domingo, 25 de octubre de 2015

EL CRUCERO (X)


 
 
 
Capítulo X
Pura y dura fantasía
                                                        Viernes, 22 de mayo  

 

Se fini, se acabó…

Casi las nueve de la mañana, y el mar muy despierto e intensamente azul. “Caminante, no hay camino / sino estelas en la mar.” Sin maletas, sólo con lo puesto y la mochila con todo lo necesario para vivir toda una mañana en el Fantasía, revisamos el Daily program (el último), más bien dirigido a los pasajeros que a las 04’30h subieron a bordo en Palma para iniciar su crucero (Partida, Palma de Mallorca. Distancia entre Palma de Mallorca y Barcelona, 128 millas náuticas. 14’00h Llegada, Barcelona. Todos a bordo a las 22’30h. 23’00h Partida, Barcelona. Distancia entre Barcelona y Marsella, 199 millas náuticas. 12’00h, sujeto a las condiciones meteorológicas, Llegada, 23 de mayo, Marsella). A nosotros, los que hoy terminamos esta aventura,  nos han dejado de lado. Así que, enfilamos las últimas horas a bordo. Lo primero, el desayuno en el comedor de la 6ª planta, a popa, viendo cómo van quedando atrás cinco enormes franjas de espuma, como surcos gigantes de un campo sembrado de pasado. ¡Qué razón tenía Machado cuando decía: “Y al volver la vista atrás, / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar.” De modo que lo mejor es ir acostumbrándose a lo inexorable, pero viviendo al día lo que te ofrece antes de precipitarse en el pretérito que no volverá más. Y así, sin la posibilidad de volver al camarote que hasta hace unas horas era el nuestro, con la mochila al hombro, lo segundo que hacemos es subir a la planta 14, donde está el Aqua Park y apuntarnos a las actividades que allí tengan lugar. Especialmente, mi mujer, que al salir a la superficie y descubrir a nuestros jóvenes profesores de baile impartiendo una clase de gimnasia a un grupo numeroso de personas, sobre todo mujeres, se apunta inmediatamente a hacer unos cuantos ejercicios, y eso que va vestida para el desembarque en Barcelona. En cuanto a mí, prefiero coger una hamaca y ponerme a escribir las últimas notas del viaje, a un lado, cerca de la barra, medio en sombra. Y no he hecho más que apuntar los versos de Machado, cuando la mujer del profesor de arte, que se ha acercado a mí, me toca el hombro para llamar mi atención y me pregunta apesadumbrada:

“¿Qué le ha hecho  a mi marido? ¿Qué le ha dicho?”

Antes de contestar miré a un lado y a otro, y al no ver allí a su hombre, yo también me entristecí.

“¿Qué le ha pasado?”

“No ha pegado ojo en toda la noche. Con delirios y sollozos. Ahora está abajo en la consulta del médico de a bordo. ¿Qué le ha dicho usted? ¿Qué le ha hecho? Le pedí por favor que le siguiera la corriente…”

“Y lo he hecho, señora. Créame. Hasta ayer. Lo que pasa es que se me olvidó acudir a la cita que había concertado con él en la Biblioteca…

“Eso es lo que le desquició del todo, el que usted no acudiera allí. Pero ya no importa. Parece que, después de todo, después de una noche de la que creí que no iba a salir, mi marido se encuentra más tranquilo. Así lo he dejado con el médico tras haber recibido en vena el medicamento correspondiente.”

Le iba a decir que me alegraba de que al fin el hombre se encontrara mejor, pero me mostró la mano abierta para impedirme que hablara.

“No le costaba nada seguirle la corriente.” Y se fue caminando hacia donde le esperaba su eterna amiga. Luego las dos desaparecieron en la zona de los ascensores.

Me quedé un rato con un nudo en la garganta y un sudor pegajoso en todo el cuerpo. Luego recogí mis cosas de la hamaca y me acerqué a la barra a tomar una cerveza. Aún no me había atendido el camarero cuando se me acercó mi mujer.

“¿Pero ya tienes ganas de tomar algo?”

La verdad es que tras el copioso desayuno no tenía ninguna gana de tomar nada. Aún así, asentí con la cabeza. Debía deshacer aquel nudo de angustia que se me había formado en el cuello y una cerveza fría podía ser el remedio más idóneo para diluirlo y de paso aliviar un poco el sudor de mi piel.

“¿Quieres tú algo?”, le pregunté.

“Quizá un poco más tarde”.

Tomé la cerveza mientras consultábamos el último Daily program del crucero. A las 11’30 tenía lugar la última clase de tango en el Liquid Disco Bar de la planta 16, en el remate mismo del Fantasía, que para nosotros empezaba a retirarse para ceder el paso a la rutina diaria de la realidad más contundente.

Los “bravíssimo”, los “okey”, los “catastrofe” del simpático instructor nos sonaban a cosas lejanas… ¿Nos acordaríamos, pasado el tiempo, de aquellos pasos últimos del tango aprendidos en el barco? Lo que más sentía era que ya me sonaban a esfumados en el tiempo y las caras de la pareja de instructores, junto con las vistas del mar a través de las cristaleras de la sala de baile más alta del Fantasía me parecían aislados fotogramas de una vieja película. Menos mal que, finalizada la clase de tango, bajamos en ascensor a la planta 7 y todo cambió de repente. Allí encontramos a la pareja madrileña y juntos tomamos el vermut en el Manhattan Bar. Nos dijeron que habían quedado con los canarios a la una para ir juntos a comer y les propusimos ir con ellos. Pero los canarios no se presentaron, y nosotros cuatro entramos en el comedor. Hora y media más tarde, bajábamos la escala de desembarque. Mientras esperábamos en la cinta la llegada de las maletas, aún nos vimos un par de veces más con los madrileños. Finalmente, nos despedimos hasta otra ocasión.

Con las maletas salimos de la Terminal y nos pusimos a la sombra a esperar a nuestros hijos, con los que habíamos quedado en que vinieran a buscarnos con el coche para llevarnos a casa.

Minutos más tarde, atravesando Barcelona por la ronda del litoral, todo lo vivido hasta ese momento me parecía, como si el nombre del barco que había sido nuestro hotel durante ocho días siguiera ejerciendo sobre mí su mágica influencia, todo lo vivido hasta ese momento me parecía pura y dura fantasía.

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