martes, 25 de octubre de 2016

DOS NOVELAS



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Hay editoriales que intentan tentarme con publicarme dos novelas a un precio módico. Se tratan a mi parecer de dos editoriales que emplean la coedición como medio de subsistir; una es Áltera y otra Punto Rojo Libros. Y esas dos novelas son En busca de la gloria y Una carta de amor bajo la lluvia. Hace ya un par de años envié En busca de la gloria a un premio de novela histórica que promociona la primera editorial mencionada, es decir, Ediciones Áltera, distinguida por promocionar a sus autores o a aquellos que participan en su concurso y cuyas obras, según ellos, poseen suficiente calidad literaria para ser publicadas (la base 11 del concurso dice al respecto: Ediciones Áltera se reserva el derecho preferencial de publicación de aquellas obras que…” etcétera).
Por si se quiere conocer algo de En busca de la gloria, aquí incluyo un breve fragmento:
“En la misma mesa corrida donde desayunaba, a poca distancia de él, otros dos huéspedes, con los restos del desayuno delante de ellos, hablaban entre dientes sin dejar de mirarlo con aires de censura. Blanco Cela entendió enseguida que seguramente estaban criticando el hecho de que, habiendo sido él el último en llegar a la Fonda, el dueño le había adjudicado una de las mejores habitaciones de la casa, con vistas a la misma calle de Toledo; así que rompiendo el hielo les dijo acompañando sus palabras con una sonrisa:
--Señores, si sus veladas críticas tienen que ver con el trato de favor que he recibido y la habitación que ocupo en este establecimiento, les aseguro que no he tenido nada que ver con ello. No tengo ninguna culpa de tener buenos amigos en Madrid.—Rodeó su boca con la mano y bajó la voz para añadir mientras con prevención dirigía la mirada a la puerta del comedor:-- Es a ellos y al posadero, en todo caso, a quienes deben pedir explicaciones. ¿No les parece?
Los dos hombres cambiaron de semblante al oírlo y sendas sonrisas aparecieron en sus bocas. El primero en hablarle fue el más joven de los dos, un hombre de rostro delgado y pálido y provisto de grandes y moradas ojeras:
--Agradezco su franqueza, señor. En estos tiempos que corren es difícil encontrar a alguien como usted. Me presentaré: soy Tomás Trillo, dramaturgo en vacaciones forzadas, quiero decir que estoy huérfano de contratos. Y este que veis a mi lado –añadió señalando con el pulgar a su acompañante--, es León Lastra, de oficio ganadero aunque en época de vacas flacas.
--Encantado de conocerles. Yo me llamo Antonio Blanco Cela y soy periodista y poeta.
--Buenos tiempos para ser periodista—dijo el tal Lastra, un hombre de mediana edad, rojo de cara y con patillas a lo bandolero—, pero muy malos para ser poeta. Si se dedica a este último menester se quedará como su apellido, en blanco.
Blanco rió de buena gana la broma del hombre y luego dijo:
--Perdone, pero yo estaba pensando lo mismo de su nombre.
--¿Qué quiere decir?
--Que llamándose León, no me extraña que su ganado haya desaparecido.
Ahora rieron los tres.
--Creo que usted nos va a caer bien—dijo el joven de la cara pálida--. ¿Se va a quedar aquí mucho tiempo?
--Depende de cómo me vayan las cosas.
--Pues ahora tiene una buena noticia que tratar en su periódico.
--De momento no trabajo en ninguno, pero espero hacerlo pronto. ¿A qué noticia se refiere?
--Ayer murió el Narizotas. Ya sabe, el rey Fernando VII. Dicen que de un violento ataque de apoplejía. Aunque si quiere que le diga mi verdad,  más bien creo que su muerte ha sido el resultado de un cúmulo de excesos de todo tipo. Ya sabe—aclaró apuntándose con el índice la entrepierna.
El hombre de las patillas a lo bandolero añadió:
--De todo abusó el Rey. De ahí que al poco de morir, todavía caliente, su putrefacto cadáver despedía un hedor insoportable. Con decirle que han tenido que meter el cuerpo en una caja de plomo para que el olor no corrompa el palacio de la Granja y sus alrededores, se lo digo todo. A ver si lo llevan pronto al Escorial.
--Menos mal que con su muerte—dijo el dramaturgo sin contratos--, gran parte del pueblo español se debe de sentir aliviado de su inmensa pesadumbre. Fue siempre un desastre como hombre y como Rey. A él le debe España infinidad de desgracias; la peor de todas,  el retraso que ha hecho sufrir durante años a nuestra cultura nacional.
Blanco Cela asistía asombrado de la libertad y claridad con que se expresaba el joven de rostro delgado y pálido, que seguía diciendo:
--¿Sabe cómo le llamo yo en una de mis obras? El Rey de la guerra, la proscripción y la muerte. Ese es el título de mi drama. En ella resumo el balance de su funesto reinado de esta manera: En la reacción que tuvo lugar en 1814 fueron proscritas y desterradas quince mil personas por liberales, y en la de 1823, veinte mil. La guerra de la Independencia costó trescientas mil vidas. Más de cien mil, la guerra de 1823, que se hizo para restablecer el absolutismo. Seis mil personas encontraron la muerte en el cadalso tras juicios rápidos y muchas veces misteriosos. Ocho mil fueron asesinadas sin proceso alguno. Dieciséis mil personas murieron a consecuencia de los tormentos, privaciones y penalidades que habían sufrido previamente en las cárceles. Veinticuatro mil fueron condenados a presidio… ¿para qué seguir?
Verdaderamente agotado, el dramaturgo sin suerte se tomó un descanso. También Blanco Cela respiró aliviado tras escuchar aquella lección de crímenes y atropellos regios.”


Resultado de imagen de una carta de amor bajo la lluvia 
Mi segunda novela, Una carta de amor bajo la lluvia, la autoedité hace años en Bubok, de manera que ya está publicada; así que el que desee leerla, puede adquirirla en Bubok. Pero ahora la editorial Punto Rojo Libros se ha puesto en contacto conmigo por medio del correo postal (mientras que Áltera lo ha hecho ya dos veces por lo menos por medios digitales) para proponerme “una nueva edición actualizada y su posterior publicación y distribución en todas nuestras librerías asociadas, que recogen más de 500 puntos de venta físicos de España (palabras textuales).” Y para apoyar su propuesta añaden que escritores como Paulo Coelho y prestigiosas editoriales como MacGraw-Hill han confiado en sus servicios. Y lo más llamativo de la tentación para que autoedite mi novela en su carta es una franja roja en forma de flecha de un extremo a otro del folio que contiene el texto siguiente: “¿Tienes un libro nuevo? Por ser ya un escritor con trayectoria te publicaremos tu próxima obra totalmente gratis.” Sin comentarios. Que cada cual extraiga su conclusión.
Por si a alguien le interesa saber algo de Una carta de amor bajo la lluvia, incluyo debajo una muestra:
"Debo decir, sin embargo, que otras veces lo pasaba mal, en especial, cuando acompañaba a mi madre a las novenas que daba don Marcos, el cura de San Frontis en la iglesia del barrio. Arrodillados sobre el banco, yo observaba de reojo a mi madre que, con los ojos fijos en el altar y a punto de saltársele las lágrimas, cantaba a coro con los demás feligreses aquella incomprensible (para mí, un niño de corta edad) canción dirigida a Dios:
“Perdooona a tu pueeeblo, Señorrr,
perdooona a tu pueeblo,
perdóoonale, Seeñorrr.
No essstés eeeternameeente enojaado,
no essstés eeeternameeente enojaado,
perdóoonale, Señorrr.”
Yo no entendía de qué nos tenía que perdonar Dios. Ya teníamos bastante con tener que estirar las perras como si fueran de chicle para poder comer y sufrir aquella sombra negra tan larga sobre nosotros, en especial sobre nuestros padres, durante la posguerra."
 

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