en ello y enfilando la cuesta que desemboca en tu distrito, me he imaginado que al entrar en tu calle te vería sentado en el hueco de tu morada, como esperándome para charlar un rato y fumar juntos unos cigarrillos. Pero todo se ha escapado como el humo del cigarrillo que yo acabo de tirar.

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Me hubiera gustado que bajaras conmigo a la plaza de la fuente monumental, a ver las palomas y a los niños que juegan con ellas a hacerlas correr hasta salir volando a pocos pasos de ellos. Habríamos tomado un rato el sol en el quiosco de las cervezas hablando de lo que Barcelona ha progresado, de la gran calzada que pasa por debajo de la Plaza de España hacia el centro de la ciudad, de las prolongaciones y las nuevas líneas de metro, del piso que tengo en Horta, de los cuadros que he pintado… Me hubiera gustado que pasaras el día conmigo. Hoy es domingo y lo primero que habríamos hecho es darnos una vuelta por el mercado de San Antonio buscando algunos números de El Ruedo, de esos que hay en casa y que tú cosiste amorosamente para conservarlos juntos. Después te habría llevado a casa para que conocieras a mi familia, a tu nieto (si lo vieras, te encantaría y querrías cogerlo en brazos y hacerle reír y todas esas cosas que suelen hacer los abuelos con sus nietos)… Pero no puede ser. Eso ya no podrá ser nunca. Dios, tú y yo lo sabemos de sobra.

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He colocado las dos rosas sobre el cristal de tu nicho. Los dos jarros que lo flanquean están llenos de agua verdinosa y sucia y algunos mosquitos revolotean alrededor. Los lavaré en la fuente cercana para que mamá, cuando venga algo más tarde, pueda poner ramos de flores  dentro.
Ahora tengo que irme. Pero volveré. Adiós, padre.

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