martes, 21 de julio de 2015

EL CRUCERO (I)

A un par de meses del crucero que este año hemos realizado por el Mediterráneo occidental, incluyo aquí el relato entre real (se respeta el itinerario seguido y la vida a bordo en general) y ficticio (la parte que se refiere al viajero enfermo de esquizofrenia obsesionado con Caravaggio y su mujer) inspirado en el crucero.
 
Resultado de imagen de la degollación de san juan bautista

 
A las tres parejas españolas, que compartieron con nosotros
tan buenos ratos en el Fantasía.
 
“Nadie se da cuenta de lo hermoso que es viajar
hasta que llega a su casa y descansa la cabeza sobre su almohada favorita."
Lin Yutang
 
“No sigas por donde el camino te lleve,
avanza por donde no hay camino y deja un rasto."
R. W. Emerson

 
Capítulo Primero
La presentación
A principios de noviembre de 2013 tuvo lugar en Zamora la presentación de un óleo sobre lienzo del conservado en la Catedral de Zamora y copiado de una pintura de Caravaggio en el primer tercio del siglo XVII que acababa de ser restaurado a iniciativa de los dirigentes de la Catedral por la experta PGG, restauración que la había tenido ocupada desde el año anterior. La presentación corrió a cargo del canónigo del templo y director del Museo Catedralicio, JARH.
Poco antes de empezar el acto, el profesor de arte jubilado Bautista Santos Juan, se despidió de su mujer para acudir a la presentación.
“¿Has tomado la medicación, querido?”
El profesor, enfermo de esquizofrenia, la miró con ojos adormilados antes de contestar en sentido afirmativo. Luego se arregló la ropa para que no se le notara demasiado el abultado vientre bajo ella y agachó la cabeza para besar a su esposa. De su casa al lugar de la presentación no había mucha distancia y, como tenía tiempo, se fue caminando. Hacía frío y algunas hojas arrancadas de los árboles volaban delante de él y acababan en el suelo a unos metros de sus pies, donde producían un ruido extraño al ser arrastradas por el viento. Al llegar a la Rúa de los Notarios giró ligeramente la cabeza hacia la izquierda porque le había parecido oír una voz cerca de la oreja de ese lado. Asintió varias veces y luego sonrió con una mueca que podía significar tanto duda como claro descontento. Y al entrar en la lonja de la Catedral, dijo secamente mientras miraba con inquietud a derecha e izquierda:
“Por supuesto, Michelangelo.”
La sala estaba bastante llena de gente, pero aún había algunos sitios vacíos en la primera fila. Con su cuerpo alto y grueso como un baobab se acercó bamboleándose hasta allí, mientras respondía con algún gesto seco a los saludos que algunos de los presentes le hicieron. Bautista se sentó y esperó a que, llegada la hora, el director del Museo Catedralicio comenzara la presentación del cuadro. Mientras tanto, fijó sus ojos en la pintura que se ofrecía limpia a los ojos de los circunstantes en el estrado y recorrió con ahínco todos y cada uno de los centímetros de la obra, los que permanecían semivelados por las sombras a la derecha y los alumbrados por una luz directa a la izquierda. Escudriñó, una a una las siete figuras humanas que aparecían en el cuadro, incluidas la del mártir que yace en el suelo bajo la presión del verdugo, así como las dos que se asoman entre sombras por la ventana de la prisión, donde tiene lugar la trágica escena. Sin olvidar los objetos que aparecen estratégicamente situados en el cuadro, desde el cuchillo esgrimido por la otra mano del asesino que se retuerce a su espalda, hasta la palangana que la mujer de la izquierda sostiene solícita…
Se hizo un silencio y el canónigo RH comenzó a hablar. Tras las primeras palabras de saludo y agradecimiento a los presentes, pasó inmediatamente a referirse al lienzo, centro de la atención,  que aparecía montado en un bastidor de 235 por 345 centímetros, con un marco de 250 por 363 centímetros. Luego dijo: “Es uno de los pocos lienzos conservados en la catedral zamorana que ha merecido la atención de algunos historiadores, aunque hayan reparado mínimamente en él.” Y mencionó acto seguido a Tomás María Garnacho quien, a finales del siglo XIX, había citado la obra de pasada, y leyó en los papeles que manejaba las palabras del historiador: "Hay, sí, algunas buenas pinturas en la sala capitular y la sacristía; entre otras una degollación de San Juan Bautista".
A continuación aludió a Manuel Gómez-Moreno, haciendo lo mismo que en el caso anterior: "Lienzo muy grande, con la Degollación del Bautista, en la sacristía, que se parece a lo del caballero Máximo, y lo regaló al bailío de Lora D. Alonso del Castillo". También mencionó H a Alfonso Emilio Pérez Sánchez, que había calificado la pintura de "copia excelente del cuadro de Caravaggio en San Juan de Malta" y lo destacó como "existente desde antiguo en la Catedral al tratar el tema de Caravaggio y los caravaggistas en la pintura española". Añadió el canónigo que el propio historiador Pérez Sánchez, delegado diocesano para el Patrimonio y la Cultura por más señas, era quien había recordado en su día la descripción que había hecho del lienzo Guadalupe Ramos de Castro, profesora de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, cuando lo vio colgado en el muro sur de la capilla del Cardenal. De las Heras volvió a leer en los papeles: "Hay otro enorme cuadro, de más de tres metros, que está tan oscurecido que nos resulta casi imposible discernir lo que representa. Aplicándole una luz, hemos advertido que es una decapitación, ya que hay un esbirro de espaldas, con el torso desnudo que se inclina sobre un cuerpo a sus pies. Y una figura de pie, en traje militar con escolta que contempla la escena; debe ser la decapitación de San Juan. El cuadro no nos parece malo y es de factura italiana del siglo XVI, en lo que hemos podido vislumbrar".
Mientras hablaba el director del Museo, Bautista Santos Juan, el profesor de arte jubilado, negaba con la cabeza al escuchar algunas afirmaciones que hacía el director del Museo, el cual, sin hacer el menor caso de los gestos de desaprobación del profesor de arte, se refirió a la situación de la obra en el zaguán que antecede al vestuario capitular, junto al claustro, en los términos siguientes: "En la sala que le precede, hay un lienzo de grandes dimensiones representando la degollación de San Juan Bautista, del primer tercio del siglo XVII, firmado por el italiano Fanicheli. Se trata de una copia del pintado por Caravaggio en 1608 para la Catedral de San Juan de La Valeta (Malta) y fue donado por el bailío de Lora Alonso del Castillo y Samano". Y añadió: “El tema representado, el donante y la cronología propuesta son datos aportados por la propia documentación archivística. El cuadro aparece mencionado primera vez, como una adición, en el inventario redactado con motivo de la visita pastoral efectuada en 1633 (volvió a leer en sus papeles: "mas otro quadro mui grande que es la degollacion de sant Juan que dio el Señor Vaylio Don Alonso del Castillo"). El hecho de que sea citado a través de un texto añadido, algo habitual en los inventarios antiguos, nos induce a pensar que su donación se llevó a efecto poco después de la redacción de dicho inventario; por tanto, el lienzo ya se encontraba en Zamora poco después del año 1633".
Bautista Santos hizo una mueca de disconformidad, pero RH seguía en lo suyo, y así, indicó con respecto al donante, Alonso del Castillo y Samano, que había nacido en Zamora, siendo hijo del aposentador Alonso del Castillo y de María de Samano; que en 1611, siendo ya caballero del hábito sanjuanista, fue admitido como miembro de la Cofradía Noble de San Ildefonso de Zamora; que ostentaba el título de bailío de Lora de la Orden de San Juan de Jerusalén o de Malta en 1634; que pertenecía al Consejo de Su Majestad el rey Felipe IV y era mayordomo de la reina Isabel de Borbón, por lo que residía en Madrid, y que en 1647, gozando del patronato de la iglesia de los Trinitarios de Zamora, contrató la realización de su nicho sepulcral, situado en el costado del evangelio de la capilla mayor de la iglesia conventual. Y aclaró: "Ignoramos las relaciones del bailío con Italia o con Malta, pero es posible que las hubiere, dados los cargos que tenía en la Corte y en la Orden, por lo que se puede pensar hipotéticamente en un probable origen italiano o maltés del cuadro".
Bautista Santos estuvo a punto más de una vez de levantar la mano para interrumpir la intervención del director del Museo, pero éste parecía no estar dispuesto a dar la palabra a ninguno de los allí reunidos, y, como si se tratara de una lección bien aprendida, y así era, en efecto, siguió con el tema del cuadro: “Está bien definido, se trata del martirio del Precursor. La indicación de sus grandes dimensiones en el inventario citado no deja lugar a dudas de que se trata de este lienzo.” Y aclaró: "Aunque no llegase a identificar el lienzo como copia de un original de Caravaggio, no iba desatinado Gómez-Moreno cuando afirmaba que la obra se parece a la del caballero Máximo, apelativo con el que se conocía en España al pintor Massimo Stanzione (hacia 1585-1658), recordando acaso el cuadro del mismo tema que el caravaggista napolitano pintó hacia 1634, conservado en el Museo del Prado." Finalmente afirmó: “Nuestro lienzo catedralicio copia fielmente el que Michelangelo Merisi, Caravaggio, pintó en 1608 para el Oratorio de San Juan Bautista de los Caballeros de la concatedral de La Valeta, en Malta, por encargo de Alof de Wignacourt, Gran Maestre vitalicio de la Orden de Malta. Según el estudio del delegado diocesano para el Patrimonio, el historiador Pérez Sánchez, es la obra de mayor tamaño -361 por 520 centímetros- que realizó el pintor y la única firmada: "f. MichelAn". Su nombre aparece escrito con la sangre que brota del decapitado, y está precedido por la letra F (fratte/fray), pues en el momento de terminar el cuadro Caravaggio ya había sido investido caballero de la Orden de Malta. Pérez Sánchez subrayó que (leyó consultando sus papeles) "se sabe que desde su confección, la tela adquirió una gran celebridad, de modo que en los años subsiguientes pintores del norte de Europa y de otros lugares viajaron a Malta para contemplarla e, incluso, copiarla".
Aquí sí asintió vehementemente el profesor esquizofrénico y hasta se le escapó esta frase apenas susurrada: “Sí, para copiarla, para copiarla.”
Frase que repetía sin cesar, cuando ya acabada la presentación de la pintura restaurada, volvía a su casa molesto y meditabundo: “Sí, para copiarla, para copiarla.” Y al pasar por delante de la iglesia de San Ildefonso, giró la cabeza hacia la izquierda, como si hubiera oído al alguien decirle algo en la oreja de ese lado, y dijo en voz alta: “Sí, Michelangelo, para copiarla.”
Al día siguiente encontró completamente reproducida en el periódico local la presentación del Director del Museo Catedralicio y se la leyó a su mujer. Ésta no entendió casi nada de la primera parte, con tanto argumento histórico y tanta documentación pictórica como figuraban. Le interesó más la descripción del cuadro y así le pidió a su marido:
“¿Por qué no me la lees otra vez, cariño?”
“Como quieras”, y repitió la lectura: “El lienzo recién restaurado representa el momento preciso del martirio del Bautista, tomado de la narración evangélica (Marcos 6, 17-29). Es una escena de trágico realismo, sin complicaciones psicológicas ni apenas gesticulaciones, en la que un cono luminoso destaca el núcleo de la composición, en primer plano. Se presenta en toda su crudeza, sin aludir a la santidad del martirizado ni a su gloria futura, como si fuera la muerte de cualquier otro condenado. El interior de la prisión de Maqueronte, lleno de sombras y de vacío, resulta lúgubre. Los personajes, se disponen conforme a un ritmo compositivo simétrico. El cuerpo del Precursor se halla tendido en el suelo y maniatado por la espalda, sobre la piel de camello y cubierto parcialmente por un manto rojo. El verdugo, que agarra brutalmente sus greñas, ya le ha cortado el cuello con la espada y acaba de desenvainar un puñal con el fin de seccionar su cabeza y depositarla en la bandeja que sostiene una sirvienta, según la indicación del carcelero, y que después habrá de ser entregada a Salomé. Una anciana se oprime el rostro entre las manos en un gesto de horror o de aflicción. Tras la reja de la ventana asoman dos prisioneros, que gracias a su morbosa curiosidad se convierten en testigos de la terrible ejecución. La presencia en Zamora de una copia temprana de tan célebre cuadro revela el prestigio y la estima que alcanzó el original de Caravaggio desde el principio. Su autor, posiblemente italiano o maltés, debió de conocerlo in situ, puesto que no sólo copió fielmente la composición, sino que también hizo lo propio con la firma…”
“Eso ya no me interesa tanto, querido.”
 Bautista Santos cerró el periódico y pensó para sus adentros: “Pues a mí me interesa eso y algunas cosas más. Y pienso poner remedio a un problema que ha surgido de todo esto.”

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