lunes, 29 de agosto de 2016

EL QUIJOTE EN LA POESÍA DE ANTONIO MACHADO


    
Aún no se ha terminado el año del cumplimiento del cuarto centenario de la muerte de nuestro  escritor más universal. Por ello aprovecho la ocasión de incluir en este blog una entrada referida a su obra más insigne, El Quijote. Entrada vinculada también a uno de nuestros mejores poetas de todos los tiempos, Antonio Machado. Que aproveche.
 

       
 
 
  Los hombres del 98, muchos de ellos originarios de la periferia española (Azorín, levantino; Unamuno, vasco; Antonio Machado, andaluz...), tras el desastre colonial, escogieron Castilla como corazón de España y representante de su pasado glorioso, tanto político (el Imperio español fue uno de los más poderosos del mundo durante los siglos XVI y XVII), como literario (los llamados siglos de Oro están repletos de figuras y obras universales: la novela picaresca, los teatros de Lope y Calderón, el Quijote de Cervantes...). Algunos de ellos fomentaron una gran amistad y mantuvieron relaciones de admiración y respeto mutuos. Es bien conocida la que Antonio Machado mostró hacia Rubén Darío, Azorín, Unamuno o Juan Ramón Jiménez. El autor nicaragüense, por ejemplo, le dedicó unos versos que lo retratan perfectamente, versos que forman el “Pórtico” de las Poesías Escogidas, de Aguilar: “Misterioso y silencioso / iba una y otra vez. / Su mirada era tan profunda / que apenas se podía ver. / Cuando hablaba tenía un dejo / de timidez y altivez. / Y la luz de sus pensamientos / casi siempre se veía arder. / Era luminoso y profundo / como era hombre de buena fe...” Como él, como todos, que en un momento de su creación literaria, tomaron como modelo de bondad y fe a don Alonso Quijano el Bueno, aquel don Quijote que salió a esos mundos de modorra y engaños para despertarlos y sacarlos de su error.
 

 
 
          1905 fue un año importante porque muchos de ellos, conmemorando el tercer centenario del Quijote, publicaron escritos dedicados a honrar la inmortal creación de Cervantes. Rubén Darío, en sus “Cantos de vida y esperanza” incluyó unas “Letanías de nuestro señor don Quijote”, cuyo comienzo es éste: “Rey de los hidalgos, señor de los tristes, / que de fuerza alimentas y de ensueños vistes, / coronado de áureo yelmo de ilusión; que nadie ha podido vencer todavía, / por la adarga al brazo, toda fantasía, / y la lanza en ristre, toda corazón...” Debió de leerlas Machado con suma atención y cariño porque en los Elogios de sus “Campos de Castilla” le dedica dos composiciones sentidas. Más importancia tienen para el asunto de que estamos tratando dos libros de Azorín de ese año, “Los pueblos” y “La ruta de Don Quijote” (también tendría un tercero, “Castilla”, aunque éste apareció en 1912) y el libro de Miguel de Unamuno “Vida de don Quijote y Sancho”.
 

          
 
En cuanto a Antonio Machado, debió de publicar este mismo año o el siguiente el poema “A don Miguel de Unamuno” por haber publicado el libro de ensayos sobre los dos protagonistas del Quijote. Pero fue a partir de 1912, una vez retirado a Baeza tras la muerte de su joven esposa Leonor, cuando Antonio Machado dio a conocer algunos poemas con motivo cervantino y en especial dedicados a La Mancha y a sus habitantes, tanto ficticios (los pertenecientes al Quijote), como los reales. Me refiero, en primer lugar, a “La mujer manchega”, influido sin duda por los dos capítulos que, bajo el título “La novia de Cervantes”, se hallan en “Los pueblos”, de Azorín; y también, bajo la influencia de Azorín, esta vez tras la publicación de “Castilla”, nuevo libro de ensayos que vio la luz en 1912, dos poemas relacionados entre sí: el primero, “Al maestro Azorín por su libro “Castilla” y el segundo “Desde mi rincón”, que lleva además la anotación “Elogios. Al libro “Castilla” del maestro Azorín, con motivo del mismo”. Y en segundo lugar, movido por la guerra europea que entonces se libraba (1914), escribió “España, en paz”.
 

 
 
          Por razones obvias, comenzaré por el poema “A don Miguel de Unamuno”, mezcla de tercetos, cuartetos y serventesios, debió de ser escrito, como he dicho, nada más aparecer la “Vida de don Quijote y Sancho”, del escritor vasco. Convencido sin duda por la idea de Unamuno de que los males de la patria residían en que ya no hay quijotes y en que la ramplonería lo dominaba todo, Machado homenajea a su admirado amigo, comparándole con don Quijote. “Este donquijotesco / don Miguel de Unamuno, fuerte vasco, / lleva el arnés grotesco / y el irrisorio casco / del buen manchego.” Y así lo pinta como al hidalgo de Cervantes: “Don Miguel camina, / jinete de quimérica montura, / metiendo espuela de oro a su locura, / sin miedo de la lengua que malsina.” Intentando educar, por medio de la valentía y la lucha por unos ideales, a todo un pueblo que se haya sumido en la pereza, la desidia y el engaño.” A un pueblo de arrieros, / lechuzos y tahúres y logreros / dicta lecciones de Caballería. / Y el alma desalmada de su raza, / que bajo el golpe de su férrea maza / aun duerme, puede que despierte un día.”

      
 
        Respecto al poema “La mujer manchega”, ya había aparecido en la revista “España” en 1915, pero que fue sin duda escrito mucho antes, posiblemente tras la lectura del citado “Los pueblos”. Se trata de un canto a La Mancha y sus mujeres, entre las que se encuentran los seres de ficción del Quijote y los vivos y reales: “La Mancha y sus mujeres; Argamasilla, Infantes, / Esquivias, Valdepeñas. La novia de Cervantes, / y del manchego heroico el ama y la sobrina /.../ la esposa de don Diego y la mujer de Panza, / la hija del ventero, y tantas como están / bajo la tierra, y tantas que son y que serán / encanto de manchegos y madres de españoles / por tierras de lagares, molinos y arreboles...”. Continúa con un retrato de la mujer manchega : “Es la mujer manchega garrida y bien plantada, / muy sobre sí doncella, perfecta de casada. / El sol de la caliente llanura vinariega / quemó su piel, mas guarda frescura de bodega / su corazón. Devota, sabe rezar con fe / para que Dios nos libre de cuanto no se ve. / Su obra es la casa –menos celada que en Sevilla, / más gineceo y menos castillo que en Castilla--. / Y es del hogar manchego la musa ordenadora; / alinea los vasares, los lienzos alcanfora; / las cuentas de la plaza anota en su diario, / cuenta garbanzos, cuenta las cuentas del rosario.” Luego alude a la tierra donde nacieron Dulcinea y Don Quijote: “¿Hay más? Por estos campos hubo un amor de fuego. / Dos ojos abrasaron un corazón manchego. / ¿No tuvo en esta Mancha su cuna Dulcinea? / ¿No es el Toboso patria de la mujer idea / del corazón, engendro e imán de corazones...?”. Continúa con la evocación del famoso hidalgo y sus andanzas por esta tierra junto a la de la labradora Aldonza: “Por esta tierra, lejos del mar y la montaña, / el ancho reverbero del claro sol de España, / anduvo un pobre hidalgo ciego de amor un día / --amor nublóle el juicio; su corazón veía--. / Y tú, la cerca y lejos, por el inmenso llano / eterna compañera y estrella de Quijano, / lozana labradora fincada en sus terrones / --oh madre de manchegos y numen de visiones-- / viviste, buena Aldonza, tu vida verdadera, / cuando tu amante erguía su lanza justiciera, / y en tu casona blanca aechando el rubio trigo. / Aquel amor de fuego era por ti y contigo.” Para terminar con un deseo encomiable para las mujeres de la tierra: “Mujeres de la Mancha, con el sagrado mote / de Dulcinea, os salve la gloria del Quijote.”

         
 
 El poema “Al maestro Azorín por su libro Castilla”, también compuesto en pareados, fue escrito a finales de 1912 o principios de 1913 y es importante porque describe una de aquellas ventas que ya existían en tiempos de Cervantes y, sobre todo, retrata a un personaje misterioso que bien podría ser el autor del Quijote. Le acompañan la ventera, “que aviva el fuego donde borbolla la marmita”, y el ventero, que “contempla silencioso la lumbre del hogar”. Como muestra, citaré los versos donde palpitan los sentimientos del caballero enlutado y la atmósfera campesina que lo envuelve: “Sentado ante una mesa de pino, un caballero / escribe. Cuando moja la pluma en el tintero, / dos ojos tristes lucen en un semblante enjuto. / El caballero es joven, vestido va de luto. / El viento frío azota los chopos del camino. / Se ve pasar de polvo un blanco remolino. / La tarde se va haciendo sombría. El enlutado, la mano en la mejilla, medita ensimismado...”
 

 
 
          Más importancia tiene el titulado “Desde mi rincón”, una extensa silva que mandó Machado en una carta a otro de sus buenos amigos, Juan Ramón Jiménez, diciéndole, entre otras cosas, “Te mando esa composición al libro Castilla de Azorín para que veas la orientación que pienso dar a esa sección (Elogios). Además, este libro de Azorín tan intenso, tan cargado de alma, ha removido mi espíritu hondamente y su influjo no está, ni mucho menos, expresado en esta composición.” Se trata de una descripción de la Castilla inspirada por la “Castilla” literaria de Azorín: “Con este libro de melancolía, / toda Castilla a mi rincón me llega; / Castilla la gentil y la bravía, / la parda y la manchega. / ¡Castilla, España de los largos ríos / que el mar no ha visto y corre hacia los mares; / Castilla de los páramos sombríos, / Castilla de los negros encinares! / Labriegos transmarinos y pastores / trashumantes –arados y merinos--...” Y así evoca nombres de ventas y personajes literarios: “¡Oh, venta de los montes! –Fuencebada, / Fonfría, Oncala, Manzanal, Robledo--. / ¡Mesón de los caminos y posada / de Esquivias, Salas, Almazán, Olmedo (...) / ¡Oh dueña doñeguil tan de mañana / y amor de Juan Ruïz a doña Endrina! / Las comadres –Gerarda y Celestina--. / Los amantes –Fernando y Dorotea--. / ¡Oh casa, oh huerto, oh sala silenciosa! / ¡Oh divino vasar en donde posa / “sus dulces ojos verdes Melibea”! ... Y habla del presente que es pasado, por lo tanto intemporal: “¡Y este hoy que mira a ayer; y este mañana / que nacerá tan viejo! / ¡Y esta esperanza vana / de romper el encanto del espejo! / ¡Y este filtrar la gran hipocondría / de España siglo a siglo y gota a gota”. Y compara el alma de Azorín con la suya, que ve pasar la España del ayer en la imaginación. Continúa con una profesión de fe, una fe especial, “una fe que nace / cuando se busca a Dios y no se alcanza, / y en el Dios que se lleva y que se hace.” Versos que nos traen en seguida a la memoria aquellos otros de la Parábola VI: “El Dios que todos llevamos, / el Dios que todos hacemos, / el Dios que todos buscamos / y el que nunca encontraremos. / Tres dioses o tres personas / del solo Dios verdadero.” Concluye el poema con el Envío, de donde se deduce el deseo del poeta de salvar a España de su rutina y su pereza y que trata del asunto que nos concierne: “¡Oh tú, Azorín, que de la mar de Ulises / viniste al ancho llano / en donde el gran Quijote, el buen Quijano, / soñó con Esplandianes y Amadises (...) / ¡Oh tú, Azorín, escucha: España quiere / surgir, brotar, toda una España empieza! / ¿Y ha de helarse en la España que se muere? / ¿Ha de ahogarse en la España que bosteza? / Para salvar la nueva epifanía / hay que acudir, ya es hora, / con el hacha y el fuego al nuevo día. / Oye cantar los gallos de la aurora.”


        Y para terminar, “España, en paz”, una especie de poema pacifista, escrito en alejandrinos, con marcados tonos modernistas, donde el poeta vuelve a hablarnos de su rincón moruno, tranquilo y pacífico, para enseguida contrastar esa paz rural con la guerra que se está librando en ese momento (1914) en Europa : “En mi rincón moruno, mientras repiquetea / el agua de la siembra bendita en los cristales, / yo pienso en la lejana Europa que pelea, / el fiero norte, envuelto en lluvias otoñales.” Enseguida denuesta los perjuicios que la guerra acarrea : “¡Señor! La guerra es mala y bárbara, la guerra / odiada por las madres, las almas entigrece; / mientras la guerra pasa, ¿quién sembrará la tierra? / ¿Quién segará la espiga que junio amarillece?” Y tras apuntar de nuevo la diferencia entre España y el mundo (“¿Y bien? El mundo en guerra y en paz España sola”), saluda al buen Quijano, el Quijote que ha recobrado el juicio, por si se debe a él la paz que vive España. No una paz cobarde, sino una paz fruto de la discreción y el orgullo. Concluye Machado dirigiéndose al juicioso hidalgo manchego para decirle que cuente con él para apoyar esa paz que levantará a España de la modorra en que vive, para seguir la voz auténtica de la raza, no el eco, la imitación huera y extraña.. He aquí las palabras de Machado: “Si eres desdén y orgullo, valor de ti, si bruñes / en esa paz, valiente, la enmohecida espada, / para tenerla limpia, sin tacha, cuando empuñes / el arma de tu vieja panoplia arrinconada; / si pules y acicalas tus hierros para, un día, / vestir de luz y erguida: heme aquí, pues, España, / en alma y cuerpo, toda, para una guerra mía, / heme aquí, pues, vestida para la propia hazaña / decir, para que diga quien oiga : es voz, no es eco (¡Qué cerca suenan aquellos versos del Retrato: “A distinguir me paro las voces de los ecos, / y escucho solamente, entre las voces una”); / el buen manchego habla palabras de cordura; / parece que el hidalgo amojamado y seco / entró en razón, y tiene espada a la cintura; / entonces, paz de España, yo te saludo...”

       Puede que no sean de lo mejor de la obra machadiana los poemas que he citado, pero son los que tratan de don Quijote, y a eso me he atenido.

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